Qué hay y qué hacer

Revista Número 12

Bob Chow

Qué hay y qué hacer

Traje un suvenir

de la tierra pirahā,

solo vas a creer

lo que ocurra frente a tu cara.

¿Qué querrá decir «ontológico» en «coach ontológico»? ¿Entra en relación con el estudio de los entes en tanto en entes? ¿Con el de las categorías mentales? ¿Con el que debate la existencia de un ser creador, por ejemplo, Dios? ¿Se pondera qué hay en el universo?

En el nicho que vive de la frustración y el sufrimiento neurótico, el coach ontológico compite con el tarotista, el astrólogo y el terapeuta cuando, prescindiendo de estudios formales, chamuya que va directo a los bifes, más rápido y más barato. Si renombramos al coaching ontológico como terapia para giles, se le plantea de movida al susodicho coach la contradicción entre venderse como «especialista en lograr cosas», «experto en vivir» y que centre sus valiosísimos días en la atención de salames.

Como la lucha por los recursos es de manual en las especies, el coach ontológico ya compite contra especialistas de silicio, esto es, las apps de coaching, bots que capacitan a los humanos en el arte de vivir con plenitud una experiencia biológica.

También existe el couch ontológico. Lennon recurrió a otros muebles, como la célebre cama con la que predicó paz junto a Yoko Ono.

Yes was the answer.

Con todo, la ontología no se ocupa de posturas, ni sobre cómo proceder. Como toda rama filosófica, deja más preguntas que respuestas. Indaga sobre lo terriblemente a la mano y desconcertante: ¿qué es esto?, ¿qué es lo real? No diría que el asunto es banal. En su mínima expresión, la pregunta de la ontología es ¿qué hay?

¿Qué hay en el universo?

Parménides, el primer ontólogo, respondió: —Hay ente.

Entes, es decir, objetos. Ondas, partículas, loros, el Principito, sustantivos, planetas, supercúmulos galácticos. Cualquier cosa que nos venga a la mente es necesariamente un ente. Pero esta, bien parece una conveniencia o una limitación de los cerebros de carne. El mundo no se llama mundo a sí mismo. Ni siquiera está enterado de ser, categoría que explotó Heidegger. Hasta lo que sabemos, ser es una bendición y un problema exclusivo humano. Desconocer qué hay, cuánto hay, desde y hasta cuándo hay, tiene toda la pinta de ser un tremendo problema. Cómo proceder en ese territorio desconocido —¿qué hacer en el tiempo en que se es?— también.

La tribu pirahā del Amazonas  —acaso la más aislada del mundo— mira estos grandes asuntos metafísicos de un modo diferente. Cuando el misionero Everett quiso evangelizarlos, perdieron interés en su historia al enterarse de que no había visto a Jesús en persona. Para los pirahā, ni la castidad, ni la intimidad, representan valor alguno. Un coach ontológico se frustraría demasiado con ellos. Prácticamente conviven bajo una sola regla: a los pirahā no se les dice lo que tiene que hacer. Carecen de historia y mitos fundantes, solo creen en lo que pueden ver. No se hacen mayores problemas en navegar hacia el abismo último con una sonrisa en la cara.

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