La ofensa

Revista Número 16

Rodrigo Peralta

 

La casa de la Lucre cambió: ahora es más grande. El comedor ya no está dividido por una cortina y en un rincón, una escalera lleva al piso de arriba, donde construyeron dos piezas, una para ella, otra para el Jony. En el comedor pusieron una mesa grande, de madera, un sillón de tres cuerpos y un árbol de navidad que resiste a pesar de que el año ya roza el otoño. Es alto, tanto que casi toca el techo, y está lleno de adornos y guirnaldas de diferentes colores.

Marcos está sentado en el sillón, fuma porro y mira tele. Está vestido con un conjunto deportivo de pantalón azul y campera blanca. En la cabeza usa una gorra, también azul, con la visera recta, y el escudo del club de fútbol bordado en un amarillo dorado. Lucre baja las escaleras con el nene a upa, se sienta a su izquierda, saca la teta y empieza a darle.

—Boludo, ¿podés apagar eso? No me gusta que fumes al lado del nene.

—Perdón, Lucre, una seca y apago… Listo, ¿contenta?

—Todo el día con el churro en la mano, boludo, no podés.

—¿Qué te jode, che?

—Queda mal, ¿no entendés?

—No.

—Ya no podemos andar en la gilada, Marcos. Mirá la casa, mirá todo lo que tenemos. Esto era lo que quería el papi para nosotros, y no voy a dejar que la cagues.

—El papi nos quería afuera del barrio.

—Mentira.

—Qué sabrás vos, nena, si te la pasabas todo el día jugando a la mamá mientras él laburaba.

—Y vos en la escuela.

—Exacto. Papi muleaba para que nosotros no tuviéramos esta vida de mierda.

—¿Qué vida de mierda, boludo? Estamos como queremos.

—Somos las mulas y punteros del barrio, tarada. Los arrastrados de la Benito, las putas…

Lucre deja al nene en el piso y le da una cachetada a Marcos, que le vuela la gorra de la cabeza.

—¿Qué pegás, wacha?

—No hables así, ¿me oíste? Menos delante del nene. Tenemos la vida que tenemos y yo la hice mejor. Te la hice mejor. Tenés ropa, plata, laburo.

—Yo quería terminar la secundaria, nada más.

—Sos un imbécil, Marcos. Fumar tanta mierda te está quemando, te deja liso.

—Esta “mierda” es la mierda que vendemos nosotros. En las esquinas, en la puerta del mercadito, los baldíos… y en la puerta de las escuelas.

—En las escuelas no.

—¡Ja! ¿Quién te dijo que no?

—Yo dije que no.

—Este bagullo lo compró Betty a la salida de la nocturna.

—¿A quién se lo compró?

—No sé, a alguien.

—Llamala, pedile el dato.

—Está trabajando.

—Me importa una mierda qué está haciendo la tarada de tu novia, quiero saber a quién le compró.

—Calmate, boluda, ¿qué saltás?

—El trato era que no vendíamos en los colegios. En ninguno. Alguien se está cortando solo.

—¿Y qué? Hacemos plata igual.

—Nos están pasando por arriba, Marcos. Es una cuestión de poder. En nuestro barrio las reglas las ponemos nosotros, si no, nos copan la parada. No puede haber dos puntas. Llamalo a Bruno, que venga. Mientras, subo a dormir al nene.

—Bruni, ¿qué hacés hermano? Se pudrió la momia, venite.

Marcos deja el teléfono sobre el sillón, cambia de canal y prende el porro. Fuma hasta que llega Bruno.

—Marquitos, ¿qué onda?

—Acá, con bardos como siempre. ¿Querés una seca?

—No, después. ¿La Lucre?

—Arriba. ¡Lucre! Llegó el Bruni.

—¿Qué pasó?

—Betty compró un bagullo de paragua en la escuela.

—Uh…

—¿Cómo andás, Bruno?

—Tranca, Lucre. ¿Vos?

—¿Quién está vendiendo en los colegios?

—No tengo idea.

—No me mientas.

—No te miento. No tengo idea.

—El trato era nada en las escuelas.

—Ya sé.

—De los nuestros no es ninguno. Los tengo a todos marcados.

—Alguna reventa, capaz.

—No. ¿Quién está vendiendo en las escuelas?

—No sé, Lucre. Tranquila.

—Vos representás a los Benito. Ellos te pusieron con nosotros, y antes con el Polaco.

—Sí, sí, pero no tengo idea.

—¿Ellos están vendiendo en las escuelas?

—No.

—¿Están vendiendo?, decime.

—No sé, loca, calmate.

—Loca tu vieja.

Lucre le encaja una piña a Bruno que lo tira al piso, le parte la nariz, le llena la cara de sangre.

—¿Qué hacés boluda?

—Decime la verdad.

—Calmate, Lucre.

—Vos no te metas, Marcos. Y llamá a tu noviecita, que venga. Quiero saber a quién le compró.

—Lucre…

—Llamala, imbécil.

—Y vos, Bruno, escuchame bien: este barrio es mío, ¿entendiste? No de ellos. Yo me lo gané. Desde que enfrié al Gordo que me lo vengo ganando.

—Mataste a un transa, boluda. ¿Quién te creés que sos? Yo me tomo el palo.

—Dale, andá a buchonear, cagón. Se te caen los chismes como a mí las bombachas.

—Bruno…

—Dejame, Marcos. Después hablamos.

—¿Por qué le pegaste?

—Abrí los ojos, bobo. ¿No te das cuenta? Si nosotros no estamos moviéndola, la están moviendo ellos; y si hoy nos pasan en las escuelas, mañana nos van a pasar el trapo en las esquinas, en las canchitas, en todas partes. Nos vamos a quedar sin nada. No pienso volver a vivir en la mierda, Marcos, ¿y vos?

—No te reconozco, boluda. Decís cualquiera.

—No, hermanito, no…

—Capaz ni fueron ellos.

—Vos relajá y dejame a mí, yo me ocupo de todo. A vos no te va a faltar nada, Lucre te cuida.

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