Él mató al doble de Putin
Revista Número 16
Bob Chow
La esencia del genio está en qué pasar por alto
William James
Mujeres y hombres, jóvenes cosacos ucranianos, llegaron con drones bayraktar y lo limpiaron. Mataron apenas al doble de Putlin, rebautizado Putler y también Hitlin. Triple nombre, doble hijo de puta, un nuevo Stalin. La felicidad de los libres no duraría otro día.
Pronto, una tercera versión del robotoide de Putin emergió como un géiser en el palacio de Kremlin.
—Si intervienen, habrá consecuencias… jamás vistas en la historia —señaló en el aire el robotoide, con su dedito de silicona.
En esa geopolítica mafiosa, acepté el caro encargo (lo hubiera hecho gratis) de exterminar el tercer robotoide putiniano, avasalladoramente, el más maligno y peligroso en lo que va de la serie. Interesaba, por lo demás, la complejidad de la misión, así como atrae más el diseño de un televisor LCD que lo que pueda proyectar. Para la «operación militar especial», fui, verbigracia, en procura de una pantalla Guelver, logro del ingenio humano que otorga a su usuario una invisibilidad por poco perfecta, al permitirle que se desplace dentro de una suerte de campana, traje de LED o TV omnidireccional que transmite de continuo y de frente lo que capta detrás, creando un efecto de transparencia riguroso.
El sueño dulce del sicario internacional.
—Serás asquerosamente libre —dijo, seco, el mismísimo Guelver en la despedida con toque de puño.
Así, me acerqué a una distancia ridícula de Putin y le di de beber todo el plomo que llevaba encima. Invisible, me quedé junto al presidente de la Federación Rusa en el suelo hasta verificar que hubiese partido hacia los trasmundos. Desde un islote de botox, sus labios de reptil que no duerme legaron un último mensaje.
— Ty chertova illyuziya (Eres una puta ilusión).
Pude haber respondido, tú ya ni eso. Cumplida la misión, tuiteé para el mundo, sin emociones notables:
—PUTIN’S 3rd ROBOTOID > ELIMINATED
Consideré adecuado conservar la pantalla Guelver, esperaba retaliación rusófila. A los fines prácticos, matar al Putin falso trae similares consecuencias que matar al verdadero. Luego, hubo que patear un segundo tablero. Decidí no cumplir el pacto con Guelver, esto es, devolverle la pantalla. Iba a necesitar un buen escondite por tiempo indeterminado. ¿Qué recursos tenía Guelver de recuperar su maldita pantalla de invisibilidad? De paso, ¿existiría tal entidad original llamada Vladimir Putin representada por dobles en las apariciones en público? Me pregunté también si yo mismo sería la cosa verdadera o, en vez, la tibia copia de un ente sí auténtico, para entonces elevar la pregunta al gran universo: ¿el cosmos que intentamos conocer es también la simulación de uno que vayamos a llamar «real»? ¿Qué nos habilitaría a considerar «uno», y no múltiples, a ese hipotético lugar absoluto donde se crean todas las simulaciones? Y también, ¿cuántos niveles se permitirían de una secuencia recurrente así —simulaciones creadas desde simulaciones— sin propósito manifiesto? ¿Existimos en el último nivel? ¿Aquel incapaz aún de generar sus propias simulaciones que a su vez generen otras simulaciones?
Con las especulaciones de arriba en mente, procuré entretenimiento en casas ajenas, asquerosamente libre. Mientras, el cuarto robotoide de Putin ya amenazaba al mundo, a la Luna y a Marte. Como en una pesadilla, la defensa ucraniana estuvo combatiendo durante días contra un tanque ruso Z fuera de control. Cuando lo destruyeron, sacaron de dentro el cadáver de su conductor, un niño con uniforme.
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ÉL MATÓ AL DOBLE DE PUTIN
-55 AÑOS DE INSASTIFACCION- BOB CHOW (2022)