Ciclos
Revista Número 10
Por Rodrigo. A. Peralta
—Permiso, ¿el señor Ricardo Gómez?
—El mismo, ¿Walter? Vení, sentate.
—Gracias.
—Llegaste puntual. Bien. ¿Trajiste el currículum?
—Sí, acá está.
—A ver… Terminaste el secundario el año pasado.
—Sí. En realidad, terminé el anterior, pero me habían quedado un par de materias.
—Está bien. Trabajás en un kiosco, ¿qué tal eso?
—Bien… un poco aburrido.
—¿Muchas horas?
—Nueve.
—Bueno, mirá, esto es más bien sencillo. Lo que hacemos es cargar los datos de los diferentes museos del país. Ellos nos mandan las planillas con las cosas que ingresan y nosotros cargamos esos bienes y les asignamos un número de patrimonio. Después les mandamos todo de vuelta. ¿Entendés?
—Sí.
—¿Cómo te manejás con la PC?
—Tenía informática en el colegio.
—Bien. En principio esto es un trabajo eventual. Vas a entrar como contratado, lo que significa que tenés que sacar el monotributo, imprimir facturas y todos los meses presentarlas en Recursos Humanos. Ellos después te pagan. ¿Estamos?
—Eh…
—Tranquilo, después te explicamos bien, es una pavada. La única diferencia con el resto es que no vas a tener vacaciones pagas ni aguinaldo, y la obra social y jubilación tenés que pagártelas vos todos los meses.
—Bueno.
—El horario también es diferente, acá son sólo seis horas. Ojo, vas a pasar facturas por cuarenta horas semanales. Así el sueldo es un poco más alto y compensamos lo otro. ¿Qué te parece?
—Está bien.
—Excelente. Para empezar, vas a ir a sacarte los antecedentes, un certificado… Disculpame. Adelante.
—Permiso… Richard, ¿cómo va?
—Martín, vení, pasá.
—¿Ocupado? Vengo después.
—No, no, pasá. Te presento a Walter. Es el sobrino de Carlos, el de maestranza. Walter, este es Martín Paolera, el delegado del gremio.
—¿Cómo estás, pibe? Un fenómeno tu tío.
—Gracias.
—¿Cómo anda? ¿Disfrutando de la jubilación?
—Más o menos. Dice que se aburre.
—Seguro, acá era un rompebolas. ¿Venís a laburar con nosotros?
—Sí, eso espero.
—Gómez, ponete las pilas y dale el laburo al pibe, eh. No seas ortiva.
—Sí, tranquilo, eso ya está arreglado.
—Bueno, me alegro. Los dejo entonces, estaba dando una vuelta nomás. Pibe, bienvenido. Cualquier cosita me avisás, ¿estamos?
—Bueno, gracias.
—Y vos, Richard, llamame después, y hablamos de lo nuestro, ¿dale?
—Dale, dale, andá. Bueno, Walter. Como te decía antes, tenés que sacar los antecedentes, el certificado de salud y llevar todo eso al Ministerio. Una vez que esté aprobado, sacás el monotributo y las facturas. Igual, eso, si querés, podes ir armándolo, que esto sale seguro.
***
—Walterio, ¿cómo va?
—Martín, buen día.
—¿Mucho quilombo?
—Y… más o menos, lo de Ricardo complicó todo.
—Sí, me enteré. Qué cagada, ¿no?
—Terrible.
—¿Se sabe algo?
—No, nada. Tiene que hacerse más estudios, empezar el tratamiento.
—¿Y qué dijeron los médicos?
—Que hay que esperar.
—Claro … Qué cagada, che. ¿Y quién quedó a cargo?
—Nadie. Se hace cargo el director. Yo le llevo las cosas y él las firma.
—Está bien.
—Che, Martín, de lo mío, ¿pudiste averiguar algo?
—Sí, sí… Pregunté en Recursos Humanos, y me dijeron que están todos en la misma. Ninguno de los contratados cobró.
—¿Y te dieron alguna fecha?
—Semana que viene, parece.
—Pero… ¿Cómo que semana que viene? Yo tengo que pagar el alquiler, la facu.
—Bueno, bueno, conmigo no te calentés, eh, que yo no tengo nada que ver.
—Ya sé, perdón. ¿Ustedes no pueden hacer nada? Meter presión, algo, no sé.
—Y… no. Vos viste como es esto: si no sos afiliado, no hay nada que hacer.
—Y ahora qué hago…
—¿Andás muy corto?
—No, más o menos. A mi tío le puedo sacar algunos pesos, pero es una cagada esto… es el tercer mes que nos clavan. Te dan ganas de largar todo y ponerte un kiosco.
