El efecto mariposa

Revista Número 3

Por El NegroFiero

Desde chico me gustó leer sobre la Historia. Descubrir personajes, hechos, situaciones y encadenamientos que desembocaban en más Historia, más personajes, más hechos. La Historia se explica a sí misma justificándose en sí misma. Así, hechos que sucedieron hace años dejan su impronta en el hoy de manera tangible.

Sin embargo muchas veces los hechos o los personajes no son tan claros. A veces los procesos que se desarrollan y cambian el futuro de naciones completas son el resultado de situaciones casi aleatorias, imposibles de conectar e interpretar como verdaderos disparadores de esos cambios. Es el efecto mariposa, donde el aleteo de una mariposa en Costa Rica puede generar un tifón en Taiwán. La mariposa responsable no registrará su implicación, no le dirá a sus nietos orgullosa “una vez aleteé mis alas de tal manera que rompí todo en Taipéi”.

Hoy yo quiero hablar de un aleteo parecido, sin poder salir en ningún momento de la pura especulación, pero en el que creo poder identificar uno de los disparadores que modificaron completamente la historia de nuestro extraño país.

Mi protagonista es Antonia Sola, nacida en 1877 en la villa de Ujué, en Navarra, España. El pueblo hoy no alcanza los 200 habitantes pero en la segunda mitad del siglo XIX aún no había comenzado su despoblamiento. Antonia crece en una España rural, soñando quizás con otros horizontes, o a lo mejor, sólo deseando emanciparse, casarse, tener hijos y prosperar. No podemos saber cuáles eran los sueños que empujaban a la joven Antonia, pero sí sabemos que se había enamorado de un joven de la villa. Es el año 1898 y Antonia tiene 21 años, edad más que suficiente para levantar una familia. Pero la guerra reclama su tributo y su joven novio es enviado a Cuba, a luchar contra los yanquis. Antes de irse, le pidió a su hermano que cuidara de su novia. Los meses pasaron y las noticias que llegaban de ultramar eran desoladoras, el orgullo de España caía humillado en las batallas de Cavite y de Santiago de Cuba. En apenas poco más de tres meses lo poco que quedaba del otrora Imperio español era desguazado por los Estados Unidos. Cuando comenzaron a regresar quienes sobrevivieron a la contienda, Antonia esperó encontrar a quien la haría su mujer. La espera se hizo eterna y la falta de noticias pronto se convirtió en la posibilidad del desastre. En algún momento de esos últimos meses de 1898 habrá llegado la noticia de la muerte de su novio. El hermano, cumpliendo su palabra, se casó con Antonia, pero nuevamente el desastre mostró su fiereza y, poco después, Antonia se entera de que, por un accidente en una cacería, se había convertido en viuda.

Supongo que es en ese momento cuando decidió emigrar. Ya sea porque sintió que nada la retenía en Ujué, o porque había quedado señalada debido a que sus dos hombres más importantes resultaron ambos muertos en cuestión de meses. Lo cierto es que entre 1899 y 1900 Antonia embarcó rumbo a la tierra que prometía futuro, la República Argentina. 

Los datos que pude recabar son escasos o casi nulos. No sé la fecha de llegada. No sé tampoco si tenía familiares cercanos en Argentina, pero en aquellos años ya hacía tiempo que vascos, asturianos, gallegos y navarros emigraban a nuestro país, por lo que entiendo que más pronto que tarde se encontró entre los suyos. Buenos Aires era una ciudad cosmopolita, donde el 50 por cierto de sus habitantes habían nacido en otras tierras. No era un problema ser extranjero y las diferentes colectividades se organizaban en centros y asociaciones para ayudarse entre sí, a la vez que compartían costumbres y tradiciones.

Así pues, Antonia pronto encuentra trabajo y compañero. Su compañero se llamaba Felipe Ochoa y había nacido en la misma villa de Ujué, cinco años antes que ella. Mientras que otra navarra, Josefa Lizardi, la empleó como cocinera para su casa. Sabemos que Josefa Lizardi tuvo un papel importante en la vida de Antonia, porque no puede ser casualidad que la única hija de Antonia, nacida en 1914, se llamara justamente Josefa.

Con Felipe siendo jornalero y Antonia cocinando en casa de Josefa,  las cosas se asentaron. Josefa tenía un hijo, Roberto, nueve años menor que Antonia, corpulento y amante del buen comer. La llegada de Antonia debió haber sido un regalo del cielo para este muchacho inquieto y glotón, que gustaba primero tocar el acordeón en los mítines que hacían los radicales, y luego participar en las intentonas revolucionarias que la U.C.R. llevó a cabo antes de la Ley Sáenz Peña. Ya entonces se lo veía a Roberto con algún problema de sobrepeso, quizás empujado a eso por una cocinera consentidora que era feliz dándole los gustos al revolucionario muchacho.

