La arena ya no es más un suelo firme

Revista Número 11

Eugenia Zapata

Gloria va a quedarse sola por primera vez en la casa de la playa. Bueno, sola no, con las chicas, que es casi lo mismo, pero peor. Jorge finalmente la convenció.

Gloria preferiría volver a Buenos Aires con él que tiene que trabajar en la oficina, pero ya no intenta que la gente la comprenda cuando lo explica. La miran con cara de desaprobación. “Con el calor infernal que hace en enero en el centro. Qué picardía. Aprovechá. Hacelo por las chicas. Con esa casa divina que se hicieron.”

Lo que la gente no entiende es que en la playa no está Jorge. Algo se desactiva dentro de ella cuando él está lejos. Gloria siente que cuando está con él las cosas son mejores. La casa de madera sobre el médano, las siestas, las caminatas.

Sin él no encuentra nada para hacer en la playa. Se siente fuera de lugar entre los veraneantes eufóricos. Todo le pesa más. La agobian el protector solar y la heladerita. Elegir el pan, decidir el almuerzo. Los campamentos de toallas, lonas, sillas y bolsos.

Y las chicas. En la casa de veraneo no hay con quien repartir la atención inagotable que piden ellas. Quieren ir al agua, hacer pis, tomar helado de payasito, hacer castillos en la arena. Se pelean por ir adelante en el auto, por abrir el portón solas con el control remoto, por dormir con el perro adentro de la cama,  llenas de arena.

Pero esta vez él la había convencido y la gente aprobaría. Eran pocos días, él iría y vendría en avión y al terminar la semana regresarían todos juntos en el auto familiar.

 

Resultó una semana con sol todos los días y un mar invadido por aguavivas rosadas. Ahora Gloria está parada en la orilla después de que las chicas insistieron otra vez con los helados de payasito. Ya comieron uno cada una así que se los cambia por un baño en el mar que también le piden. Gloria estudia el lugar donde rompen las olas y elige una zona más tranquila donde calcula que va a hacer pie. Cada chica se agarra de una mano y las dos flotan cuando la ola las levanta, pero no se alejan porque Gloria las sujeta. Las tres juntas son una gran ave acuática de alas extendidas. Las chicas gritan y se ríen. Gloria piensa en Jorge que también estaría contento si las viera en el agua con ella. Ya faltan menos días.

—Vos avisanos si viene alguna aguaviva, mamá.

Gloria tiene frío porque se levantó un viento fuerte. Quiere ordenarles que salgan ahora, pero va a esperar un poco más. Jorge haría eso.

El lugar donde se bañan se vuelve profundo cuando muy cerca de ellas rompe una ola que no esperan, el agua sube y la corriente las empuja unos pasos hacia adentro. El cuerpo de Gloria se vuelve liviano y pierde el equilibrio, la arena ya no es más un suelo firme. Gloria quiere volver adonde hacía pie cuando entraron, pero un muro de agua la frena y no la deja avanzar ni retroceder. Tiene los brazos levantados para que las chicas puedan flotar con las cabezas fuera del agua. Unos segundos más tarde la masa de agua baja un poco y Gloria recupera el equilibrio. —Un poco más mamá, un poco más, no seas mala —dicen las chicas cuando se dan cuenta de que Gloria mira hacia la orilla para salir.

Vuelve otra ola. Esta vez con violencia, y sorprende a Gloria de espaldas. El agua avanzó con fuerza y le dejó el pelo enredado sobre la cara. Gloria sujeta con firmeza a las chicas, quizás hasta les haga doler las manos, pero no va a soltarlas. Ahora las tres tienen cara seria y ninguna dice nada. Gloria intenta nadar pero las chicas le pesan. A lo lejos hay algunos bañistas muy concentrados en saltar las olas o en dejarse llevar por ellas hasta la orilla. Las chicas tosen porque tragaron agua. El viento se lleva los ruidos de las toses y también se llevaría la voz de Gloria si pidiera ayuda. Nadie parece reparar en que van a ahogarse.

Gloria quiere calcular cuánto le llevará nadar hasta la costa pero antes de que logre divisarla, una nueva ola rompe muy cerca de ellas. La masa de agua que las rodea crece y separa los pies de Gloria de la arena donde estaban apoyados, ella se esfuerza estirándolos pero ya no puede afirmarse, el suelo ya no está.

—Salgamos mamá —pide la hija más grande. Cuando Gloria gira el cuerpo para orientarse una nueva ola rompe sobre ellas y las chicas se le sueltan de la mano. Quiere gritarles que vuelvan, se le llena la boca de agua salada y le arde la garganta, la corriente la lleva un poco más hacia adentro. Gloria no sabe dónde está la orilla, ni el suelo, ni las chicas.

—Acá, acá, deme la mano señora —le dice el hombre de gorrita que se ha metido en el agua con su camisa de vender helados.

Gloria se agarra de su mano, trata de hacer pie donde está pero no lo logra. No quiere avanzar hasta no ver dónde están las chicas. Mira alrededor. Cuando se orienta y encuentra la orilla, las ve. Están de la mano muy juntas. Los trajes de baño desacomodados, el pelo chorreando. Estiran las cabezas en dirección a Gloria.

—Está lleno de pozos y canaletas hoy. Las vi justo. Las nenas salieron solitas, las sacó la ola.

Gloria se deja arrastrar. El hombre de los helados camina, y Gloria flota agarrada de su mano hasta que se da cuenta de que es ridículo flotar, que el suelo está cerca y ella también puede caminar.

Se abraza con las chicas y en silencio recogen todo para volver a casa. Las tres vuelven calladas.

Más tarde las chicas se quedan dormidas en la cama grande mirando la tele. Todavía tienen puestos los trajes de baño y el pelo enredado, tieso de sal y arena. Gloria las cubre con la sábana para que no tengan frío más tarde y se acomoda junto a ellas con mucho cuidado para que no se despierten. Tiene puesto un suéter sobre el pijama y aún así siente un frío que no se le va.

Se levanta y en la cocina se prepara un té. Mientras el agua se calienta piensa en que mañana buscarán a Jorge por el aeropuerto. Bajará del avión seguramente entre los primeros. Gloria sabe que va a estar contento, siempre vuelve contento de trabajar. Puede imaginarlo con la camisa arrugada, la corbata floja. Los encargos de las chicas en el bolso, el comentario acerca de la ciudad vacía, del calor de Buenos Aires. Gloria sabe que si se acerca lo suficiente podrá oler el perfume de Jorge mezclado ligeramente con la transpiración del día, podrá sentir la barba apenas crecida, la piel un poco pegajosa, podrá refugiarse en el hueco que él le reserva cerca de su cuello.

Sabe que las chicas correrán a saludarlo.

Vuelve a la cama. En la pantalla del teléfono ve un mensaje de Jorge que quiere saber cómo pasaron el día.

Mientras mira a las chicas dormir intenta calmar el sonido de las olas que parece estar metido dentro de la habitación. Se adormece y se despierta sobresaltada con el mar en el cuerpo. Siente que la habitación se mueve, ¿o es su cuerpo sin peso flotando suelto? Se agarra de la mano tibia y pequeña de una de sus hijas para no hundirse en la masa de agua en la que no quiere quedarse sola. Después se abraza a ellas que respiran calmas, despreocupadas. Son un refugio para Gloria.

La despiertan los golpes de los postigos de madera que quedaron abiertos y que el viento nocturno agita. Gloria los cierra y del ropero del dormitorio saca una manta abrigada que agrega a su cama. Un nuevo mensaje de Jorge insiste iluminando la pantalla. Gloria gira el teléfono para silenciarlo.

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