En pandemia con David Torres

Revista Número 3

Por Demian Naón

“Lo importante no es escribir bien, eso lo aprendí en seguida, sino decir algo” dice David Torres, uno de los más prestigiosos escritores de la narrativa española actual. Un escritor de culto para los fanáticos de la novela negra. En esta entrevista nos cuenta entre otras cosas, cómo logró que el personaje Roberto Esteban, un tipo que le habría gustado ser, se reflejara en su novela El gran silencio, finalista del Premio Nadal en el 2003.

 

Al principio. ¿Cómo fue tu infancia en relación con la escritura?

Descubrí que se me daba bien, que tenía un don para escribir, del mismo que otros críos tenían oído musical o aptitudes gimnásticas. Recuerdo ciertas redacciones del colegio bastante exacerbadas, esos ejercicios en los que el profesor pedía que describiéramos un objeto o una situación, y yo empezaba a ampliar el campo, a meter adjetivos y al final inventaba una pelea con muchos puñetazos y mucha sangre.

¿Había rastros del escritor en el que te convertirías?

Probablemente. Por ejemplo, la atracción por la violencia que te comentaba antes, me venía por un lado del cine y por otro de los comics a los que tan aficionado era en los ochenta. Por no hablar de la propia violencia callejera propia de un extrarradio madrileño a finales de los setenta, los yonquis, los delincuentes juveniles, los traficantes. Entonces no me daba cuenta pero era como vivir en un western.

¿Tienes alguna anécdota que sintetice tu conexión con la escritura a esa temprana edad? ¿Podrías contarnos sobre eso?

Con la escritura no, con la lectura sí. Recuerdo un pasaje maravilloso de Salgari, en Los pescadores de ballenas, la descripción de una aurora boreal, que leí a los siete u ocho años. Me quedé boquiabierto, mucho más sorprendido que años después, al ver la fotografía de una auténtica aurora boreal. Lo mejor de todo es que Salgari, con los pocos viajes que hizo, difícilmente pudo ver una, pero la imaginó a la perfección. Como muchos otros grandes, Salgari no necesitaba ir a un sitio para hablar de él. Comprendí que los mejores narradores escribían de oídas.

La sorpresa. Como fanáticos de los libros, sabemos que a menudo el escritor se sorprende con su propia escritura. ¿Podrías decirnos qué personajes, ideas o párrafos te sorprendieron al escribir?

Muchas veces, justo antes de dormirme, aparecen ideas, frases o giros argumentales que tengo que anotar de inmediato y que pueden cambiar la estructura del libro de arriba abajo. Tiene que ver, sin duda, con la relajación corporal y esa entrada al inconsciente que conecta de repente las sinapsis cerebrales. Por otra parte, la verdadera creación se da en el momento de enfrentarse a la página en blanco, lo que los clásicos llamaban elocutio. Por ejemplo, te puedo decir, a riesgo de destripar la novela, que descubrí un elemento esencial del personaje de Roberto Esteban en medio de la escritura de El gran silencio, más o menos hacia la mitad del manuscrito. Fue cuando Roberto estaba en la playa y se echaba dormir a pesar del ruido que armaban los veraneantes y el jaleo de los niños; me detuve y me di cuenta de que había algo raro ahí. Y entonces pensé: “Joder, este tío está sordo”.

El estilo. ¿Hubo un momento en que las cosas encajaron? ¿Hubo algún momento en el que decidiste arriesgarte con tus ideas? ¿Tu escritura, temas y tipos de personajes cambiaron con el tiempo?

Lo importante no es escribir bien, eso lo aprendí en seguida, sino decir algo. Las distinciones entre narradores y estilistas siempre me han parecido superfluas, casi tan dañinas como ese empeño de las escuelas de escritura en imitar a Carver y su supuesto estilo llano. Escribir una prosa sencilla, al estilo de Hemingway, es tan difícil como escribir una prosa complicada, al estilo de Faulkner: todo depende de la naturalidad con que fluya la escritura de uno, descubrir si tiendes al barroco por naturaleza o si tus frases cortas son sólo pegotes. Por eso, treinta frases cortas mal hechas, al estilo de Hemingway, pueden resultar mucho más pesadas que una sola frase larga faulkneriana, llena de meandros sintácticos. El estilo en prosa es cuestión de respiración, igual que en la poesía. Encontrarlo puede llevar muchos años, decenios incluso, o toda una vida.

¿Qué escritores te hubiese gustado que te influyeran y cuáles te han influenciado?