Sabemos que Antonia era una excelente cocinera. Además de sus exquisitos platos hacía deliciosos postres, entre los que se destacaba su bizcocho de nata montada. También sabemos que Roberto tenía una especial inclinación a los dulces y no hay dudas de que Antonia supo ganarse el afecto de Roberto como todo buen cocinero se gana el cariño de aquellos a quienes, además de alimentar, deleita con sus preparaciones.

Pasaron los años, Antonia dejó de trabajar para Josefa cuando Roberto creció y se casó. Y mientras Antonia siguió cocinando para otra familia aristocrática, los Aráoz Alfaro, Roberto comenzó a crecer en la política. Dejó de estudiar medicina para convertirse en abogado, trabajó primero para el Ferrocarril Pacifico y luego para el Ferrocarril Oeste, donde escaló posiciones hasta que llegó a ser el abogado y representante de la empresa.

Estamos ya en 1925, Antonia tiene 48, Felipe 53 y la pequeña Josefa apenas 11. Es entonces cuando Roberto, que aún tiene ese cariño por quien le hiciera tantos manjares, ahora desde su posición como ministro de Obras Públicas de Marcelo T. de Alvear, decide agradecer y ayudar a Antonia, por lo que le cede unos terrenos, no sabemos si fiscales o si del ferrocarril, en el Puerto Nuevo de Buenos Aires. Así nace la Parrilla El Vasco, la primera que ofrecía asados en el puerto. Antonia y Felipe atendían y alimentaban a innumerables marineros que, si bien a veces no tenían pesos para pagar su plato, siempre salían de El Vasco con el estómago lleno, aunque hubiesen pagado con papeles extraños de lejanos países, o dejando cerámicas y porcelanas a cambio. Y la joven Josefa pasaba el rato ayudando a sus padres o hasta a veces enseñando a leer y escribir a algún cliente que lo necesitase. Fueron épocas de felicidad y sosiego para la pequeña familia.

Hablé de la mariposa y su aleteo. La mariposa de mi relato es Antonia y su aleteo resonaba con ruido de cacerolas, sartenes, hornos y fogones. Porque es posible, aunque indemostrable, que la joven viuda de Ujué que emigró sola a nuestro país, haya sido una de las personas más influyentes del siglo XX en Argentina, de manera soterrada, incierta, indeseada.

Roberto, el enamorado de la cocina de Antonia, se llamaba Jaime Gerardo Roberto Marcelino María Ortiz, fue diputado por la Ciudad de Buenos Aires, ministro de Obras Públicas de Marcelo Torcuato de Alvear, ministro de Hacienda de Agustín Pedro Justo y, finalmente, el 20 de febrero de 1938 se convertiría en presidente de la República Argentina.

Roberto alcanza la primera magistratura en medio de lo que se llamó luego “la década infame”, un sistema de fraude y proscripción, que había nacido con el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 contra Yrigoyen. Él, para entonces ya se había alejado de la concepción de la política que ejercía el yrigoyenismo, convirtiéndose así en un “antipersonalista”, lo que lo acercó a los círculos conservadores, que veían que en una democracia libre y limpia no podían derrotar a los radicales. En 1932 asume como presidente Agustín P. Justo, quien es el ideólogo detrás del fraude electoral. La situación se mantuvo durante los seis años de su gobierno, y Roberto, como antiguo radical pero antipersonalista, como abogado de intereses británicos e hijo de un rico estanciero, ascendió hasta convertirse en el sucesor designado. De este modo es que entonces el 20 de febrero se convierte en presidente, con Ramón Castillo, un conservador duro, como vice.

Sin embargo Roberto desaprobaba el fraude que lo había elevado al sillón de Rivadavia. Pronto se vio cómo su designación había sido un error de los conservadores. Roberto desmanteló el fraude cuando pudo y, cuando no, actuó en contra, como en el caso de las elecciones de 1940 en la provincia de Buenos Aires, dominada entonces por Manuel Fresco, donde impidió asumir el cargo al gobernador electo Alberto Barceló, nombrando un interventor y denunciando las elecciones como el fraude que habían sido.

De haber seguido ejerciendo la presidencia, Roberto quizás hubiese conseguido desmantelar los mecanismos de fraude y corrupción que se habían instaurado y hasta imaginamos que para 1944 podría haber entregado el gobierno a un presidente elegido por la verdadera voluntad popular, pero sabemos que la historia no fue así.

