La salida mágica

Revista Número 5

Por Ulises Martino

Estaba con poca plata manejando un auto en la ruta con poca nafta, harto de tener poca plata y de tener poca nafta, harto principalmente de mí. Y eso me parecía la perfección. Solo me faltaba conducir borracho. Las veces que había piloteado borracho lo había hecho de manera excelente.

A lo poco, apareció una estación de servicio. No digo que me alegré. De alguna manera, estaba queriendo desafiar la ley de la gravedad de la nafta. Era un auto tan compañero que lo sentía capaz de aguantarme, más allá de la lógica. Como yo aguantaba sin plata.

Aunque tenía un antecedente con eso de estirar la carga. Calculé para cien kilómetros, quedaban ochenta a Pirán y terminé en la banquina.

Así que me rendí a la evidencia. Tenía que darle alimento a la nave si quería seguir avanzando, echarle nafta aunque tuviera nada de plata. Para eso estaba la tarjeta de crédito, al tope, que me permitía llegar a fin de mes.

De paso iba a tomar un café. Un buen café, doble, con tres medialunas para mitigar el hambre. Para sentarme en una mesa y observar el mundo desde la cafetería, como si fuera Freud. Eso le sacude la modorra, no sé si al paisaje o a mi visión del paisaje.

Desde allí, los autos pasaban a demasiada velocidad. Muchos, a más alta de la permitida. ¿Sería realmente así? ¿Y si era así, por qué conducían con tanto apuro?

Nadie parecía tener problemas con el dinero, quizás tuvieran otros problemas, de eso estaba seguro, pero no se notaban afectados por esos problemas.

Como si la existencia se redujera al dinero. Tenerlo o no tenerlo significaba el problema. La raza humana había sido convencida de que vivir era un asunto exclusivo con el dinero. Tenerlo para sentirse gigante, lo contrario para sentirse un tarado mental. Yo estaba a mitad de camino, no solo de llegar a mi casa.

Fuera de la ruta, otra porción del mundo no participaba del juego. No tenían la opción de tener un auto, ni cuestionarse en la ruta, ocupada en sobrevivir.  

Alguien nos había metido la mano en el alma. Hasta Freud parecía un tarado mental.

 

Tenía que seguir manejando pero estaba a gusto en la cafetería, viendo el atardecer. Las nubes entrando en esa especie de limbo del cielo. Tenía mis preocupaciones pero no lograban absorberme del todo. La raza humana estaba perdida y yo me tenía contento en la perdición. Estaba consciente de la flaqueza. Me alimentaba a mí mismo. Abandoné lo de la mirada en la ruta. Pedí otro café. No me importaba volver, no estaba apurado.

‒¿Volver a qué? De vuelta a casa. ¿Por qué uno se vuelve a casa? Son las obligaciones. Eso es una coartada.

Diálogos que se producían manejando, o tomando el café. Muchos de esos diálogos en donde yo mismo no me ponía de acuerdo.

Me dediqué al periódico que estaba manso en la mesa de al lado. Papel a través del cual no te enterás demasiado de nada pero se obtiene una noción del mundo. Vi algo de política, nada nuevo, le seguían pegando a Cristina. Fui a los deportes. Busqué noticias de Independiente. Una declaración del técnico: “Ya estamos trabajando en la solución”. Después, me entretuve con un suplemento que se titulaba Cultura.

En la contratapa, un tipo que era entrevistado explicaba una técnica para dejar de fumar. Se había montado una buena. Lo conseguía a través de la hipnosis. Agendé su dirección de email. Era probable que muchos, lo hicieran ese día. Anotar su dirección, se iba a llenar de clientela.

Pero mi plan no era dejar de fumar. Allí, me pareció que estaba la solución del dinero. Le iba a copiar el método. Una sesión con el tipo bastaba. Aunque lo de la hipnosis resultaba complejo. Le copio el método pero sin la hipnosis, concluí para mí.

De nuevo en la ruta me agarró la noche.

¿Cómo sería el método sin hipnosis? Dos preguntas.

