San Benito

Revista Número 13

Rodrigo Peralta

 

Están en la casa de la Lucre. Es domingo y la mesa está puesta para tres, más un platito para el Jony. La Mami hizo ravioles, caseros, de espinaca. Marcos está en cueros, sentado a la mesa. Lucre con el hijo a upa, le da la teta. Una olla hierve sobre la cocina.

—Che, vos, inútil, ¿por qué no te vestís de una vez?

—Ya voy, ya voy. Aguantá que estoy jugando con los pibes.

—Dale, tarado, todo el día ahí flasheando, te vas a mierdear los ojos.

—Qué hincha que estás… ¿te vino?

—¡Marcos! Decí que estoy con el nene, eh… sino, te bajaba los dientes.

—No te calentés, che. Ahí terminé.

—Apurá que quiero terminar la comida.

—¿Y la Mami?

—Se fue a buscar el pan.

—¿Y por qué no me pidió a mí?

—Porque estabas ahí, todo bobo, metido con el teléfono. Te dijo, pero ni bolilla.

—No me di cuenta. Pobre Mami.

—Escuchá: hoy me preguntó por qué estás hace un mes parando acá.

—¿Y qué le dijiste?

—Que me estabas dando una mano con el nene, así podía hacer el curso de pastelería.

—Bien.

—No, Marcos, mal. No es tonta, que se haga es otra cosa.

—A mí no me dijo nada.

—Ya te va a decir.

—Bueno, después veo que le digo.

—¡Lo mismo que yo! Si le decís otra cosa se va a avivar.

—Bueno, bueno. No me la agités. Contesté sin pensar.

—No podes contestar sin pensar, nene, nunca más.

—Está bien… Perdón. ¿Querés que te lo acueste al Jony?

—Dale. Gracias.

Marcos se lleva al nene, mientras Lucre revisa y contesta mensajes en el celular.

—Listo, quedó liso, liso…

—Gracias.

—Lo que sea por mi hermanita.

—Escuchame: agregá dos platos.

—¿Quién viene?

—El Bruno.

—¿Y ese qué quiere?

—Poné los platos, querés. Y abrí la puerta, que deben de ser ellos los que golpean.

—Marcos…

—¿Qué hacés, Brunito?

—Piola, vago. Todo piola.

—Pasen, siéntense. Che, Bruno, ¿quién es el alto?

—¿Posta no sabés?

—No.

—Es Alcides Benito, uno de los capos de la Benito; los que manejan toda la posta.

—Así vestido, y con los tatuajes y esas cruces, parece trappero.

—Shhh… no seas boludo. ¿Cómo andás Lucre?

—Todo bien, Bruno. Marcos, andate a buscar pan.

—Pero si ya fue la Mami.

—Bueno, entonces andá a buscarla. Te llamo para que vuelvan.

—Tu hermano podía quedarse.

—Prefiero que no. ¿Qué hace un Benito en mi casa?

—Tenemos que hablar, me parece.

—¿Sobre?

—Escuchame, corazón, cortemos la joda, ¿sí? Sabemos que te cargaste al Gordo y tu hermano al Polaco.

—Eso fue un accidente.

—Lo que sea. ¿Está vivo, en este plano? No. Y muerto no me sirve.

—¿Qué mierda querés, Alcides?

—Cuánta confianza, dulzura.

—Es mi casa y te digo como quiero, gil.

—¡Lucre!

—Vos no te metas, Brunito. Vos sos un buche de estos.

—Hago mi laburo.

—Laburo de milico, hacés. Cagón.

—No te hagas la viva, pendeja…

—Bruno, silencio. Y vos, linda, escuchame bien, con todos tus sentidos: el porro que movía tu viejo el día que lo quemaron, era mío, no del Polaco. Ese turro me quiso dormir, pasarme la posta. Él mató a tu viejo y se afanó el bulto.

—Hijo de puta.

—En cierta forma, tu hermano hizo justicia. Le sirvió al Polaco el karma que él mismo puso a cocinar. Por ese lado, con tu hermano está todo en orden.

—Mejor.

—El Gordo… Bueno, ese es otro tema. Él iba a ocupar la punta… moverme las mercaderías, ¿entendés? Pero ahora me quedó un vacío y los de la 35 quieren copar la parada. Eso va a terminar en quilombos y los signos no están dados para eso.

—En la escuela no.

—¿Perdón?

—No soy tarada, Alcides. Si movemos tu mierda, que la escuela quede afuera.

—¿Y quién va a comprar el porro? Los pendejos son el mejor cliente.

—Que lo compren en otro lado, fumar van a fumar igual, pero la escuela se respeta.

—Mmm…

—Quiero reglas claras. El Polaco hacía cualquiera y le vendía a cualquiera. Le importaba la guita, nada más.

—¿Y a vos no?

—A mí me importa mi familia, y el barrio.

—Está bien. Vamos a empezar de a poco. Primero, la confianza: tienen que moverme un raviol de cinco kilos. Desde Nordelta hasta acá.

—¿De porro?

—De merca. Bruno los va a ayudar. Conoce algo del negocio y es un pibe inteligente.

—No lo demuestra muy seguido.

—Pero se las arregla. Si eso sale bien, vamos a empezar de verdad. Vos y tu hermano van a recibir los productos y los van a mover. Las zonas las eligen ustedes, los clientes también, pero tienen que hacer ganancias, si no, no sirve.

—Mi hermano no.

—Corazón, tu hermano tiene una estrella especial en todo esto. Desde el momento en que empezó a afanar para el Polaco que brilla con intensidad… Mirá, le armé una carta astral. Tengo la tuya también.

—¿Qué es eso?

—Pensalo como una fotografía del cielo en el momento en que naciste. Una carta astral describe las energías que conforman la esencia de una persona: su personalidad, cómo es, cómo actúa y lo que piensa.

—Ah… gilada.

—No te burles, es un arte antiguo. Tomá, guardala y estudiala. Tu futuro es hermoso.

—Bueno. ¿Algo más o ya podemos comer?

—Una cosa más.

—¿Qué?

—Tu hijo, Jony, se parece mucho al padre.

—Andate a la mierda, Alcides.

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