Edgardo Cardozo y las canciones del muerto

Revista Número 17

Demian Naón

¿Cómo fue la relación con las artes, especialmente con la música en tu infancia?

Muy natural. A los ocho años tuve una buena experiencia con un profesor de guitarra que me enseñó lo básico con algunos estudios elementales de Carulli, Sagreras y también canciones de lo que sonaba en la radio, la primera fue Una muchacha y una guitarra de Palito Ortega…

Lo más importante que recuerdo de ese primer profesor es una vez que me escuchó improvisar unos arpegios, con un aire de milonga y él le dio un valor al juego. Lo reconoció. Le dio valor al hecho creativo, y me ubicó cerca de Larralde, que es cierto que en mi casa había un disco de él que sonaba bastante. Fue fundante de una confianza en mi juego musical.

 

¿Existía un capital cultural en tu familia en relación al arte?

El capital cultural de mi familia es algo que encontré mucho más tarde, y me costó bastante trabajo desenterrar. Tanto el lado materno como paterno son de origen inmigrante. Bolivianos e irlandeses, paraguayos y andaluces. Todos negados de sus raíces, salvo alguna comida o algún cuento, ya en la generación de los nacidos en Argentina se habían perdido los lazos ancestrales. Muchas líneas ancestrales, todas en guerra es flor de despelote para acomodar espiritualmente.

 

¿Qué artistas te han influenciado?

Me cuesta mucho responder. No es que me quiera hacer el lindo. Realmente no puedo reducir la lista que también debería incluir las impresiones negativas que me produjeron algunas expresiones artísticas y también me influenciaron. El arte que me pegó mucho, supongo que está de alguna forma en lo que toco, canto y compongo.

 

¿Cuál fue la búsqueda en La pista 4?

Fue mi primer encuentro con el teatro y con un grupo de creación colectiva sin director fijo. No sabía nada, empecé con las luces y la sonorización que hacían con las voces en la primera obra. Fueron diez años. Aprendí un montón de mis compañeros y el proceso de creación de las obras. Muy agradecido por esa experiencia.

 

¿Cuál es la revelación que te transmitió el maestro Coriún Aharonián?

Con Coriún conocí el taller de composición. Me hizo muy bien, me ayudó a volver a la música popular. Fueron algunos encuentros que organizamos con un grupo de amigos para que Coriún viniera a Buenos Aires a dar sus talleres. En ese momento yo hacía música para La Pista 4 y me interesaba mucho la improvisación libre y los experimentos. Él apoyó los experimentos pero me llamó la atención sobre la cuestión de cantar y tocar la guitarra. Me dijo que ahí había algo que tenía que retomar. Tengo mucho cariño y agradecimiento por el encuentro con él y mis compañeros de taller.

 

¿Qué te dejó la experiencia con Puente Celeste?

Fueron diez años de trabajo, tocamos mucho, grabamos algunos discos y nos dimos muchos gustos en el sentido de que sabíamos que éramos un grupo que hacía canciones, música instrumental e improvisaciones libres y era difícil de ubicar en el mercado, entonces hacíamos lo que queríamos y nos divertimos y jugamos mucho. Generamos nuestro público y el proceso del grupo fue madurando hasta que lo dimos por cerrado en un almuerzo con brindis y abrazos. Nunca me había pasado. Fue mi segunda experiencia en un grupo de creación colectiva sin director fijo. Somos amigos y seguimos compartiendo.

 

¿Existen los géneros en la música?

Una vez un taxista porteño me dijo: “Sabés lo que pasa pibe, que hay mucha gente que ama al tango, pero no se dan cuenta que el tango no los ama…” Me di cuenta que para algunos, los géneros son como entidades religiosas que aceptan o rechazan a sus fieles. Que señalan a sus elegidos, sumos sacerdotes de ese culto musical y sus herederos póstumos. La visión de Coriún me ayudó a reconocer las identidades fronterizas entre géneros y disciplinas artísticas como algo legítimo. Un territorio donde desarrollar tu expresión aceptando tu condición de habitante de fronteras. Fue muy liberador.

