El oficio de editar libros

¿Cómo fue tu infancia con relación a los libros?

Yo crecí en una casa con libros, con muchos libros. Mis dos padres son muy lectores, mis abuelos, mis tíos, también, con bibliotecas siempre, bibliotecas de clase media, de profesionales. Yo creo que lo que más me gustaba en la infancia era leer. Nací en el 63, fui a la escuela pública, vacaciones en Villa Gesell, padres médicos, una vida de clase media en las décadas del 60 y 70, y los libros eran todo para mí. Me acuerdo de cada uno de los libros que leí de chica y tengo una imagen muy grabada, que es que no sabía cómo ponerme, para seguir leyendo, estaba incómoda pero quería seguir leyendo. Tenía como un ansia por leer desde siempre y que sigue, sigue. Así que la relación con los libros es muy temprana, me marcó y me determinó. Aunque yo estudié Psicología, en un momento de mi vida me pregunté ¿qué es lo que a mí me gusta? Y ahí me decidí, quiero hacer algo con los libros, quiero ser editora. Así que para mí es central la lectura.

¿Te acordás de alguna lectura puntual? ¿Alguna que sentís que te modificó?

Sí, de muchas. El primero que me acuerdo, hubo muchos, pero el primero que siempre recuerdo que me marcó fue Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. Yo leí gran parte de la colección Minotauro, en la década de los 70, tendría 10, 12 años. Empecé con Crónicas marcianas pero seguí con todo Minotauro. Sturgeon, Stapledon, Tolkien después, hay algunos libros que no me los olvido más, como Sirio, por ejemplo, pero eso ya es más de grande. O El señor de las moscas, de William Golding. De chica me leí toda la colección Robin Hood, Los Hollister, Los 5 secretos, Los 7 secretos (de Enid Blyton)… todas esas colecciones, las devoraba. Y por supuesto también leía revistas: Archi, La pequeña Lulú, Patoruzito, leía todo lo que caía en mis manos. Y mis viejos también me iban regalando libros, por ejemplo me acuerdo de un libro que me regaló mi mamá a los 8 o 9 años, El país de las sombras largas, de Hans Ruesch, que es un libro clásico, que recuerdo perfectamente y que todavía tengo y que tiene su dedicatoria, pero esos son libros más de grande. Pero bueno, ese es un poco el inicio.

¿Y cómo te considerás como lectora?

Soy una lectora completamente voraz; con el tiempo desarrollé una especie de técnica de lectura, porque leo 5, 6 libros a la vez, hace ya muchos años. Y leo de todo. Yo soy una persona que se aburre rápido de las cosas, y por eso me parece que la lectura me salva, porque siempre hay libros a los que acudir, puedo elegir qué leer en cada momento, hoy vamos por acá, mañana por este otro lado. Es azaroso y depende de las ganas que tenga de leer. Por supuesto hablo de la lectura “no profesional”, en la lectura por placer leo de todo, todo el tiempo. Puedo leer poesía, ensayo, crónica, ficción. Lo que más he leído en mi vida es ficción (narrativa), es lo que más me gusta. Leo cuentos y novelas, pero “mi” género es la novela, es lo que me conmueve y lo que busco, siempre. Como no estudié Letras, de alguna manera tuve que organizar mis lecturas, y pasé por todas las épocas y períodos: los rusos, los franceses, siglo XIX, siglo XX, los americanos, los ingleses. Algo de los japoneses. Con los clásicos griegos sigo en deuda, es uno de los planes que tengo, dedicarme a leer a los griegos en algún momento, de manera más sistemática. Ahora, todo lo demás, lo fui leyendo, lo fui encontrando.

¿Y qué rescatás de todo eso? A mí me gusta mucho la literatura americana del 50.

A mí me gusta la literatura del XIX, los rusos, los franceses, los ingleses, esa fue la literatura que me formó. Pero por otra parte soy fanática de Beckett, de los irlandeses más contemporáneos, como John Banville. Pero sí, si hay un género que a mí me llega, es la novela. Esas novelas ambiciosas, que quizá sean a veces imperfectas, pero que tienen una enorme vocación por contar una historia. Ahí yo me entrego, soy feliz. Por poner un ejemplo actual, una novela que me hizo feliz, es Fortuna, de Hernán Díaz. Una novela del siglo XIX hecha con técnicas y con la cabeza de un tipo del siglo XXI. Es un texto excepcional, una buena historia contada con inteligencia, doy por descontado que está bien escrita, que el autor sabe escribir. O sea, es raro encontrar un libro publicado que esté mal escrito, te puede no gustar como escribe, pero en general un libro que llega a publicarse está bien. Para mí lo central es que sea ambiciosa, que ofrezca ganas de contar, que quiera mucho contar esa historia. Otra novela súper contemporánea que me encantó, Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez. Esa vocación por contar, no importa cuan larga sea la novela, me apasiona.

