Napoleón y su tremendamente emperatriz
Revista Número 19
Ariel Naón
Es mil nueve noventa y tres. Sobre la cabecera de mi cama hay una foto de Fito Páez.
Un retrato en blanco y negro tomado durante una conferencia de prensa. Fito va a tocar en Vélez a beneficio de UNICEF. Tiene puestos los anteojos que dejé sobre un cuaderno. Y si bien los que tiene puestos obviamente no son los míos, son iguales. Son dos cristales ovalados sin marco. Las patillas están delicadamente sujetas al cristal con dos tornillos. Los busqué un montón hasta conseguirlos. Quería tener sus mismos anteojos.
En la foto, Fito tiene la cara apoyada sobre una de sus manos. Es un gesto serio y reflexivo. La mirada perdida. Acaba de plantar una bandera en la luna. Y en el inconsciente de varias generaciones de jóvenes latinoamericanos, una pregunta más bien carveriana: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor… después del amor?
La primera vez que presté atención a la voz de Liliana Herrero fue en el disco que siguió a El amor después del amor. En el tema “Las tardes del sol, las noches del agua”. “… Algo andará pasando, andará rondando por Villaguay”. Era un presagio del futuro. Villaguay… ese nombre de agua escondía mucho más de mi vida de lo que yo creía. Una bomba en la punta de mi lengua. Sin nada de tic-tac. Villaguay, el pueblo natal, la metafísica del río, Juanele, Heidegger, La Juventud Peronista, Ellis, González.
La lista interminable del universo Herrero a punto de estallar en mí.
Ahora es dos mil dieciocho. Liliana dice: “ Vamos a hacer el disco de Fito”. Por fin. Lo dice después de diez años de trabajar juntos. Después de tres discos. De pensar junto a nuestros compañeros, arreglos y repertorios. Por fin aparece la propuesta tan esperada. Un disco exclusivamente de temas de Fito Páez.
Liliana enumera las canciones que vamos a grabar. Son un mapa de mi juventud. De mi vida y de la suya. Yo propongo mi canción favorita. “Tatuaje falso”. Liliana me cuenta que habló con Fito: “Le conté de Tatuaje falso, le encantó”.
Ahora es mil nueve ochenta y algo. Fito y Liliana viven en la misma casa, en Rosario. Liliana da clases en la Facultad de Humanidades y Arte. Pocos años después va a ser la directora de la carrera de Filosofía. Fito dice: “Basta de cantar en la cocina, vamos a grabar un disco”. Grabaron el primero. El homónimo. Después siguieron grabando juntos: “Esa fulanita”, “Isla del tesoro”, y así varios.
Ahora ya pasaron doce discos desde ese primer disco. Estamos entrando al estudio a grabar el número trece: Canción sobre canción. La grabación arranca, como muchas, grabando voces de referencia. La idea es: sobre esas voces, grabar los instrumentos y dejar para el final algunos días exclusivos para que Liliana grabe la voz definitiva, en algún un momento de intimidad, con la luz baja y una copa de vino.
Desde siempre creo que la voz de Liliana es única. Canta desde una profundidad desconocida. Es como si pudiese cantar mientras cae al abismo. Es muy fuerte vivirlo de cerca. Fito dice que grabar con Charly García es como entrar por un par de días al atelier de Goya: poder verlo trabajar. Liliana canta como si ya no hubiera tiempo para tonterías. Todo es al hueso. En este disco siento más vértigo que nunca. Siento miedo. Miedo de la intensidad con que se dan todas las cosas. La grabación es convulsionada, caótica. Repleta de peleas y de momentos extrañamente mágicos. Y digo mágicos solo por decir. Para dejar de buscar la palabra que se aproxime a esto que veo, a lo que siento ante la presencia de algo que probablemente va a trascendernos. (Algo así debió ser ver a Charly en el estudio, o a Goya trabajar en su atelier).
Cuando las cosas están bien, están bien para siempre. No tiene que ver con la calidad de la obra, es la entrega lo inusitado del artista. Por supuesto, la idea de que Liliana grabe la voz más tarde no sucedió jamás. En el disco quedaron esas voces que nosotros llamamos “de referencia”. Y es increíblemente bello que por una cuestión netamente de espacio físico, Liliana las grabó… en la cocina del estudio. En la cocina. Desde el lugar aquel del que Fito quiso sacarla allá en Rosario, para grabar su primer disco.
Yo también supuse que debía salir de la cocina del estudio para grabar las voces “definitivas”. Pero en Canción sobre canción, el disco de Liliana Herrero sobre músicas y letras de Fito Páez, casi todas las voces están grabadas justamente desde ahí, desde la cocina. Como si algo quisiera explicarnos de una vez que, para ella, no hay antes, ni luego, ni tal vez. Ni siquiera hay otro modo de cantar que no sea ese: urgente y final.
Ariel Naón es músico, contrabajista, bajista y arreglador musical. Participa constantemente en la escena del jazz Argentino desde de fines de los años 90. Forma parte del grupo Virus desde el año 2004. Es contrabajista y arreglador del grupo de Liliana Herrero desde el año 2010. Y compartió conciertos y grabaciiones con múltiples artistas como Fabiana Cantilo, Los Twist, Teresa Parodi, Juan Falú, Cristian Castro, Dyango, Daniel «Pipi» Piazzolla, Lucio Balduini entre otros. Hizo la música de la película italiana «Diario de la guerra de cerdo». Participo del Film Zonda de Carlos Saura. Y desde el año 2019 participa del taller de Pablo Ramos.