Sanateos
Revista Número 13
Daniel Tevini
[Fidel Pintos, durante la Década Infame, inventó la sanata: una especie de verseo, o chamuyo, alrededor de un tema prestado.]
Sanata sobre “Verde que te quiero verde”, de F. García Lorca.
Verde que te quiero verde. Nada le sucede a la tarde, nada. Lo que se ofrenda en las siestas. Verde viento. Verde ramas. Vuelven al verdor las enramadas. Se insinúa una tormenta. El siseo de las hojas en la lluvia. Las gotas se suceden rechinantes. Chin, chin, chin. Chinchines. Cantan miles de chinchines. Insectos en mi cabeza, con ojos de fría plata. Al trueno, le sucede el rayo. Hay redoble de timbales. Cruzo abrazada a mí misma, entro al cuarto de la abuela. Las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. La lluvia que lima y lima. Temblaban en los tejados, farolitos de hojalata. Tengo un infierno tonal, adentro de la cabeza. Tic, tic, tic. Una gota que cae y cae. Todo es insanamente verde. Verde que te quiero verde. La mantarraya gris de la tarde que me nada entre las ramas. Una multitud: la lluvia. Tic, tic, tic. Las hojas de enredadera dudan. Dicen que sí, dicen que no. Se agachan, si las golpean las gotas. Después, se vuelven a erguir. El largo viento dejaba en la boca un raro gusto. Se agitan de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Como rodillos de máquinas de escribir. El tac, tac, tac, de las teclas. El pianito de las secretarias en las oficinas húmedas. Tengo un infierno de tardes, metido en la cabeza. Veo unas hojas a través del vidrio. Al rayo, lo arrebata el trueno. La abuela ahora levita. Un aire que se desmadra entre su cuerpo y la cama. Se hace un hueco silencioso, como una pequeña plaza. Las hojas de enredadera aspan, aspan viento y la sostienen. La abuela es como el mercurio de un termómetro roto que flota sobre la casa. Bastaría un manotazo, que se pierda en las terrazas. Tic, tac, tic, el reloj marca la lluvia. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas. Sobre la mesa de luz: alcanfor, y una taza de té frío. Contra el filo de una hoja, la mitad de una naranja. Un manotazo y la tengo. El jugo que cae, cae. No he de llorarla abuela, que la lloren las fulanas, las vecinas y sus cómplices. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Me visto entera de negro. Salgo al patio, no veo nada. La lluvia en forma de pelo que me cae como lágrimas. Verde que te quiero verde. Yo levito a mi manera por mi tierra renegada, donde no crece ni un yuyo, ni hay mujeres abrazadas, a un cajón. Mi duelo que sale al patio, la abuela que gira y gira. De un manotazo la espanto. Su cuerpo vuelve a la cama. Verde que te quiero verde. Verde carne, pelo verde. Tic, tic, tic. La enredadera que me toca el hombro. Tic, tic, tic. Con esta tijera la voy a cortar. Con esta tijerita que corta los daños. El pelo que no me deja ver. Corro con mi cabeza donde no crece ni un yuyo. Choque frontal contra la pared. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. La enredadera me abraza y ya no me deja ser. Tu sangre rezuma y huele, alrededor de tu faja. Sé que me pierdo en brotes, sé que me agito en ramas. Tic, tic, tic, mis dedos, ahora también. Mis dedos, verdes y blancos. Dicen que sí, dicen que no. Se agachan, cuando las gotas golpean. Se mueven, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Los nervios que se me enraman. ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo… Crecen en verdor mis enramadas. La abuela me mira desde el cajón. Tiene los ojos de mercurio y le cantan las fulanas. Tic, tac, tic. Visten de negro como sarmientos. Se redoblan los timbales. La abuela que me sonríe con su tijera que poda. Chin, chin, chinchines. Insectos en la cabeza. Las hojas se me fatigan. Las mechas que caen, caen. Tengo un infierno floral y sueños de madreselva. Ya llevo la sangre verde, siento verde hasta las muelas. Verde lechuza en las manos, verde nuez por las pestañas. Verde, que te quieren verde, de la noche a la mañana. Verde agrio de tu cuerpo, verde hiriente, verde araña.