También fui la editora de Florencia Bonelli durante 15 años. Ella es buenísima contando historias. A pesar de todos los prejuicios con la novela romántica, ella es buenísima para narrar. Me parece que yo soy una lectora muy poco prejuiciosa, puedo leer todo lo que me encuentre, y disfrutarlo.

¿Y Elena Ferrante?

Me encanta. Fui feliz con la tetralogía de La amiga estupenda, y con todos los demás libros, tiene una capacidad para contarte la historia, a veces te podés aburrir un poco porque es larguera, pero tiene tantas ganas de contar esa historia. Es como Florencia, tiene tantas ganas de contar sus historias. Y a mí eso me gana.

Contame cómo fue el paso de la fotografía a la edición. ¿Cómo lo descubrís?

No hay un momento en el que se produce ese corte. La fotografía para mí es algo totalmente amateur y empezó hacia mis 20 años. Mi primera máquina de fotos fue una Pentax analógica que era de mi abuelo paterno. Él se la dio a mi viejo. En realidad, toda mi formación estética se la debo a mi padre, que fue un médico en lo profesional, pero un artista de alma. Pintaba, dibujaba, le gustaba la música, el teatro, el cine, la arquitectura, la fotografía. Y me transmitió ese amor por el arte en general y, en cuanto a las fotos, me regaló esa cámara de mi abuelo, con la que hice fotos durante muchos, muchos años. Después me compré una Canon digital, chiquita, con la que seguí haciendo fotos, por ejemplo las de los libritos de El viento en la cara (Tigre, Campo, Colonia, San Isidro, que publicamos con mi amiga y socia Mercedes Güiraldes en nuestra editorial VAN EDITORAS). A diferencia de los libros, la escritura, o el cine, que no todos podemos hacer, me parece que cualquiera puede sacar fotos, hoy al menos con las cámaras digitales, y con los celulares más todavía, cualquiera puede hacer fotos. La diferencia está en la mirada de cada uno, que te permite contar algo con esa foto. Yo sé contar historias a través de imágenes, a través de fotos. Es algo que hago siempre, todo el tiempo, tengo el teléfono explotado de fotos. Por ejemplo, algo que hago hace mucho es sacar fotos del mismo lugar, una y otra vez. Por ejemplo de mi jardín: repito la misma foto a la mañana, a la tarde, en invierno, en primavera. Porque yo busco algo cuando hago fotos, es como si estuviera registrando lo que busco. Pero no pasé de las fotos a editar textos, siempre convivieron ambas cosas. Una amiga me dice que tengo algo de artista visual, quizá sea cierto. Pero pasa que hoy hay tal exceso de imágenes que un poco se saturó el tema y ya no compro tantos libros gráficos, de imágenes; estamos, estoy un poco repleta de tanta foto. Pero por ejemplo, fui a ver la película de Adriana Lestido (Errante. La conquista del hogar) y sentí, esto es lo que haría yo si hiciera una película, me sentí muy identificada con esa película. Las imágenes son parte de mi vida y de mi formación, como creo que pasa con nuestras generaciones, que nos formamos ya desde chicos con la TV, con el cine, con los videos.

¿Sebastian Salgado?

  Bueno, es un grande, con ese blanco y negro, con ese nivel de detalle, de virtuosismo; pero es un tipo de fotógrafo que ya no existe más. Esas fotos magníficas en blanco y negro, son de otra época. Durante muchos años yo seguía a muchos fotógrafos, pero ahora me parece que ya se mezcló todo mucho: cualquiera hace fotos, cualquiera hace buenas fotos.

Como pasa con la música…

Claro, como pasa con la música. Pasó con las imágenes, pasó con la música. Pero no pasó con la escritura…

Eso te quería preguntar: ¿qué ves con el ojo, cuando ves la escena fotográfica, y qué ves cuando leés, tanto profesionalmente o por placer? 