Una: ¿Querés dejar de fumar? Dos: ¿Vos sabés por qué fumás?

La primera resultaba evidente. Iban a decir que sí. La segunda era más profunda. Allí, en plena oscuridad de la noche, me pareció que si uno comprende su mecanismo se puede meter con él.

¿Yo, por qué fumaba? No me animaba a saberlo, tampoco tenía que tener la respuesta porque no pensaba dejar de fumar.

El cielo se plagó de estrellas, demasiadas estrellas. Noche sin luna, oscuridad completa en la ruta. Por un momento, me invadió la tristeza. En la soledad, todo parecía eterno. Y, sin embargo, esa sensación de la eternidad era la confirmación de la finitud. De que mi vida iba a terminarse. ¿Qué importaba la plata?

Miré la aguja del tanque lleno. Roja, luminosa, arrogante. Los problemas triviales no tenían sentido. Nadie puede tener un problema trivial que no pueda solucionar con el tanque lleno. 

Sonó el celular.

Era Verónica, que llamaba desde Mar del Sud. Entonces, me pareció recordar que estaba casado. En la ruta me olvidaba de todo.

‒¿Ya llegaste?

‒Estoy a cincuenta kilómetros –le mentí.

Pero apenas había superado Dolores. Me quedaban, por lo menos, doscientos. No quería decirle, para evitar preguntas.

¿Qué te pasó? ¿Te demoraste por algo? ¿Se te quedó el auto?

No quería hablar del auto. No quería hablar de mí. De mi tiempo en la ruta. Decir la verdad es un problema. Es abrir un mundo, en el que uno solo se entiende. Lo que me pasa en la ruta. Lo que me pasa en la noche. Estar en pareja me desconcierta. En la ruta juego a que estoy solo. A que nadie en el mundo me espera. Esa es mi liberación, sentirme solo en el mundo me arranca del aburrimiento. Por eso le mentí, porque la mentira es una realidad.

No paré en Dolores, paré en Sevigné. Una parrilla en la ruta. Antes de pedir, me cercioré de que aceptaran la tarjeta de crédito. Después, cuando viene el resumen solo me alcanza para el pago mínimo. Así un mes, y el otro. Hasta que se corte la cuerda. O hasta que, como siempre divago, se me ocurra la salida mágica. Como se le ocurrió al hijo de puta que te hace dejar de fumar.

Pechito de cerdo con ensalada mixta. Un chori. Un buen vaso de vino. De la casa. Medio pingüino. Lo probé y me pareció el vino más rico del mundo. Dos pingüinos. Ya estaba rozando la perfección. Quedaban 180 kilómetros, los mejores del viaje. Tres pingüinos. No iba a manejar borracho pero sí entonado. Era capaz de hacerlo.

 

 

Ulises Martino : nacido en Lugano, Caba. Psicólogo Social, actor y director teatral. Escribió y dirigió Medicina Pasto, estrenada en 2010, en el Teatro Boedo XXI y realizando dos temporadas. Como actor participó en varias obras, entre ellas La Espera Trágica.

Luego dejó el teatro para dedicarse a escribir.

Participó en el taller literario de Pablo Ramos, donde trabajó la novela Lo más parecido al amor y algunos de los cuentos de El Mundo de las mujeres.

Dicho libro que consta de once cuentos, resultó ganador del primer premio del Concurso A. Bioy Casares, edición 14º (Las Flores), recientemente otorgado.

El cuento “Un buen nadador” fue seleccionado y forma parte del libro Los Vicios de los Muertos (Cuentos Rockeros I) que acaba de editar Hormigas Negras. Actualmente el libro está en pre venta en La Paz Arriba. El 19 de diciembre se presentará oficialmente.

Columnista literario del programa radial Sudestada que se emite por FM Rodante Comunitaria de Mar del Sud.

Como Psicólogo Social, fue coordinador del programa Niños de la calle, por más de diez años. En la actualidad, trabaja en el programa Fortalecimiento de Vínculos, acompañando a familias en situación de vulnerabilidad.

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