Monedas

Revista Número 2

John Fante

Llenos de vida

John Fante

Editorial Anagrama Barcelona

(…)Tres mozos de estación que nos vieron forcejear corrieron a ayudarnos.

Saqué los billetes y uno se puso a rellenar los correspondientes recibos.

Mi padre estaba atónito.

—¿Qué ocurre? ¿Qué quieren?

—Este caballero llevará los bultos a nuestro vagón.

— ¿Tendremos que pagar? ¿Cuánto?

Cincuenta centavos me parecía razonable.

—¿Estás loco? Ya lo hago yo, y gratis.

—Escucha, papá. Las cosas se hacen así. Faltan kilómetros para llegar al tren.

No cedió. Indicó al mozo que se apartara.

—Llevo dos garrafas de vino en la negra. Me las rompería.

—Tendré cuidado, señor —dijo el mozo.

—Que no.

—Por favor, papá. Deja que lleve por lo menos las herramientas.

—Ahí dentro hay una llana que tiene cuarenta años. Esas herramientas me costaron doscientos dólares.

—Lo que usted diga, señor —dijo el mozo sonriendo.

Le di las gracias.

—Nos arreglaremos —dije—. Tenga. Le lancé una moneda de veinticinco centavos.

La atrapó en el aire, me sonrió y se fue. Mi padre no daba crédito a sus ojos.

—¿Le has dado dinero? ¿Por qué?

—Porque también tiene que comer.

Echó a correr detrás del mozo, gritándole vuelva, vuelva aquí, oiga. El mozo volvió, sorprendido y sonriente. Mi padre le señaló los bultos.

—Llévelos; todos menos éste. (…)


Apegos feroces

Vivian Gornick

Editorial Sexto Piso

(…) se llevaba las manos a la cara y con ojos resplandecientes exclamaba: «¡Oy, chicas!»   Esta misma tarde estaba leyendo una noticia del periódico. Una mujer -pobre, buena y guapa- estaba cruzando la calle a toda prisa con el último centavo que le quedaba en la mano para comprarle leche a su hijo enfermo, que había dejado en casa, sólo por un minuto, para comprar la leche, y un coche dobla la esquina a toda velocidad, la engancha, la tira al suelo, le pasa por encima y la machaca. Gevalt! La gente se acerca corriendo. ¡Hay sangre por todas partes! El mundo entero está inundado de su sangre. Se la llevan y ¿sabéis qué? No os lo vais a creer. No cabe en mente humana que eso pudiese pasar. ¿Estáis preparadas? Una hora más tarde encontraron su mano en un sumidero. Todavía estaba sujetando la moneda. (…)

Gevalt: Yiddish  Exclamación de sorpresa, incredulidad o simplemente utilizada para enfatizar. Nota del autor


Se busca una mujer

Charles Bukowski

Editorial Anagrama

(…) —Se me está paralizando el brazo, apenas puedo mover los dedos, creo que voy a morirme, los médicos no saben encontrar mi mal. Las chicas creen que bromeo, las chicas se ríen de mí.

—Le creo— le dije.

Tomamos un par de copas más.

—Me gustas— dijo Willie—. Tienes pinta de haber vivido, tienes pinta de haber adquirido clase. La mayoría de la gente no tiene clase. Tú tienes clase.

—No sé nada sobre clase —dije—, pero sí que he vivido.

Tomamos algunos tragos más y nos fuimos al salón. Willie se puso una gorra de marino, se sentó delante de un órgano y empezó a tocarlo con su único brazo. Era un órgano muy potente.

Había monedas de un cuarto, de quince y de céntimo desparramadas por todo el suelo. Yo no hice preguntas. Nos sentamos allí bebiendo y escuchando el órgano. Aplaudí ligeramente cuando acabó.

—Todas las chicas estuvieron aquí la otra noche —me contó— y entonces alguien gritó: ¡A CORRER! y deberías haberlas visto corriendo, algunas desnudas y otras en bragas y sujetador, todas se pusieron a correr y acabaron en el garaje. ¡Fue condenadamente divertido! Yo me quedé sentado aquí arriba y ellas volvieron a subir en fila riéndose y empujándose.

¡Ya lo creo que fue divertido!

—¿Y quién fue el que gritó A CORRER? —pregunté.

—Fui yo —dijo él.

Entonces se fue a su dormitorio, se quitó la ropa y se metió en la cama. Pepper entró y le besó y habló con él mientras yo paseaba recogiendo monedas del suelo. (…)


Crimen y Castigo

Fydor Dostoyevsky

Editorial Knowledge House & Fiódor M. Dostoievski

(…) Pero Raskolnikof estaba ya en la calle. Iba por el puente de Nicolás, cuando una aventura desagradable le hizo volver en sí momentáneamente. Un cochero cuyos caballos estuvieron a punto de arrollarlo le dio un fuerte latigazo en la espalda después de haberle dicho a gritos tres o cuatro veces que se apartase. Este latigazo despertó en él una ira ciega. Saltó hacia el pretil (sólo Dios sabe por qué hasta entonces había ido por medio de la calzada) rechinando los dientes. Todos los que estaban cerca se echaron a reír.

—¡Bien hecho!

—¡Estos granujas!

—Conozco a estos bribones. Se hacen el borracho, se meten bajo las ruedas y uno tiene que pagar daños y perjuicios.

—Algunos viven de eso.

Aún estaba apoyado en el pretil, frotándose la espalda, ardiendo de ira, siguiendo con la mirada el coche que se alejaba, cuando notó que alguien le ponía una moneda en la mano.

Volvió la cabeza y vio a una vieja cubierta con un gorro y calzada con borceguíes de piel de cabra, acompañada de una joven -su hija sin duda- que llevaba sombrero y una sombrilla verde.

—Toma esto, hermano, en nombre de Cristo.

Él tomó la moneda y ellas continuaron su camino. Era una pieza de veinte kopeks.

Se comprendía que, al ver su aspecto y su indumentaria, le hubieran tomado por un mendigo. (…)

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