acá nomás

Revista Número 12

Rodrigo Peralta

Acá nomás

 

Marcos y Bruno caminan por una obra abandonada, entre máquinas, materiales y carteles oxidados que prometen una futura cloaca para el barrio. Bruno señala un montículo de tierra detrás de una topadora.

—¿Ahí te parece bien?

—Sí.

—¿Armás vos o armo yo?

—Armá vos, Bruno, tranqui.

—Dale… Ahí, listo.

—Che, dijiste una astillita.

—Y es chiquito este… jajaja. Dale, tomá, prendelo.

—Pasame.

—Y, ¿tira o no tira?

—Ah… boludo, ¿qué es?

—¿Viste? Calidad, papá. Es un prensado mezclado con flores. Tomá, dale otra seca.

—Bueno, pero tranqui.

—Relajá Marquitos.

—Tomá, que ya me está pegando.

—¿Cómo va la escuela?

—Olvidate. Ya fue eso.

—No me digás que dejaste.

—Se me complicó.

—¿Por?

—Nada, giladas.

—¿Otra sequita?

—No, no, estoy bien.

—Dale, pa.

—No, Bruno, ya.

—Ok. Apago entonces.

—Estás medido hoy.

—Jajaja… Nunca, gato.

—Lindo porrete.

—¿Querés que te consiga?

—Podría, ¿no? ¿Cuánto?

—Milqui el veinticinco.

—Salado.

—Pero lo vale. ¿Te pido?

—No sé, dejame pensarlo.

—Dale.

—…

—Colgaste, che.

—¿Eh? Sí… estaba pensando.

—¿En?

—Nada, nada. Giladas.

—Bueno… pega lindo, ¿viste?

—Sí… Estoy medio loco.

—Jajaja…

—Hacía mucho que no fumaba.

—Yo fumo medio a la mañana, medio al mediodía y uno a la noche, para dormir.

—Tranqui.

—A full.

—…

—Marcos.

—¿Qué?

—Colgaste de nuevo.

—Perdón.

—¿En qué pensás, chabón?

—Nada.

—Escuchame, la gente anda metiendo el pico.

—¿Quién?

—La gente del barrio. Nadie te la va a batir de frente, pero saben que pasó algo en lo de  la Lucre.

—¿Qué? ¿Qué dicen?

—No sé, eso. Que pasó algo.

—Puta madre…

—Fue con el Gordo, ¿no?

—¿Qué decís, Bruno?

—Nada. Sé que la Lucre lo odiaba.

—Apenas se conocían.

—Se conocían bastante. Vos porque estabas metido con la escuela y ayudando a tu vieja, pero se conocían bastante, mucho.

—Si te cuento, prometeme que no vas a decir nada.

—Te lo juro.

—La Lucre le metió un tiro.

—¿Al Gordo?

—Sí.

—Te dije que lo odiaba. ¿Y cómo está?

—Muerto.

—Dale, gato, no me la cuentes.

—De verdad, tarado. Se lo dio en medio del pecho.

—¿Y qué hicieron?

—Lo primero que hizo ella fue cagarme a pedos.

—Jajaja…

—Después me dio al Jony para que lo lleve a lo de mi vieja. Cuando volví había envuelto al Gordo en una frazada y estaba tomando un vaso de vino.

—Es fuerte la guacha.

—Sí… Cuestión que vuelvo y estaba ahí con su vinito. “Andá a pedirle la chata al tío”, me dijo. Y fui, la busqué y la traje.

—¿A dónde se lo llevaron?

—Al basurero de Catán.

—¿Hasta allá se fueron?

—Sí. La Lucre dijo que tenía que ser lejos del barrio. Tardamos bocha. Yo pensé que se iba a hacer de día. Entramos por atrás. Ahí el alambrado está roto. Metimos al Gordo entre la basura vieja y nos fuimos.

—Yo lo hubiera quemado.

—Sí, yo también. Le dije, pero me dijo que si lo prendíamos fuego, venían los bomberos, que a la basura vieja ni la revisan ya,  y que se iba a podrir antes.

—Está bien, que se lo vianden las ratas. Gordo hijo de puta.

—Che, ¿pero por qué tanto odio con el Gordo?

—Era una mierda y el Polaco también.

—Ese es otro tema.

—Sí, ya sé.

—¿Posta?

—Todos saben. Igual tranqui, estaba por caer igual. El Polaco estaba chapa, ya fue.

—Sí, todos dicen lo mismo: vos, mi hermana, pero yo sigo metiéndome en quilombos.

—Marcos.

—¿Qué?

—Yafu… Ya fue.

—Escuchame, te quería pedir un favor.

—Decime.

—Tu tío, ¿todavía me puede llevar a Salta?

—No, olvidate.

—¿Por? Decile que si quiere le pago, guita tengo.

—No, Marquitos, eso no va a poder ser.

—Pero, ¿por qué no?

—Porque la Lucre nos vino a hablar y nos dijo que ni en pedo te saquemos de acá.

—Ah… Bueno.

—¿Querés otra seca? Todavía es temprano.

—Sí, dame que lo prendo.

 

 

 

 

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