Bueno, creo que lo que yo hoy veo o detecto, tiene que ver con dos cosas. Primero, con la cantidad de lectura y la cantidad de imágenes, con todo lo que leí y vi hasta ahora. Y el otro 50% tiene que ver con que tengo una cabeza orientada a la estructura, a las estructuras. Por eso me gustan la arquitectura, el urbanismo. Diría que me interesa lo conceptual de la estructura, por eso cuando leo una novela, sobre todo profesionalmente, casi lo único que me interesa es la estructura. Eso no implica que me parezca buena o mala, sino que detecto enseguida, muy rápidamente, cuál es la estructura de la novela, lo que está queriendo hacer el escritor/a. Porque tengo mucha lectura encima, estoy muy entrenada para eso. La puedo ver con ojo clínico, diría. Entonces, el intercambio entre editora y autor está orientado a hacer esa especie de diagnóstico del texto, y si te da confianza lo que te digo, ahí podemos trabajar. Tiene que haber esa confianza entre los dos. En una entrevista que me hizo Mauro Yakimiuk le decía que la relación autor-editor es como una relación de pareja, creo que es una linda metáfora. No hay dos relaciones de pareja iguales, en principio hay cosas en común y, como todas, puede empezar bien y seguir mal. Puede empezar mal y después mejorar. Puede terminar abruptamente o puede seguir toda la vida. Eso por un lado. Pero por el otro, yo no publico cualquier libro en cualquier editorial, yo publico en un sello, en un catálogo. Ahora estoy a cargo de Alfaguara, pero también publico en Lumen, en Reservoir, publiqué en Suma de Letras, en Emecé, en Plaza & Janés, en Sudamericana. Entonces, hay una parte muy importante de la decisión de publicar que tiene que ver con el catálogo que estés manejando en determinado momento. Por ejemplo, no publico poesía. Publico novela, pero no cualquier novela va en un determinado catálogo, que de por sí ya tiene una definición previa. Sobre todo un sello como Alfaguara, que tiene una larga historia. Aunque reconozco que a veces he publicado cosas forzando un poco esos criterios del sello.

Te iba a decir, vos sos una editora que arriesga…

Sí, bueno, me gusta publicar cosas que quizá son inesperadas, que a veces van con calzador en un determinado sello. Pero creo que es porque, como decía antes, soy alguien que tiende a aburrirse rápido de las cosas, la rutina me mata y necesito las sorpresas. Por eso a veces fuerzo un poco esos límites. Un buen ejemplo es Gustavo Ferreyra, uno de los autores mas alucinantes de la literatura argentina. Vecino de Villa Ortúzar, escribe desde su estudio en la terraza los libros más increíbles. ¿Cómo no voy a publicar a Ferreyra si lo puedo publicar? Ese es un autor que es un poco mi debilidad, con quien me entiendo bien. No le publico todo porque escribe mucho, pero llegamos a un acuerdo, le publico algunas novelas, es impresionante lo que escribe, es un escritor de escritores, muy beckettiano.

Me sorprendió que me dieras lugar, como editora, a charlar con vos, por eso hablo del mito, de que la literatura se construye entre pirámides y entre el mármol cuando no tiene nada que ver con eso.

Sí, seguramente tenga que ver con un prejuicio, como decís vos. Eso de que los editores tienen poder… Muchos escritores y escritoras creen que yo, que los editores, tenemos mucho poder. Y la verdad es que el poder que tenemos es bastante reducido, es básicamente el de decidir si me arriesgo con un autor, si doy esa pelea tanto en el interior de la editorial como afuera, cuando publico el libro. Es un poder relativo, que depende de tantas variables externas que no creo que se pueda llamar verdaderamente “poder”. Por otra parte, en Alfaguara por ejemplo, hay tan poco espacio para incorporar autores nuevos que es realmente difícil hacerles lugar. Si yo leo, no sé, unas 50 novelas al año para considerar, ¡tengo que elegir una!  

¿Cuándo se ve la mano del editor?. 

Cada editor tiene su manera de trabajar. Yo no intervengo mucho en los textos. Juan Forn, por ejemplo, era un editor que intervenía mucho en los textos. Mi trabajo es mucho más secreto; puedo proponer que el principio sea otro, revisar el final, puedo marcar algunas frases, algunas expresiones, que determinado personaje tenga más o menos importancia en la historia, hago comentarios, sugerencias, charlamos sobre el libro. Esa es mi manera de trabajar. Juan reescribía párrafos enteros. A mí eso no me sale hacerlo, quizá porque le tengo demasiado respeto al texto escrito. Le he dado vuelta a algunos textos, especialmente cuando trabajaba en Suma de letras, libros que son más de entretenimiento. Pero hay todo tipo de editores, unos sugieren mas, otros intervienen mas. Lo importante, me parece, es que ambos, editor/a – escritor/a esten de acuerdo en que el trabajo conjunto termina ofreciendo la mejor versión posible de ese libro.