—Pará, exagerado. Escuchame: ahora que lo pienso, capaz que te puedo dar una mano. ¿Hace cuánto que estás acá?
—Año y medio.
—Mirá, van a salir un par de puestos.
—¿De planta?
—No… esos son difíciles. Transitoria. ¿Conocés?
—No.
—Es lo mismo que planta: estás en blanco, tenés vacaciones, aguinaldo, obra social, todo.
—Ah, buenísimo.
—Sí. La única diferencia es que son contratos anuales.
—¿Cómo que anuales?
—Claro: a principio de año firmás contrato por doce meses y, cuando se termina, firmás otro, y así todos los años. Pará, pará… no me pongas esa cara. Quedate tranquilo, que los contratos se renuevan siempre, eh, nosotros no dejamos a nadie afuera.
—¿Seguro?
—Segurísimo, vos confiá en mí. ¿Te interesa?
—Y, sí.
—Genial. Lo único, como esto es algo que consiguió el gremio, para que salga tenés que afiliarte.
—Ah, bueno… Está bien, calculo.
—Además, pensá: tenés los centros deportivos, los recreativos, los descuentos en hoteles y pasajes… Y mucho más. Son más las cosas que te damos que la guita que aportás.
—¿Es mucha plata?
—No, tranqui. Un uno por ciento o por ahí.
—Y bueno, dale.
—Así se habla. Después te mando los papeles por mail. Y no me agradezcas nada, eh. Entre compañeros nos cuidamos.
***
—Waltercito, querido, ¿cómo anda el nuevo jefe?
—¿Cómo estás, Martín?
—Muy bien, muy bien por suerte. ¿Vos?
—Bien, acá, en medio de este quilombo.
—¿Mucho despelote?
—Y… están apareciendo muchos tapados. Cosas que quedaron sin hacer.
—Claro, me imagino. Qué pena lo de Richard, eh. Con el corazón te lo digo, era un tipazo, se lo va a extrañar.
—Seguro, pero, en el fondo, mejor. Ya no daba para más.
—Me contaron los compañeros. “Parece un fantasma”, me dijeron. “Todo flaco, sin pelo, un espanto”.
—No sé si tanto, pero sí, estaba mal.
—Y bueno… Una joda, la verdad. En fin… escuchame una cosita.
—Decime.
—¿Qué pasó ayer? No te vi en la marcha.
—No fui.
—Pero… Me extraña, Walter, vos sabés cómo es esto, hay que estar todos unidos. Si a estos no los paramos nosotros, no los para nadie.
—Seguro, ¿quién te pensás que soy? Pero mirá lo que es esto. Tengo laburo atrasado por todos lados.
—Pará… ¿vos viniste a laburar ayer?
—Y sí.
—Decime que no fichaste.
—No, más vale. Mirá si les voy a dar el gusto. Vine porque tuve que venir y punto.
—Está bien. No te calentés.
—Otra cosa, la semana que viene son las elecciones en el gremio, ¿no?
—Sí, el jueves.
—¿Y me conseguiste lugar en la lista?
—No, che… Fue imposible. Mirá que intenté de todo, eh, pero nada.
—¿Seguro? ¿Hablaste con el Gordo? Ese me debe un par de favores.
—Sí, sí. Toqué a todos, pero no hubo caso. Pero, para la próxima, seguro.
—Siempre me decís lo mismo, Martín, dale.
—Promesa.
—Claro. ¿Te conté que me aceptaron la contratación?
—No… no sabía nada.
—Sí. Y con contrato, nada de monotributo y esas giladas.
—¿Y ya sabés a quién meter?
—Bueno, vos viste cómo es esto, siempre hay alguien esperando para entrar.
—Escuchame, el hijo de mi hermana está sin laburo. La tiene harta: se la pasa tirado todo el día en la cama boludeando.
—Ah, mirá. Igual no, olvidate. Le prometí al Gordo que metía a su pibe.
—¿Al pibe del Gordo? Pero si es un inútil, ese.
—Y bueno, ya se lo ofrecí. Meté a tu sobrino en otro lado, si el Ministerio es enorme.
—Sí, pero los contratos están todos frenados. No, Waltercito, tiene que ser acá. Dale, haceme la gauchada.
—Martín, olvidate. La próxima, ¿dale?
—Ah… Ya entendí. Mirá que guachito resultaste.
—¿Yo? No sé por qué lo decís.
—Está bien, hagamos esto: te meto de delegado, acá. Laburamos juntos y nos repartimos a la gente y los aportes. Pero vos meteme al pibe.
—¿Repartimos cincuenta, cincuenta?
—Setenta, treinta; tampoco te pases.
—Jaja… Dale, Martincito. Quedamos.
—Perfecto. Bienvenido, compañero.