La lune

Revista Número 8

Por Daniel Escolar

La lune colgue du ciel avec an hilite…”

 

decía Carlos Perciavalle en un disco que yo escuchaba una y otra vez en el living del departamento de mis padres en la calle Malabia frente al Botánico. Entraba el sol por las ventanas que daban sobre las palmeras gigantes de la esquina de Malabia con Las Heras y era como si un aire de polvo dorado flotara sobre todas las cosas: los sillones, las alfombras, las bibliotecas, la mesa ratona de cuero, el tocadiscos Audinac que había comprado mi papá, con esa tapa de plástico oscuro espectacular y los baffles de madera grandes como muebles.

 

…Un hilite si finito, si finito, Comprenez vous mhijito?…”

 

Villa Gesell, 20 de julio de 1969: cenamos en el restaurante de Cacho, mi abuela Bela, mi abuelo Belo, mi mamá, mi papá, mi hermano Marcelo el grande y yo. Sobre una mesa hay una tele encendida, en la pantalla dos astronautas caminan por la superficie de luna, los vemos en vivo y en directo. Desde entonces para mí la luna es siempre en blanco y negro. Salimos al frío de la noche, mi papá me muestra el cielo: hombres con trajes plateados saltan sobre mares de hielo; pienso en la arena que hay pasando la Avenida 1, en el mar, un poco más allá. Olas lunares.

 

…La lune: blanche comme mayonnayse

Belle comme vous

Ronde comme…

 

Una luna enorme baja sobre las montañas de Barreal, baja junto con una estrella brillante como un ovni, bajan juntas, la luna en el medio, la estrella un poco más a la derecha, algo más abajo, parecen dibujadas las dos en un mismo papel Canson Nº 5, uno de esos papeles gruesos que usábamos para dibujar en la escuela: montañas de colores con la luna, el sol y las estrellas todos juntos. Miramos el cielo como si fuera la primera vez, la mano de ella en mi mano (o la mía en la suya, por las dudas). Más tarde, ya en la carpa, salgo de la bolsa de dormir y me meto entre sus piernas (y eso sí es la primera vez).

Luna de mar: mi hermosa amiga Roxi sube a Instagram una foto donde están ella a un lado sonriendo y al otro la luna saliendo sobre el mar de Ostende. Me acuerdo de algunas cosas: volvemos caminando por la playa después de tocar hasta la madrugada en el bar del Viejo Hotel, es la primera vez que tocamos y la gente no nos deja ir, tocamos y cantamos cualquier cosa, el piano tiene cien años, nosotros, veinte; fuimos por la comida. Al final me paro frente al público y recito con la mano levantada para que todos la vean bien, la luna, tan redonda.

 

…Elle, la lune,

colgue du ciel avec un hilito…”

 

Luna de febrero: mi mamá en una cama del Cemic abre los ojos y mira por la ventana. Qué grande está la luna, dice de pronto, y ya hace varios días que no habla. Luchito vino a visitarme, dice, debe ser San Valentín. Nos gustaba mirar la luna juntos, hace una pausa muy larga, los ojos fijos en la ventana. Lo extraño tanto, dice, y es lo último que dice. Y a mí, que nunca aguanté escucharla repetir una y otra vez cuánto lo extrañaba, me parece como si se lo estuviera escuchando decir por primera vez. La luna sube despacio entre los edificios, es un círculo amarillo, bellísimo e indiferente. 

Y enorme. Cualquiera que tenga la costumbre de mirar el cielo de vez en cuando, sabe que la luna viene cada vez más grande. Cada luna llena que aparece es la más grande y la más brillante del siglo. Y viene con colores de Photoshop: un amarillo que es pura exageración, un rojo que ni en una postal: Luna de sangre, le dicen. Porque ahora las lunas tienen nombre: Luna azul, Luna de nieve, Luna de sangre. Los diarios informan, las redes sociales informan mucho más, la gente se saca fotos. Es evidente que con los años el público se ha ido acostumbrando a este crecimiento ininterrumpido de la luna, a esta elefantiasis lunar, pero yo no. Desde que me vine a vivir a este departamento lleno de ventanas que fue de Astor y ahora es mío, tengo registrada cada salida de la luna llena, cada amanecer lunar. Los ventanales que dan al Este son como una pantalla gigante, un observatorio Panavisión, Full screen, SuperHD, las lunas se levantan como soles gordos y penumbrosos sobre Puerto Madero, las torres altísimas se vuelven finitas y frágiles y parece como si fueran a derretirse contra esa especie de brasa medio apagada que las envuelve por detrás. Y mientras el cielo se enmudece con el espectáculo y la gente saca fotos desde los balcones y las terrazas, yo mido. Pongo sobre la ventana una regla transparente que tengo desde de la secundaria, me siento a una cierta distancia y, tomando como referencia el espacio entre los edificios, mido y anoto. Nada de improvisación, pura ciencia y perseverancia. Y decepción, claro, porque a veces a la luna le da por salir de día, o resulta que la noche está nublada y la fecha se pierde y hay que esperar otros 28 días para volver a medir. Pero aún así, mis datos indican que, sin lugar a dudas, mes a mes la luna crece (al menos durante los dos años que llevo aquí). Y no tengo ninguna duda de que los astrónomos, los científicos en general y los políticos en particular, están perfectamente al tanto de este fenómeno, y me llama la atención, o a lo mejor no debería llamarme tanto la atención, pero igual me la llama, que no sea noticia en los diarios y en las redes sociales (sobre todo en las redes sociales). Y pienso que tal vez sea uno de esos temas que los franceses y otros europeos con más conocimiento que nosotros dicen que se nos ocultan, como el 5G, el verdadero origen del COVID, o el alunizaje de la Apollo 11 que vi por la tele aquella noche en el restaurante de Cacho en Villa Gesell. Puede ser, o puede que no. Tal vez sólo sea que mis ojos son ahora más chicos y ven todo más grande, o que tengo el corazón más rígido y se llena fácilmente con mucho menos, o que estamos en febrero y la luna siempre crece en febrero, como crece cuando está sobre el mar o sobre las montañas de Barreal. Es un tema que me apasiona y me preocupa en partes iguales y que, a veces, no me deja dormir del todo bien. Esas noches me quedo pensando en el tamaño de la luna y otras cosas parecidas y pasa un buen rato antes de que el sueño finalmente me lleve con él a ese lugar en el que las lunas, los soles, las montañas, el mar y casi todas las cosas de este mundo se mezclan como en un dibujo sobre una hoja Canson.

 

…Un hilito si finito, si finito, comprenez vous mhijito?

Que si quelqu’un, jodí de merde, cócte lhilito,

la lune se tombe sur la terre, et tout le monde se va a la merde!

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