¿Como llegaste a ser editora de ficción?

Con mi familia, nos tuvimos que ir del país en el 76, y aterrizamos en Madrid, España. Hice la secundaria allá, estudié Psicología allá, trabajé cuando me recibí en Recursos Humanos y me aburría mucho, entonces decidí dedicarme a los libros, que como venimos hablando, fue siempre una gran pasión y a lo que le dediqué siempre mucho tiempo. Primero trabajé en la Feria del libro de Madrid, hacía catálogos, corregía, traducía, fui librera en una librería de viejo. Después me vine a vivir a Buenos Aires y recién ahí conseguí un primer trabajo como editora, en Eudeba, la editorial de la Universidad de Buenos Aires, en el año 96. Fue ahí que aprendí a ser editora, y también publiqué cosas rarísimas, como una colección que armé de ficción, de unos libritos cortitos, eran rescates, algunos los tradujo César Aira, no sé, cosas raras, pero metí ficción en Eudeba, que era algo inesperado. Yo ya quería hacer eso. Y de ahí pasé a Emecé, donde me ofrecieron ocuparme de la colección Grandes Novelistas. Como leía bien en inglés y en francés, y era una colección de traducciones, me propusieron llevarla. Yo no había hecho nunca libros de ficción comercial, y le decía al director editorial, Bonifacio del Carril, que yo no conocía esos libros, no los había leído (a autores súper ventas, sobre todo norteamericanos), y él me dijo, se aprende rápido. Y efectivamente, así fue. Empecé a viajar a las ferias del libro internacionales, fui a las Ferias de Frankfurt y de Londres durante unos 15 años y con ese interés por las estructuras en mi cabeza, me armé un mapa: cuáles son las editoriales americanas, cuáles las inglesas, las francesas. Quiénes son los agentes, los autores de cada sello, qué editoriales publican a determinado autor en cada país o cada idioma. Me ayudó saber varios idiomas, para poder leer tanto los libros como los catálogos. Me hice el mapa mental del mundo editorial y aprendí, también mucho con B (como llamamos a Bonifacio del Carril), a reconocer a determinadas autoras, por ejemplo norteamericanas o inglesas, sus estilos, sus temas, y a aplicar todo eso al mercado local. Una de las primeras apuestas, podría decir, que hice (porque los editores apostamos, no sabemos si algo va a funcionar o no, pero hay que apostar, jugársela) fue publicar un libro de una autora china, Wei Wei. El libro se llamaba Shangai baby. Leí una muestra del libro chino traducido al inglés y pensé: esto puede andar. Pero es algo muy intuitivo. Yo llevaba ya varios años publicando, pero de pronto aparecen esos libros que “te dicen”: esto puede interesar, esto puede gustar. Y el libro chino fue una bomba. Después vino el libro de Melissa P., Cien cepilladas antes de dormir. Ahí Emecé ya era parte de Planeta, que la compró, y yo pasé a Planeta, donde lo publiqué. Leí el original en italiano y sentí algo casi físico, como que te late fuerte el corazón, pensás “esto va a andar”, no sabés del todo porqué. Bueno, publiqué a Melissa P. y vendió miles de ejemplares también, como Wei Wei. Y ahí a mí me empezó a gustar mucho vender tantos libros. Era algo que no sabía que podía pasar. Y hay algo que subrayar acá del término “editar”, más bien del término “editor o editora”. En inglés hay dos palabras para describir el trabajo del editor; una es publisher, que si la traducimos sería una “publicadora”, que no es lo mismo que “editora”, que es el otro término. En inglés, el “editor” es el que trabaja con el texto, y no necesariamente el editor es el publisher, el publicador o publicadora. ¿Qué hace el publicador? Da a conocer el libro, lo “ve” en el futuro, piensa en una tapa, en unos textos que lo definan (de contratapa, para la promoción), en una campaña de lanzamiento, negocia el contrato con una agencia literaria, etc. Entonces el editor o editora a veces es también el publicador, otras veces es solamente quien trabaja con el texto. 