No sé, la lista sería muy larga. Digamos que admiro enormemente a Burgess, a García Márquez, a Lem, a Calvino, a Barth; sin embargo, quienes más me influyeron fueron Onetti, Marsé o Benet. Probablemente tiene mucho que ver con el peso del idioma.

Sabemos que recomendaste Travesti del escritor John Hawkes, ¿qué es lo que te atrajo de su escritura?

Esa novela es una obra maestra absoluta, no le sobra ni una palabra, sabes desde la primera frase todo lo que va a pasar y no sólo no puedes hacer nada para evitarlo sino que no puedes despegar los ojos de la página. Al mismo tiempo, es una especie de alegoría de la lectura, en la que el lector es el pasajero sentado al lado del narrador-conductor, aterrado ante la inminencia del accidente.

Similitudes. ¿Podrías decirnos: en tu trabajo, cuáles son las características más cercanas a la vida real de David Torres?

En la ficción, en mi caso, hay muchos mecanismos de huida, sublimación y compensación. Supongo que por eso me inventé a Roberto Esteban, que es un tipo que me habría gustado ser. La maravilla de la literatura es que permite vivir otras vidas: es uno de los principales atractivos de leer y escribir novelas.

¿Podrías contarnos del proceso de escritura y posterior edición de El gran silencio?

Surgió de un juego entre amigos, una reunión de poetas a comienzos de milenio donde decidimos escribir una novela a seis o siete manos. Sorteamos el género y el título, salió novela negra y se iba a llamar El pie sin huella. Me tocó empezar y, sólo por fastidiar, me inventé un detective abstemio y ex alcohólico, un tipo duro que vivía con un pez luchador tailandés, pero en el segundo capítulo uno de los poetas ya me lo había convertido en un llorón, en el siguiente otro lo había puesto a beber vodka. Entonces di un golpe de estado y escribí lo que acabaría siendo El gran silencio manteniendo el nombre del personaje y cambiando el oficio de detective por el de matón. Por cierto que El pie sin huella se editó hace unos años.

Escribiendo después de Covid-19. ¿Crees que esto cambiará los temas que sueles seguir en tu escritura? ¿Sientes que tus personajes incorporarán algo que no tenían antes? ¿Qué exactamente?

Dios, sólo espero el día en que podamos andar por la calle sin mascarilla. Creo que esa incomodidad nos da una idea de lo que deben sufrir las mujeres con el velo en los países islámicos. Tendré que acostumbrarme a que mis personajes guarden la distancia, igual que me acostumbré a que usaran teléfonos móviles.

¿Crees que existe una nueva forma literaria en los guiones de las series que se ofrecen por los portales de streaming?

Me temo que la época de las grandes teleseries ya ha pasado, fue un reinado breve y esplendoroso que nos dio Los Soprano, A dos metros bajo tierra, The Shield, Breaking Bad, Mad Men, Deadwood y unas pocas más. Lo que distinguía a esas series de las anteriores, por buenas que fueran, era el sentido de unidad, de proporción y de estructura: no eran una simple acumulación de episodios sino una narrativa con docenas de personajes y varias subtramas. En un paralelismo con el cine, puede decirse que, en cuanto a forma y duración se articulaban como novelas, frente a la brevedad y la concisión de las películas de dos horas, que funcionan más bien como un cuento. En ese sentido, puede decirse que han expandido la forma del guión cinematográfico hacia la novela.

Hoy. Después de Palos de ciego. ¿Podrías contarnos en qué estás trabajando ahora?

Soy supersticioso al respecto, pero de momento sigo en dique seco. Siempre espero alguna sorpresa. Ojalá no tarde mucho.

 

David Torres (Madrid, 1966), escritor, columnista de prensa y profesor en la escuela literaria Hotel Kafka, es un referente de la narrativa española actual y de la novela negra. Su primera  novela, Nanga Parbat,  ganó el Premio Desnivel de Literatura de Montaña, Viajes y Aventura en 1999. Con Niños de tiza (2008) obtuvo el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Premio Tigre Juan. En 2003 fue finalista del Premio Nadal con su novela El gran silencio y en 2011 ganó el Premio Logroño de Novela con Punto de fisión. Otros de sus títulos aclamados por la crítica son El mar en ruinas (2005), los libros de viajes como La sangre y el ámbar, los libros de relatos Cuidado con el perroDonde no irán los navegantes y su libro de poesía Londres, entre otros.

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