Escribe Maria Teresa Andruetto

Cenicienta

El vendado de los pies fue una costumbre china practicada a las niñas de la dinastía Tang para limitar su crecimiento y hacer que esos pies fueran lo más pequeños posible. El pie pequeño era considerado una atracción física, un signo de delicadeza, para distinguir a las niñas de la clase alta de las del resto, y más tarde también como una forma para que otras clases mejoraran sus expectativas sociales. Aunque se intentó suprimirla en varias ocasiones, la práctica continuó hasta principios del siglo XX. Normalmente, las niñas tenían sus pies vendados desde los cinco años, la mujer mayor de la familia o un vendador profesional, llevaba a cabo la tarea. El dedo gordo se dejaba hacia el frente mientras y los cuatro dedos más pequeños se doblaban debajo del pie. En esta posición, se vendaban de forma muy ajustada con tiras largas de tela que limitaban cualquier crecimiento y daban al pie un arco pronunciado, periódicamente se desvendaban, se trataban las ulceraciones y se volvían a vendar y así por años, hasta que la niña alcanzaba la adolescencia. No era extraño que en todo ese proceso se perdieran uno o más dedos o se infectaran o incluso se gangrenaran. El resultado de todo ese proceso era lograr unos pies de entre siete y medio y diez centímetros, pies conocidos como loto dorado, mientras más pequeños, más atractivos, más eróticos y elegantes porque una mujer con pies vendados solo podía dar pasos pequeños, con una marcha dificultosa y pausada, por lo que -entre otras cosas- necesitaba de sirvientes para realizar las labores domésticas. Los pies pequeños requerían zapatos diminutos; hechos de seda y bordados a la perfección, se encontraron en abundancia en las tumbas de mujeres chinas de clase alta.
La primera mención del vendado de pies data de entre 937 y 975. El vendaje estaba muy relacionado con mujeres que se ganaban la vida entreteniendo de una u otra manera a hombres. Y su popularidad pudo haber surgido del deseo de diferenciar a las mujeres de clase alta, de las de clases bajas, mujeres de las provincias y de culturas de territorios recientemente adquiridos, porque los pies, que son nuestra base de equilibrio, si son demasiado pequeños, no son útiles para trabajar en el campo y casi diría en ninguna otra cosa que exija moverse, caminar o estar de pie, de modo que la idea de belleza estaba regulada en oposición a la necesidad de trabajar, del mismo modo que se entendía hace ya décadas como bella la piel muy blanca, porque el sol quemaba las pieles campesinas en el trabajo al aire libre. Y luego, cuando se puso de moda para ciertos sectores veranear junto al mar, fue moda la piel con bronceado parejo para aquellas personas que podían tirarse a tomar sol junto al mar o bajo la lampara de una cama solar. La práctica propia de las clases altas en algún momento se extendiéndose a casi todas las clases porque los padres vieron el vendaje de pies como una oportunidad para aumentar las posibilidades casamenteras de sus hijas. Pies que se convirtieron en símbolo ya no solo de elegancia, sino también de virtud, virginidad y modestia, excepto para las mujeres involucradas en el trabajo agrícola como el cultivo de arroz en humedales, donde el vendado de pies era no solo inútil sino también contraproducente.
La belleza y la virtud de lo pequeño. Al parecer es china una de las vertientes del cuento Cenicienta, en el que un zapatito de cristal no entra en cualquier pie sino en el de la virtuosa que ha sido despojada de sus bienes y mandada a fregar a los fogones. Cenicienta es nuestro cuento de hadas más conocido y uno de los más antiguos y difundidos del mundo. La heroína, en las diferentes versiones, es una joven llena de virtudes, rebajada por madrastra y hermanastras, ante las que, sin embargo, logra sobreponerse con algunas ayudas mágicas. Herodoto, cinco siglos antes de Cristo, nos habla de la esclava Ródope, con un argumento semejante. Estrabón menciona la misma historia en su Geografía.  En el siglo XVII Giambattista Basile escribe La Gata Cenicienta. Después vino Perrault quien le dio la forma bajo la que se hizo famosa, el vivir entre cenizas.  Y finalmente la versión de los Hermanos Grimm en sus Cuentos de la infancia y el hogar, en cuya versión es una planta de avellano que crece en la tumba de la madre la que otorga los dones, un avellano que Cenicienta planta y riega con sus propias lágrimas.
En Argentina se han registrado dieciséis versiones de este cuento. En algunas hay un zapallo convertido en carroza, ratones en caballos, y una rata en cochero. A veces, un hada madrina. En algunas la madrastra envía a la joven a lavar las tripas de un cordero y en otra la virtud de la muchacha es premiada con una estrella en la frente. En algunas versiones se llama Cenicienta, en otras, la guachita o la entenada a la protagonista de este cuento milenario sobre la rivalidad entre hermanos y sobre el temor a no ser reconocido ante los ojos de la madre.  Un cuento sobre la supremacía de lo espiritual sobre el aspecto de la que viste harapos y renace de las cenizas. En una versión recogida en nuestro país, ella le ceba mate a su madrastra y en otra el príncipe busca para casarse una niña que posea un matecito de oro.  El zapatito de cristal o el matecito de oro es el motivo que anuda todo porque a través de él se logra la identificación de la protagonista.  En China, el zapatito se ofrecía como regalo de bodas y simbolizaba armonía en la pareja. También se asociaba al pie con un símbolo fálico y el calzado pequeño como una vagina estrecha, todavía no penetrada.
Ilustración por : Marcos Huisman