Como lectora, te cuento una manía que tengo, como la de cualquier oficio: cuando agarro un libro, lo primero que leo es la página de legales, o de créditos. Hay muchísima información ahí, para mi está todo ahí. Y de la página de legales voy directo al texto, al libro. Me salteo el prólogo, la introducción, la dedicatoria, los epígrafes, lo que me interesa es el libro: desde que arranca la primera frase hasta que termina. Después por supuesto vuelvo sobre esos preliminares, pero creo que el editor o editora (usando la acepción en castellano que se refiere al publicador/a) es sobre todo un lector o lectora. La experiencia de lectura, desde la página uno hasta que se termina, esa es la experiencia que vale. Y al lector también le pasa eso. Todo lo demás de alrededor, si se publicó en marzo o en octubre, si se presentó en la feria, si tiene un blurb de un famoso escritor, todo eso es secundario. Por supuesto, como publishers/publicadores somos parte de la industria del libro, del mercado del libro, pero lo primero que somos es lectores.

¿Por qué los norteamericanos tienen al ghostwriter, en el sentido de que el ghostwriter funciona como editor, más allá de que lo escribe?

Bueno, porque hay muchas maneras y niveles de ser editor/a. El otro día me preguntaba Silvina Friera, periodista de cultura de Página 12, si conocía la figura del “lector sensible”; que es un lector que le indica al escritor si su libro es políticamente correcto. Hubo una pequeña polémica en Francia, con el Premio Goncourt, en el que uno de los finalistas dijo, en una entrevista, que su libro había sido leído por una “lectora sensible” que le indicó cuáles partes podían ofender a los lectores virtuales. Silvina Friera nos preguntó, a mí y a otras editoras, si usábamos la figura del “lector sensible”. Volviendo a tu pregunta por el ghostwriter y el editor, todos los que leen el libro antes de ser publicado, todos, son editores. El amigo, la pareja, el maestro. Al mostrarlo, al hacerlo público (ya no es una lectura de uno mismo, sino que hay otro que lee), al recibir lecturas y opiniones, eso es editar un libro, darle forma.

¿Por qué pasa esto de la desconfianza, esto de la persona que vos elegís como círculo de confianza para que lea tus textos, y uno tiene miedo de dar el paso?

Sí, pero si lo das (ese paso), ahí el editor empieza a entrar en tu vida, una vez que estás en situación de publicar. Como editora yo puedo hacer un montón de cosas, pero a lo mejor no tengo que hacerle nada a tu novela. En ese caso, ¿soy tu editora o no soy tu editora? Por ejemplo, recibo la nueva novela de una escritora reconocida, con muchos libros publicados. ¿Vos pensás que hay mucho que corregirle a un texto de alguien tan consolidado? La verdad que no, pero ella como escritora quiere mi devolución sobre su libro, el trabajo ahí es conversar sobre el libro, sobre lo que quiso hacer, sobre el tema, los personajes, la trama. Revisamos juntas todos los aspectos del libro. Y aunque no tenga casi nada para corregirle, ¿soy su editora? Sí, porque voy a publicar su libro. Entonces, hay muchos niveles de trabajo como editora. Cuando un escritor o escritora sienten que ya terminaron su trabajo con el nuevo libro, de algún modo se lo quieren sacar de encima. Y ahí aparece el/la publisher, que se ocupa de que ese texto tome la forma física de un libro impreso. Yo se cómo hacer para que se transforme en una pila de papel encuadernada. La corrección, la puesta en caja, el armado, el diseño de tapa, el mes de publicación. Yo me ocupo!

¿Qué pensas de la cultura de la cancelación? ¿Entre un escritor olvidado y uno nuevo, donde pones la mirada?

En lo nuevo, reconozco que me gusta lo nuevo, siempre me gana. Ahora, las lecturas históricas de mi vida fueron las que fueron, y las que me impactaron como lectora. Me parece que una cosa son los libros (escritos, publicados) y muy otra las vidas que tuvieron quienes los escribieron, que quizá hoy estarían canceladísimos. A veces te llegan manuscritos ya rechazados por otros editores, que estarían cancelados por la “policía” del pensamiento que hay ahora, absolutamente llamativa; yo ya estoy aterrorizada de lo que está pasando, porque por ejemplo, cuando me preguntan, ¿cuál es tu libro favorito?, el primero que me viene a la cabeza es Viaje al fin de la noche, de Céline. Nunca en mi vida sentí lo que sentí al leer ese libro por primera vez. Realmente, a la hora de leer, no me importa quién fue Céline, ojalá hubiera más experiencias literarias como esa. Vuelvo a lo de antes: me interesa lo que pasa entre la palabra uno y el final del libro. Todo lo demás (introducciones, paratextos, biografía del autor, lo que se dice o se dijo del libro) no me interesa. Al menos como lectora. Como editora o publisher, obviamente son cosas que tengo que tener en cuenta a la hora de mi trabajo.

