Padre y tiempo

Revista Número 11

Por Bob Chow

Father don’t you go
Let’s just take a walk in the afternoon… look at me

Publisher – Blonde Redhead

 

Lo que Cecilia Garino aprecia en El tiempo es el lugar donde estamos se ajusta a los postulados de la física contemporánea. Desde 1905 (Einstein), el tiempo integra una sociedad inseparable con el espacio bajo un nuevo nombre: espacio-tiempo. No se puede concebir un tiempo sin espacio, ni tampoco lo contrario. Así como las bacterias pululan en el yogur, el espacio-tiempo es el extrañísimo marco que permite nuestro existir y el Ser heideggeriano. Este ente espaciotemporal, en permanente expansión y que fácilmente se confunde con lo real (nosotros también somos espacio-tiempo), es susceptible a la gravedad, al precio de vivir curvado, con lo cual no solo estamos condenados a convivir con el futuro incierto «delante» y el pasado irreversible «detrás»; todo ocurrirá dentro de una gran curvatura. El mundo al cual estamos arrojados no permite más rectas que las mentales. Los bordes de una mesa nos pueden parecer definitivamente rectos, pero su proyección hacia el horizonte nunca lo será.

Al menos, en este universo.

Que el tiempo esté afectado por la gravedad conlleva conclusiones drásticas: la de la Tierra hace que el tiempo transcurra más lento en la cabeza que en los pies. Comparativamente, las cabezas envejecen antes que el resto del cuerpo. El desencuentro espacio-temporal es absoluto: no existe tal cosa como el ahora, ni presente perfecto para compartir con Alfa Centauri, ni tampoco mirándonos a los ojos con alguien. La luz del otro nos llega fracciones de segundo más tarde. Todo lo que vemos es el pasado. Cada partícula tiene su propio tiempo y así tampoco queda lugar para una realidad única y objetiva, viejo sueño de la ciencia. Hay tantos espacio-tiempos, tantas realidades, como partículas.

Lo de arriba podría pasar por una descripción desconcertante aunque científicamente correcta de lo real, excepto que tenemos buenas razones para sospechar que en cien años sonará a dibujito animado. El obstinado discurrir del tiempo nos ha permitido intuir que no existe diferencia significativa entre los marcos teóricos —se asienten estos en elefantes que sostienen la Tierra, la cosmogonía maya, la de Newton, la relatividad o la teoría cuántica de campos— y lo que llamamos real. Construimos la realidad según las contingencias del momento, las herramientas a la mano. Surge pronto una nueva sospecha: la mente es una máquina del tiempo y Cecilia Garino, una de acertar. En situaciones límite, —ejemplo, nuestro padre frito en el piso de la cocina— el tiempo parecerá transcurrir más lento o directamente detenerse. Así, entramos a dudar si acaso existe por fuera de los observadores o si es otra mera construcción de sus cerebros de carne.

De tomarnos el trabajo de graficar nuestra vida como una línea —Google Maps lo hará por nosotros enviando el recorrido completo a nuestra casilla una vez muertos— tenemos derecho a preguntarnos si la muerte que nos toca está allí, ocupando su lugar, ¡ya ocurrida!, tan solo fingiendo esperarnos. ¿Qué razones habría para tener al presente como marco de referencia privilegiado? Para los insatisfechos, existe el eternalismo: todos los eventos pasados, presentes, futuros son igual de reales en un universo bloque de cuatro dimensiones. Desde esta perspectiva, todo ya está realizado y nuestro modo mental de estar en el mundo solo se ha encargado de ordenar los eventos cronológicamente. Podemos salirnos de esta extrañeza para meternos en otra. El futuro no es ningún lugar, sino una configuración que aún no existe (el pasado, una que dejó de serlo). El futuro es un secreto. Todo es posible, —y, pidiendo aún más, todo lo probable ocurre en otros universos paralelos (Everett)— la humanidad podría hasta encontrarle la vuelta al problema técnico de la muerte. Acaso podamos abusar de las curvaturas del tiempo e ir en búsqueda del pasado usando el atajo de un agujero de gusano para reencontrarnos con la persona más querida.

Por ejemplo, con Papá, cuya palabra se toma todo el tiempo del mundo antes de volverse murmullo.  

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