Vecinos
Revista Número 14
Daniel Escolar
Tará, rarírararará. Qué lindo suena ese piano. Se escucha tan bien. Por el piso se escucha. Estos mosaicos tan fríos. ¿Qué hora será? El reloj. Marita, ¿dónde está el reloj? Sí, eso, el teléfono. No me acuerdo de nada. Mañana le voy decir a Marita que pague la cuenta de gas que está arriba de la heladera, ¿por qué la pondrá tan alto? Qué fuerte es esa luz. Cómo me cuesta respirar. ¿Me habré roto algo? Debe ser la posición. La pierna. Qué fea se ve. Dios mío, ayudame. No pienses, no pienses, no pienses. Cuánta mugre tiene este piso; claro, yo nunca lo veo acá abajo. Deme plata señora y voy a comprar. ¡No!, vos no limpiás nada, tenés toda la casa sucia. Mario, decile. Sí mamá, le digo. Mentira. nunca le decís nada, y encima me tratás como si fuera una tonta. No te trato como una tonta, pero no quiero que te caigas y te rompas algo. Necesitaba agarrar la cuenta que Marita dejó arriba de la heladera. ¡Cómo duele! Esa pierna torcida parece de otro. Qué fea se ve. No mires, no mires, no mires. ¿Voy a pasar toda la noche tirada acá? Ese teléfono de porquería, ¿y si mañana Marita no viene? Pero si recién está atardeciendo, mirá la luz rosa que entra por la ventana. Tará, rarírararará. Qué bien toca este hombre. Y esa música. ¡Otra vez, desde el principio! El olor del estudio del maestro. Las teclas de este piano son mucho más blancas que las del mío, le voy a decir a mamá que me compre uno con teclas así de blancas, y una luz fuerte como ésta para ver bien. Esa luz, hace doler la vista. Cerrá los ojos. ¿Qué hora será? Estoy tan cansada, ya casi no duele. Te cansás porque estás grande, mamá. Me canso porque tengo mucho que hacer y no tengo a nadie que me ayude, además vos no venís nunca. ¿Y eso? La pierna, cierto. Que horrible se ve. Feo. Feo. No mires, no pienses, no pienses. Le tengo que pedir a Marita que compre champú. Estoy toda sucia y ese olor asqueroso. Olor a vómito. Odio vomitar. Me quema por dentro. Igual no me acuerdo. Sí, te acordás. El pie en el aire, el ruido, el golpe. ¡Ayúdenme! Alguien por favor. Ese gusto ácido en la garganta. No vuelvas a dejar las cuentas ahí nunca más, ¿me entendés? ¿Y por qué se sube usted, señora, si yo las voy a ir a pagar? Si te volvés a subir a ese banquito de porquería, me lo llevo. A mí no me hables así, no te crié para que me faltes el respeto. Lito, decile a tu hijo que me hable bien, me contesta como un matón y vos no decís nada. Tará, rarírararará. ¡Me gustaría tanto tocar así! El aliento a mate del maestro. ¿Cuánto estudiaste para hoy?, una hora el lunes y otra ayer. Así no vas a aprender nunca, el piano es algo que se aprende estudiando mucho. Voy a tener que hablar con tu mamá. Mate viejo. ¡Qué frío! Cómo me cuesta respirar. Debe ser la posición. No siento las piernas. ¡Ay! No pienses, no pienses, no pienses, otra cosa, otra cosa: árboles, árboles, plantas, hojas, el agua, el bote largo de madera. ¡No te distraigas con el timón! El sol entre las hojas. ¡Mirá para adelante! ¿No ves que vamos haciendo eses? ¡Y vos no levantes tanto el remo del agua!, llevalo bien atrás y al ras. Ahora los dos juntos, vamos, eso, así. Tan verdes, tan brillantes, titilan. ¡Timoneá derecho!, ¿tan difícil es? No me hables así delante del chico. Te hablo como quiero. ¡Soy tu madre! Y yo tu hijo y la próxima vez que te vuelvas a subir a ese banquito me lo llevo. No te vas a llevar nada, es mío, todo en esta casa es mío. No, no es tuyo. Sí es mío, mamá me lo dejó a mí. Mentira. Es verdad, y además vos siempre te quedaste con todo lo mejor. ¿Todo lo mejor?, ¿el cáncer, por ejemplo? Sí, el cáncer, el cáncer. ¡Dios mío! ¿Cuánto hace que no te llevo una flor? Y ahora esto. Dios, no me dejes tirada acá, no siento nada, ni las piernas siento. Esa luz tan blanca, no pienses, no pienses, no pienses. Marita, ¿qué hora es?, ayudame a levantar, sacame esta porquería de encima, está todo sucio, y antes de irte abrime la puerta que quiero escuchar bien el piano, se escucha tan clarito, viene por el piso, el vecino de arriba, arriba, señora, arriba, levántese que es tarde, le preparo el desayuno, estoy cansada, te tenés que levantar mamá, ayudame Mario, estoy tan cansada, me cuesta respirar, Lito, ¿dónde estás?, ¿voy bien? Marita, ¿qué hora es?, ¿mamá?, ya voy, mamá, ¿mamá?, esa pierna, es horrible, no pienses, no pienses, no pienses, no pienses.
El sol desaparece detrás de los edificios, de un lado del living el cielo se pone rojo y amarillo, del otro violeta y púrpura; la tarde se ordena como un arcoíris. Tengo prendida únicamente la lámpara del piano. La luz se mete por los ventanales y las paredes se pintan de rosado; los vidrios de los edificios reflejan el sol y son como muchos soles repetidos y titilantes. Junto al piano hay una taza de loza blanca con mate cocido (hace tiempo que ya no tomo mate, me hace mal). Llevo horas trabajando la frase inicial del primer movimiento de la Sonata para dos pianos de Brahms, la presentación del tema y su recapitulación; dos secciones espejo en las que los pianos se reparten en forma simétrica la melodía y el acompañamiento. Recién después de muchos meses de estudiarla, dejarla reposar y retomarla una y otra vez, de pronto parece que por fin las manos entendieron. Y cuando eso pasa, es una revelación. Tal vez la única verdadera que exista para mí. Y esa revelación es mejor que ninguna otra cosa en el mundo, más que el cielo de colores y el mar. Entonces me viene ese cansancio que sólo me viene cuando el trabajo se revela, y dejo de tocar. Se está haciendo tarde, la luz del cielo en los ventanales se apaga; voy a prepararme algo de cenar, más tarde voy a tomar algo rico y comer un pedazo de chocolate amargo y al final de la noche me voy a meter en la cama y voy a dormir mucho y sin pensar. Cierro el piano y camino despacio hasta mi estudio, ni siquiera voy a poner música, es suficiente por hoy, un poco de silencio, no molestar más a los vecinos.