¿Vos conocés a colegas que tengan una mirada diferente sobre esto? Sobre la “policía cultural” del pensamiento, sobre lo mal visto, sobre la cancelación. Alguien que mire el catálogo y diga…

Todas las miradas son diferentes. Y a mí, honestamente, me da lo mismo lo que puedan pensar otros de lo que publico. Como editora o publisher creo que hay que ser bastante segura para actuar con libertad a la hora de publicar. Volviendo a Céline, es lo más políticamente incorrecto que hoy puedas encontrar, pero bueno, esa es la literatura que a mí me interesa, la que me hace vibrar, aunque obviamente no a todo el mundo le gusta lo mismo. Hay tantos tipos de editores como tipo de lectores, porque sobre todo somos lectores. Justamente la nota que hizo Silvina Friera sobre el “lector sensible”, también menciona la “corrección política”. ¡Ahora resulta que quieren corregir los libros de Roald Dahl! Porque usa las palabras “gordo”, “fea”, “bruja”. Supongo que el criterio puede ser para seguir vendiendo sus libros en las escuelas, para mantener el status quo. La familia del autor parece que no quiere que se corrija, pero la editorial en Inglaterra lo está considerando, es de locos.

¿Como definirías la experiencia de la lectura?

La experiencia de lectura es una combinación de elementos que debe funcionar. La ficción, para mí, te tiene que emocionar, tiene que tocar el corazón. Como la música, el cine, el teatro, la pintura, la naturaleza, las puestas de sol. Que una novela funcione es algo bien complejo, no son solo determinadas palabras que puedan chocar o molestar. Como en cualquier forma de arte, es cómo lo contás. Porque los temas son siempre los mismos: el padre. ¿Cuántas novelas hay sobre el padre? ¿O, ahora, sobre la madre? Muchísimas, pero depende de cómo se cuente esa historia. Desde los griegos, como mínimo, hay historias escritas sobre el padre. Y si un libro, que tiene 2500 años, se puede leer hoy, un nuevo libro sobre el padre, escrito hoy, tiene que producir ese efecto de la emoción también hoy.

¿Y Fortuna de Hernán Diaz?

Para mí, ahí ves una actualización de la novela del siglo XIX, hecha hoy. Porque tiene algo para contar, tiene una manera de actualizar los temas que, por otra parte, desde que se empezó a escribir literatura, son los mismos: el padre, la madre, la muerte, el dolor, la soledad, la locura, el sexo. Pero si vos los volvés a contar hoy, cómo se escribe hoy, habiendo leído todo pero con las antenas de hoy, funcionan, si podés contarlos bien. Y ¿qué quiere decir “bien”? Que haya algo en la actualidad que resuene.

¿Del momento histórico?

Sí, de tu día, del hoy, de tu vida.

¿Eso es lo que vos leés, en un manuscrito? ¿Eso es lo que vos mirás?

Yo soy una transmisora; cuando agarro un libro, acá estoy yo y acá está el lector (posible, potencial) en la librería. Algo de lo que está acá yo sé que… yo estoy muy atenta a los lectores, estoy atenta a las librerías, a lo que se dice de los libros. Todo el tiempo me llegan comentarios, me gustó este libro, este me aburrió, qué te parece éste, qué compro, qué regalo. Yo soy alguien que solamente sabe regalar libros, en mi familia, entre los amigos, se sabe que solamente regalo libros. Y eso es porque son el centro de mi mundo, y estoy atenta a ellos todo el tiempo. Hay libros que regalo durante años, de pronto uno me gusta especialmente y lo regalo y lo regalo.

¿Cómo fue tu recorrido por las editoriales?

