La hija del carnicero

Revista Número 15

Rodrigo A Peralta

 

Marcos corre las tiras de plástico de colores que forman la cortina e ingresa a la carnicería. El negocio ocupa la parte de abajo de una construcción de dos pisos. Las paredes son de ladrillo hueco sin revoque. Don Cosme es el carnicero, un tipo cuarentón, de aspecto cansado. Está parado detrás de la heladera mostrador, donde no hay variedad, solo cortes populares.

—Don Cosme, buenas tardes.

—Pibe… ¿otra vez por acá?

—Quería ver el precio de la carne picada.

—265.

—Y para milanesas… ¿tiene?

—Sí, quinientos el kilo.

—Aha… ¿Y choris?

—Escuchame una cosa, pibe, ¿por qué no te dejás de joder y pasás? La Betty está arriba.

—¿No molesto?

—Me molesta más que vengas cada media hora para ver si es ella la que está atendiendo.

—Bueno, permiso, entonces.

Marcos pasa por la puerta del fondo y sube una escalera caracol hecha con restos de metal soldado. En el piso de arriba hay una cocina, una mesa grande con seis sillas de diferentes estilos y una puerta que da al único cuarto. Marcos se acerca: Betty está tirada en la cama, leyendo una revista y fumando un cigarrillo.

—Hola, Betty.

—¿Marcos? Metete, che. ¿Qué andás haciendo por acá?

—Pasé a comprar y tu papá me dijo que estabas.

—¿Todo piola?

—Sí, sí… ¿vos?

—Piola, piola.

—Qué bueno. ¿Este es tu cuarto?

—Y de mi hermana. Mis viejos duermen en el sofá cama.

—Ah.

—¿Qué se cuenta? No volviste más a la escuela.

—¿Ya volvieron?

—Sí, colgado… hace como un mes.

—No sabía.

—¿No vas a volver?

—No sé, estoy medio ocupado ahora.

—¿Es cierto entonces?

—¿Qué cosa?

—Que están moviendo para la Benito.

—¿Quién te dijo?

—Esas cosas se saben. Además, el Bruni se fue de boca el otro día.

—Pero qué boludo.

—Tranca, chabón, que esta boca no es cloaca, de acá no sale una mierda.

—¿Te molesta?

—¿Qué estén con la Benito? No. Acá cada cual vive como puede. Mi última pareja era transa. Deja buena moneda.

—Algo deja, sí. La Lucre pudo hacerle otra pieza a la casa. Y le compramos un lavarropas a la mami.

—¿Y vos qué te compraste?

—Un teléfono. Mucho no necesito.

—Pero chabón, no es nada eso. Tenés que pensar en grande. Pedite un terrenito, algo para construir.

—Me falta todavía para eso.

—No podés vivir con tu vieja para siempre.

—Ahora vivo con la Lucre. Así la ayudo con el nene cuando sale.

—Ah. ¿Sale mucho?

—Cuando hay que arreglar algún quilombo.

—Che, ¿y no hay algún laburito que pueda hacer?

—¿Cómo qué?

—No sé, lo que venga. Acá no entra un mango. La carne está cada vez peor y la gente ni compra.

—No sabía.

—Sí, mi viejo está cansado de tirar carne. Consejo, no compres carne picada.

El teléfono de Marcos suena, interrumpiéndolos.

—Mirá, justo, la Lucre. ¿Querés que te pida laburo?

—No, dejá.

—¿Segura? Mirá que se re copa ella.

—No, no… atendé nomás.

—Hola, Lucre, ¿qué pasó?

—¿Dónde estás, boludo?

—En la carnicería.

—¿Otra vez? Dejate de joder con esa piba. Ni te juna.

—Estoy con ella, en la pieza.

—Ah… ¿Qué haces con esa mina?

—Nada, charlo.

—Guarda con lo que decís, escuchaste.

—Sí, tranca, que no soy gil. ¿Qué pasó?

—Venite a cuidarme al Jony. Tengo que ver al comisario.

—Cómo jodés con ese milico.

—Callate, bocón.

—Perdón. ¿A qué hora necesitas que vaya?

—Ahora, Marcos. Ya.

—Bueno, chau… Betty, me tengo que ir.

—Sí, escuché.

—Perdón.

—No pasa nada.

Marcos se levanta. Betty se queda tirada en la cama. Enciende otro cigarrillo.

—Bueno, me voy.

—Dale. Me gustó que pasaras.

—¿Sí?

—Sí. Caete cuando quieras, acá me vas a encontrar.

—Dale. A mí también me gustó verte.

—Marcos, ¿te puedo preguntar algo?

—Sí, claro.

—¿Tu hermana siempre te trata así?

—¿Así cómo?

—Así, dándote órdenes a los gritos.

—No eran órdenes. Se preocupa, nomás.

—No parece.

—Cuando la conozcas vas a ver que está todo bien con ella.

—¿Vos decís? Yo creo que nos agarramos de los pelos. Altas locas.

—Espero que no.

—Bueno… andá que te esperan.

—Sí, dale. Nos vemos.

Marcos baja las escaleras. Don Cosme le sonríe y le pasa una bolsa con carne.

—Tomá, pibe.

—¿Y esto?

—Una pavada: un matambrito de cerdo, un poco de asado y unos choris, caseritos. Para que coman el domingo con su mamá y su hermana.

—Bueno, gracias. ¿Me lo anota? No traje plata.

—Andá tranquilo, pibe. Es un regalo.

—¿Seguro?

—Seguro. Andá. Y mandale mis saludos a tu hermana. No te olvides.

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