Entrevistamos a Katya Adaui
Revista Número 14
Por Demian Naón y Cecilia Garino
Siete preguntas a Katya Adaui
1. En distintas entrevistas comentás “en mi caso el lenguaje debe ser antecesor de la trama” comentás también que “lo literario tiene que ver con complejizar el lenguaje” (adhiero fervientemente a este concepto) y también decís que “si es bonito y no es funcional” debés quitarlo de un texto. ¿Podría pensarse esta idea de complejizar el lenguaje como un estado o un proceso a la vez de mayor libertad al momento de escribir? ¿Podrías ampliarnos cómo surge esta idea, este proceso de complejizar el lenguaje?
El lenguaje es un juego maleable, poroso, que pide zumbido y fiesta. Al escribir abrazo mis propios furcios, mis enredos, haber pensado: “a” y que salga la “z”. Leer poesía me ayuda a soltar la lengua, la mano, ya no pienso en lo fijo, sino en cierta cualidad de lo volátil.
2. Escribir es una entrega personal. De varias formas. La memoria, los conocimientos, los motivos o las tramas donde cada escritor decide poner el foco, pero también escribir es poner el cuerpo. Los sacrificios que se deben hacer, a veces resignando vidas más sociales, o quitando horas al sueño, entonces desde esta idea, ¿sentís que esta pasión por el lenguaje modificó tu vida personal? ¿La escritura en general hizo mella en vos? ¿De qué maneras?
Nunca asocié la escritura al sacrificio, ni cuando debía escribir mis propias cosas de madrugada (durante el día trabajaba nueve o diez horas en una oficina). La escritura me iluminó la vida, me dio motivos para elegirla una y otra vez, pese a todo. Tuve una vocación precoz, pretendí hacer otras cosas, pero acepté que algo me fue dado y que me hace bien entregarme a “eso”.
3. La familia, tanto en Aquí hay icebergs como en Geografía de la oscuridad o, mejor dicho, “los padres adultos” vistos desde la mirada infantil, parece un universo sin prejuicios, sin sentencias, la pura existencia con cada una de sus formas. ¿Es este efecto el que considerás “ser atravesado por el lenguaje”?
La escritura es un lugar sin dios ni diablo, debe partir desprejuiciada. Así los personajes se mueven en mar abierto para decir o hacer lo que les vaya surgiendo. Yo acompaño en silencio, sorprendida de estos seres que piensan y deciden por fuera de mí.
4. En Geografía de la oscuridad, la puntuación marca entre otras cosas, la respiración de las frases y las palabras con exactitud, ¿podrías contarnos cuál es el método que utilizás para realizar este trabajo?
Pienso en términos de dulzura rigurosa. Me corrijo mucho. Reescribo y reescribo. Es la persecución de un sonido. Aunque yo no esté dotada para la música ni para la matemática, mi búsqueda es musical y matemática: ritmo y estructura.
5. ¿El intento de escribir sería de una manera u otra siempre autobiográfico?
No hay forma de escapar del yo. Escribimos desde una herida/obsesión singular. Y desde ahí ficcionamos, comenzamos a mentir.
6. ¿Creés que el oficio de escribir está condicionado en la actualidad por alguna forma de nueva moral progresista de lo correcto y lo incorrecto?
No hay condiciones, excepto las censuras autoimpuestas que son libertad o prejuicio de cada quien. Te doy un ejemplo, a mí me da absoluta flojera un personaje machista a estas alturas, unidimensional, se me queda anacrónico, ya lo leí/viví demasiadas veces. Ni lo leo, ni lo escribo.
7. ¿Si de un lado de un túnel estuviera quien eras en la infancia y del otro estuviera Katya actualmente qué creés que se dirían?
¿Por qué tienen que hablar? Mejor que hagan silencio.
Fotografía de Verónica Bellomo.