Como te contaba, primero empecé como editora en Eudeba, donde estuve 3 años. De Eudeba pasé a Emecé, a dirigir Grandes Novelistas. Después Planeta compró Emecé y pasé a Planeta, de donde me fui a los 2 años (por diferencias imposibles de superar con el director editorial en ese momento). A los 6 meses me llamaron del Grupo Santillana para armar Suma de Letras, sello inspirado en Grandes Novelistas de Emecé. Querían tener un sello de ficción comercial internacional que en ese momento no tenían. Para armar un sello desde cero, tenés que leer muchísimos originales y autores para entender qué libros tenés que contratar. Por eso, durante muchos años, tuve un equipo, “un ejército” diría, de lectores en inglés, en francés, en italiano, en alemán, para saber por dónde ir. Y lo que entendí, bastante rápidamente, fue que tenía que leer esos informes de lectura de una manera no lineal. Es decir, muchos de esos informes decían “es pésimo”, “es horrible de malo”, “está verdaderamente mal escrito” pero no lo puedo soltar… y esos eran los libros que tenía que publicar, pensando en un sello que se propone publicar libros de mucha venta, que tengan enganche para los lectores. Era todo al revés. Porque además, yo también venía de leer de una manera muy estructurada y muy prejuiciosa, yo no había frecuentado ese tipo de libros, llamados de “entretenimiento” o “de género” (policial, romántica, fantasía, histórica), pero como ya había publicado un par, en Grandes Novelistas, a los que les había ido bien (Melissa P., Wei Wei), entendí que era otro el criterio para la novela comercial o de género, la novela para el gran público. De a poco vas entendiendo que publicar no es necesariamente ir detrás de los libros que te gustan, o que te interesan, sino más bien tratar de armar un corpus de títulos y autores que funcione por sí mismo, que tenga coherencia, que transmita al potencial lector un determinado mensaje: acá hay literatura (en el caso de Alfaguara) o acá hay entretenimiento (en el caso de Suma de Letras). Y así con cada sello.

En 2014, los sellos de literatura (ficción, no ficción, bolsillo, infantil juvenil) de Santillana fueron adquiridos por el grupo Penguin Random House. Al pasar a Penguin, me ofrecieron dirigir Alfaguara, donde estoy desde entonces. Asi que mi recorrido por distintas editoriales es bastante amplio, porque me olvidé comentarte que durante unos años dirigí el sello Punto de lectura, que era el sello de bolsillo de Santillana. Sobre todo me dediqué a la ficción (cuento y novela), pero publiqué ensayo, divulgación, rescates, bolsillo, algunos libros gráficos. Un recorrido bastante diverso, y también apasionante.

Bueno, ahora vamos a hacer un ping pong. No podés pensar mucho ¿eh?  

RECEPCIÓN DE MANUSCRITOS: 

Recibo muchísimos. Y les contesto a todos. No es que los lea todos, pero contesto los envíos.

EVALUACIÓN EDITORIAL: Me encanta.

ACEPTACIÓN DEL ORIGINAL Y CONTRATACIÓN: Es una emoción enorme, cuando pasa eso.

EDICIÓN DEL ORIGINAL: Esa parte es muy linda, muy emotiva. Y muy divertida, es hermoso ese trabajo.

CORRECCIÓN DE ESTILO: Ahí menos, yo no sirvo para eso, se lo dejo a las correctoras.

DISEÑO GRÁFICO: Es una de las partes más apasionantes de todo el proceso. Me gusta mucho lo gráfico y me encanta trabajar la tapa de cada libro.

Las preguntas rápidas son así:

Un lugar en el mundo

Tigre

Un recuerdo

Mi abuela Emilia, riéndonos mucho de mi perro, yo me reía mucho con mi abuela.

Un acierto

Haber insistido con ser editora.

Un fracaso

Haber confiado demasiado en mi misma, a veces.

¿Qué creés que te hace lo que sos?:

 Los libros, la lectura. Cada vez leo más, encuentro más tiempo para leer.

Existe un orden poético de las cosas, vos como fotógrafa, como editora, ¿ves que la vida tenga un orden poético que no tiene demasiada explicación? ¿existe un orden en lo que te llega para leer?

Existe la belleza, sin duda, y yo sé reconocerla. Y la busco.

Una imagen

Mis hijos de bebés. Son imágenes que atesoro.

Si de un lado de un túnel está tu infancia, vos de chica, y del otro lado del túnel estás vos ahora. y te ves. y tenés una sola oportunidad, ¿qué creés que se dirían?:

Me parece que la nena, preguntaría: ¿en qué me convertí? y la yo de ahora, le diría: tené confianza, te convertiste en editora.

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