Lucre

Revista Número 11

Por Rodrigo Peralta

—¡Lucre! Abrí, Lucre.

—Marcos, ¿estás bien? ¿Qué pasó?

—Dejame pasar. Te cuento adentro.

—Bueno, pero bajale, vas a despertar al Jony.

—Sí, sí, perdón.

—Vení, sentate. Yo voy a ver al nene y vengo.

……

—Y, ¿se despertó?

—No, se movió nomás. Hace un rato vino a buscarte el Gordo. ¿Qué está pasando?
—Carajo.

—¡Marcos!

—Lo maté, Lucre.

—¿Qué? ¿A quién? ¿Al Gordo?

—No, no… Al Polaco.

—¿Me estás jodiendo?

—Ojalá.

—Me dijo la vecina que fueron a lo de la mami también.

—¿Le dijeron algo?

—No, pero no es boluda.

—El Polaco… El papi le debía una guita y cuando murió, vino a buscarme. Quería que le pague y me mandó a laburar, afanos chicos: teléfonos, mochilas, cosas así.

—Pero, ¿sos estúpido, nene?

—No sabía qué hacer, Lucre. Me apretó. Quise cuidarlos, a vos, a mami, al Jony…

—El Jony y yo nos arreglamos solos, ¿qué te pensás?

—Sí, sí, ya sé.

—Yo no lo puedo creer, ¿cómo vas a salir a laburar? Y para el Polaco, encima. 

—Ya sé… Al principio eran boludeces, pero hoy me pidió que limpie un kiosco, y de caño.

—Decime que no fuiste.

—Sí, fui… Pero no afané, no pude. El papi quería algo diferente para nosotros, ¿te acordás lo que decía?

—“Las cosas que hago las hago para que ustedes no tengan que hacerlas nunca”.

—Sí, algo así. Cuando llegué al kiosco… El que atendía era un tipo grande, como de setenta, y… no sé, no pude. Al final compré algo y me volví.

—¿Y después?

—Cuando le conté al Polaco, se recalentó. Me dijo de todo. El Gordo me dio una piña acá, en la nuca, que todavía la siento, y cuando me caí al piso me dio una patada en la panza.

—Ese Gordo es un forro.

—Mal. “Gordo, trae el cuchillo”, dijo el Polaco.

—¿El cuchillo? ¿Qué cuchillo?

—El grande, ese que parece de carnicero. ¿Nunca lo viste?

—No.

—Tiene el mango blanco, pero parece rosa por la sangre. Los pibes dicen que le cortó los dedos de un saque a un transa que lo quiso puentear. Cuando el Gordo se lo dio, casi me meo encima. Yo todavía tenía el fierro atrás, en la cintura, y lo saqué. El Polaco me miró y se empezó a cagar de risa: “Miralo al pendejo, Gordo, se cree macho ahora”. Y me avanzó.

—¿Le tiraste?

— Te juro que le apunté al hombro. Pero…

—Pero ¿qué, Marcos?

—Le pegué en la cabeza. En medio de la frente. Fue sin querer, no quise.

—Vos me estás jodiendo, ¿no? Ahí se despertó el nene, esperame.

—Sí.

—Acá volvimos. Jony, decile hola al tío.

—Hola, gordito hermoso. ¿Te despertó mamá? Grita mucho, ¿no? Como una loca.

—No le digas así.

—¿Así cómo? ¿Gordo?

—Sí.

—Pero si no entiende.

—No importa, no me gusta, no quiero.

—Bueno, perdón. Cuando quedaste embarazada, papá se largó a llorar, ¿sabías?

—No.

—Lo encontré en el campito, sentado contra un árbol. Me pidió que no diga nada.

—Sabés como lo extraño, ¿no?

—Ufff… ¿y yo?

—¿Qué vas a hacer ahora?

—No sé, no tengo idea. Bruno dice que el tío me puede cruzar a Salta.

—¿A Salta? ¿Y qué vas a hacer allá?

—No sé, laburar, empezar de nuevo… Allá no me va a buscar nadie.

—Shhh… escuchá. Viene alguien.

—Apagá la luz. Rápido.

—¡Lucrecia!

—Es el Gordo.

—Sí, ya sé.

—¡Abrí, nena! Ya sé que están ahí, no soy boludo…

—Carajo.

—Marcos, rajá por atrás.

—No hay tiempo.

—Sí. Yo lo entretengo, vos corré.

—¿Y después? No, Lucre, mirá si se las agarra con vos.

—No sería la primera vez. Dale, rajá.

—No, ya fue… ya fue todo. Abrile.

—¿Qué querés acá, Gordo?

—El quilombo no es con vos, Lucrecia, correte.

—Marcos de acá no sale.

—Salí, Marquitos, se te terminó la joda.

—Gordo, ¿no podemos arreglar?

—Sabés que no.

—Te juro que fue un accidente.

—No importa. Vamos. Y vos, Lucre, dale, movete.

—Pará, Gordo, dejame acostar al Jony. Quiero ir con ustedes.

—¿A dónde?

—No sé, a donde vayan. Es mi hermano.

—Dejate de joder, que no es una fiesta esto.

—Bueno, dejame acostar al nene, así me despido al menos.

—No.

—Gordo, por favor. Por el nene. 

—Está bien, andá… rápido.

—Gracias.

—Vos, Marquitos, dale, arrancá.

—Pensá en la mami, por favor.

—Basta, o te quemo acá mismo.

—Largá a mi hermano, Gordo.

—¿Qué hacés?

—Lucre, ¿de dónde sacaste ese fierro?

—Era de papi. Lo encontré en la casa.

—Bajá el chumbo, nena.

—Dejá a mi hermano.

—¿O qué?

—Te quemo.

—¿A quién vas a quemar?  pendeja idiota!

—Chau, Gordo.

—¡No! Lucre, ¿qué hiciste?

—Madurá, boludo, ¿pensás que te iba a llevar y que después no iba a volver?

—Pero…

—Era una basura, Marcos. A la basura se la limpia.

—Esto está mal.

—No importa, ya va a estar bien. Se la tenía merecida. Ahora no va a joder más a nadie.

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