 

La sobreproducción, la eliminación de frecuencias por las compresiones, la digitalización del sonido, ¿afectan la naturalidad de la música?

Cuando grabé 6 de copas, Eduardo Bergallo que fue quien mezcló y masterizó el disco, antes de empezar a hacer su trabajo me preguntó qué quería hacer con esa grabación. Yo ingenuamente le dije que pretendía que sonara natural, como si estuviera tocando en la casa del que escucha. Se me quedó mirando con cara de pocos amigos y me dijo: “Si querés que suene natural sacá la guitarra y ponete a cantar, pero una vez que está grabado es ficción, lo que te pregunto es qué ficción querés contar”. Muy agradecido por esa lección y por su trabajo que fue impecable. El audio ya es una ficción.

La industria musical va imponiendo modelos de audio pero los medios tecnológicos están mucho más al alcance de la gente y confío en la creatividad que abrirá el imaginario a nuevas ficciones. En paralelo hay personas que desisten de grabar y tocan en vivo sin amplificación. El público recibe la música directo de la fuente.

 

¿Concebís tu canción como una «novedad» o parte de una vanguardia?

No. Más bien me instalo en un lugar donde puedo hacer el intento de resignificar gestos poéticos y musicales trascendentes para mí, todo aquello que fue quedando como huellas muy marcadas, aquellas cosas que escuché y vi que se hicieron carne.

 

En Las canciones del muerto, ¿la guitarra y la voz funcionarían como un dúo?

Sí. Parte importante de mi expresión es esa condición de dúo. De hecho siempre grabo la guitarra y la voz al mismo tiempo, a pesar que técnicamente siempre es más complicado.

 

Una canción se puede vestir de varias maneras. ¿Cuál sería el juego que hay en el momento de construir una canción?

Cada canción tiene un juego que hay que descubrir y seguir las reglas de ese juego y no querer imponerle el reglamento del truco al ajedrez. Claro que también es importante saber cuándo romper las reglas cuando es necesario. Un oficio es algo que uno hace repetidamente hasta perfeccionarlo. Componer es un oficio en donde uno intenta perfeccionar el hacer cada vez algo diferente.

 

¿Las canciones del muerto suceden entre la vida y la muerte?

Son el resultado de haber estado al borde del misterio. Cuando estás muy cerca pasan cosas muy intensas, llegás a los cien grados, hay transformación de agua en vapor. Hice lo que pude para expresarlo.

 

John Lennon decía que si la melodía regresaba a su cabeza de manera inesperada, la canción debería funcionar, ¿cómo fue la búsqueda melódica en Las canciones del muerto?

Cuando unas notas sueltas cobran vida y vuelven a tu oído interno reclamando atención, estamos en el origen del asunto. Después de eso que se creó misteriosamente queda el trabajo de criar, de acompañar el desarrollo de ese ser musical. No todos llegan a completarse y vuelven al compost.

 

¿Un fracaso?

Me siento felizmente fracasado hace muchos años. Creo que algunas cosas buenas comienzan cuando te caés de tus propias expectativas. Mucha presión sobre el éxito rápido. Los resultados deben ser inmediatos.

 

Si de un lado de un túnel estuviera quien eras en la infancia y del otro estuviera Edgardo actualmente, ¿qué creés que se dirían?

Me gustó mucho una frase de Leonardo Favio que en una entrevista dijo: “Amo al niño que fui…”, él, que tuvo una infancia durísima. Trato de amar al niño que fui. A veces creo recordar que en algunos momentos duros de mi infancia me llegaba una fuerza interior inexplicable. Me gusta pensar que los abrazos del adulto que soy, a ese niño que fui, le llegan, me llegan.

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