Roberto Marcelino Ortiz era consciente de que padecía diabetes antes de convertirse en candidato a presidente. Sabía también que debía ceñirse a una dieta estricta y a un estilo de vida calmo. Lamentablemente no pudo hacer ninguna de las dos cosas. El cargo de presidente era lo opuesto a la calma, y una dieta estricta era imposible para alguien que había crecido con los suculentos platos que Antonia le había preparado. Ya se oye el aleteo de la mariposa…

En 1940, con Europa en guerra y un sonado caso de corrupción que involucró al ministro de Guerra de Roberto, su diabetes se agravó. Pronto se provocó una lucha dentro de la coalición que lo había llevado al gobierno, “la Concordancia”, donde muchos apoyaron a Roberto, pero otros maniobraron para colocar al vicepresidente, el conservador Castillo, en la Casa Rosada. Roberto no pudo seguir adelante, su esposa María Luisa Iribarne había fallecido en abril y, si bien su renuncia fue rechazada por amplia mayoría en el Congreso, el 4 de julio pidió licencia por enfermedad, ya que la diabetes le estaba afectando cada vez más, de modo que Ramón Castillo se convirtió en presidente interino.

Con el cambio de jefe, se cambió el gabinete, se cambió la neutralidad argentina que pasó de probritánica a proeje y, lo más notorio, se restableció el fraude en toda su extensión. En 1942 finalmente Roberto presentó la renuncia de forma indeclinable, falleciendo apenas un mes después.

Castillo decidió que, con el fraude a toda máquina, él era el único elector, así que eligió como sucesor a un oligarca ultraconservador y más tarde genocida, (masacre de Rincón Bomba en 1947), llamado Robustiano Patrón Costas. Para enfrentar al candidato oficial, la oposición ofreció la candidatura al ministro de Guerra de Castillo, general Pedro Pablo Ramírez. Enterado Castillo, fuerza la renuncia de Ramírez, pero este acto provoca una rebelión militar, conocida como la Revolución del ‘43, en la que operaba un grupo de oficiales del Ejército Argentino, llamado GOU, Grupo de Oficiales Unidos, donde participaba Ramírez y despuntaba un joven coronel que estaba llamado a ser la figura más relevante del siglo XX en Argentina, Juan Domingo Perón.

Todo lo demás es Historia: el general Arturo Rawson destituyó a Castillo el 4 de junio de 1943, pero a su vez fue destituido a los 3 días para dar lugar al general Pedro Pablo Ramírez, el que iba a ser el candidato de la oposición y miembro del GOU, quien luego de unos meses cedió su cargo ante las presiones del GOU, dejando la presidencia al general Edelmiro Farrell, amigo de Juan Domingo Perón, a quien mantuvo en la Secretaría de Trabajo pero al que también nombró ministro de Guerra, vicepresidente y, finalmente, candidato oficialista para las elecciones de 1946. Había nacido el peronismo.

¿Y Antonia? Nuestra mariposa enviudó nuevamente, vivió una feliz vejez sin necesidades, vio a su adorada hija Josefa casarse también, con un inmigrante español, asturiano él, Agustín Hernández Valiente, tuvo tres nietas y falleció en 1955. Seguramente esto ella nunca lo supo, pero es posible que hayan sido sus platos los que predestinaron a Roberto Marcelino Ortiz a la diabetes. Si así fue, ella es posiblemente una responsable indirecta e inconsciente de la aparición del peronismo y todo lo que eso significó y aún significa.

Y esto tampoco ella nunca lo supo, pero tuvo seis bisnietos: Jazmín y Serena, hijas de su nieta mayor Gladys; Iara y Lorena, hijas de su segunda nieta Élida; y María Cecilia y quien estas líneas escribe, hijos de su nieta menor Ana María.

Tarjeta del entonces presidente Ortiz, enviada con su presente por la boda de la hija de Antonia, Josefa Ochoa, con Agustín Hernández, mis abuelos, en 1939. Conservo esta tarjeta como un tesoro histórico.

El NegroFiero

El NegroFiero, nació en 1974 en Buenos Aires, estudió Ingeniería Electrónica en la UTN, Administración de Empresas en la UBA y Ciencias de la Comunicación, también en la UBA, carrera donde más tiempo duró, (dos asignaturas enteras, ¡y aprobadas!). Emigró a España en 2002, trabajó repartiendo propaganda, vendiendo latas de coca cola en las playas de Valencia, y hasta tuvo un trabajo de verdad, durante unos años.  Casado y con una hija, en los últimos años exhibió una gran capacidad para cocinar, llegando a ser el chef de su propia casa.

NegroFiero obtuvo su apodo en un recordado chat argentino en 1997, cuando vio un usuario con nickname “RubioLindo”.

Hincha de Defensores de Belgrano, fue Voz del Estadio entre 1997 y 2002. Aún extraña hablar por los parlantes del Juan Pasquale.

Ilustracion Por Rosalia Bracamonte.    https://instagram.com/chobracamonte

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