El tiempo es el lugar donde estamos
Revista Número 10
Por Cecilia Garino
Homenaje a C.A.G
Lo primero que sentí fue una alteración en la noción del tiempo. El tiempo no es una línea de un punto hacia otro punto. Tampoco la duración de un hecho. El tiempo es el lugar donde estamos. Y no hay correlación. Sé que lo que escribo no representa lo que viví el sábado dos de julio. Aún no llego a lo hondo. Quizá por esa necesidad de preservarnos. Sin embargo no puedo apartarme de esas diez horas o, simplemente, no quiero. Lo primero, una certeza. Había estado todo el año confundiendo a papá con extraños. Donde iba me parecía verlo. De pronto me doy cuenta. Él ya no estaba, hacía varios meses, aunque hablara conmigo por teléfono, aunque pasara conmigo todo el sábado. Por eso yo había empezado a buscarlo, en hombres parecidos, para verlo caminar una vez más.
Papá está en el piso de la cocina. Lo esquivo y busco una cuchara. No estoy en el espacio lineal en el que habitualmente estamos. Todavía no sé dónde estoy. Veo a mi hija. Me habla. Tiene su peluche en las manos. Mi esposo está con los médicos. Son muchos. Son tres dotaciones de ambulancias. Mamá habla por teléfono con mi hermano que vive del otro lado del mundo. En uno de los últimos cuentos que escribí, papá prepara una salsa y ahora, este sábado, papá preparó una salsa. No sé por qué busco una cuchara. No puedo recordar dónde se guardan las cucharas. Su cuerpo es muy grande para la cocina. Papá ocupa todo el espacio.
Los médicos dicen que no pueden llevárselo. Que estaba muerto cuando ellos llegaron. Quiero recordar la última vez que nos miramos a los ojos. Fue hace unos minutos pero ¿qué nos dijimos? La muerte de papá no es una noticia. Ni una situación prevista. Papá muere en mis brazos. Con mis pedidos. Con mis estúpidos intentos de hacerlo reaccionar y mis preguntas absurdas, como si pudiera responder. Muere en los brazos de mamá que lo acaricia y repite, como si fuese un nene que acaba de golpearse —Ya está, shhhhh, todo está bien, ya está—. Muere frente a su yerno que va y viene de un lugar a otro llamando a las ambulancias. Muere frente a su nieta que pregunta qué está pasando y que pregunta además, si yo que soy su madre, también voy a morir. Papá demora tres eternos minutos en morir. Papá moría hace algunas semanas atrás cuando mi hermano, inesperadamente, sintió que el tiempo con él se estaba terminando.
Alguien apagó el fuego de las hornallas. ¿Cómo fue? Él pidió pimienta pero le dijimos que no, pidió pimentón y también le dijimos que no. Me acuerdo. Se quejó como en silencio. Dijo algo sobre la alergia que no sonaba muy bien. Lo miré. Me detuve en todo ese cuerpo que él tenía moviéndose por mi cocina haciendo una salsa sin pimienta ni pimentón.
Miro la olla. No hizo mucha cantidad. Sigo buscando las cucharas. Levanto un repasador de la mesada, tienen que estar en un cajón. Mi hija sigue hablando. Encuentro una cuchara. No sé qué estoy haciendo. Hundo la cuchara en la olla. Una absurda responsabilidad sobre unos tomates picados después de haber pasado diez horas burlando a papá.
Él se había sentido mal por la mañana. En el hospital le dieron el alta y yo me reí de su falta de aire. Hice chistes alrededor de su muerte. Mi hija y yo lo dibujamos muerto unos pocos minutos antes. Me reí del temor que él había sentido la noche del viernes cuando le sangró la nariz. Como una nena que llama la atención sistemáticamente, molesté a papá durante todo el sábado.
También podría tirar la salsa, lavar la olla o no hacer nada. Los médicos piden permiso para levantarlo. Piden que me vaya. Pruebo la salsa: Papá a la salida del colegio. Papá una madrugada en que preparamos una vianda para ir a Lobos. Papá comprándole el reloj a mi hermano. Papá la tarde en que rompió la silla en una heladería, por lo pesado que estaba. Papá en las mañanas, cuando se convertía en un monstruo que nos apretaba con los brazos. Papá y yo bailando Rock and Roll en mi último cumpleaños. Y ahora todo sucede al mismo tiempo. Un amontono de pasado presente y futuro es lo último que vivo con papá y es extraordinario.
Llamo a mi hija. Le digo que vamos a darle el último beso al abuelo. Ella camina por debajo de la mesa. Se acerca al cuerpo. Nos arrodillamos. Todavía tiene la temperatura de una persona. Ella lo besa. Le acaricia la frente. Lo beso y me quedo con él. Mi cara junto a su cara. Su piel contra mi piel. Y alguien me toma por el hombro. Es una mano fuerte, que me aparta de papá.