Entrevista a Julián López

Revista Número 9

Cecilia Garino

Tu escritura es para mí la escritura de la intimidad. Tanto en Una muchacha muy bella como en La ilusión de los mamíferos y en Meteoro, hay una intimidad pura, nítida, al punto de que el lector puede identificarse de una manera corporal. ¿Podría ser lo que mencionás como la “materialidad del lenguaje”?

Sí. Escribo con mucha preocupación de la escena que a mí me parece más importante, y que captura mi escritura, que creo que es el terror que supone el encuentro profundo entre dos o más personas. Así que sí, eso se puede rastrear en mis libros.

Y seguramente tiene que ver con la materialidad del lenguaje. Es decir, con las posibilidades que te brinda el lenguaje de construir aquello que te preocupa. Para referirme a ese tipo de intimidad hay un tipo de materialidad a la que apelo que intenta capturar, no la empatía, pero sí el acompañamiento en la lectura. Si te fijás en mis novelas, las voces narradoras no tienen nombre propio. Lo que pretende conseguir la escritura sin nombres propios en las voces narradoras, es que no haya ninguna barrera que se interponga en la lectura. Así, los lectores de alguna manera pueden sentir que son ellos.

 

¿Hay un sacrificio por esta intimidad volcada?

La escritura es una estrategia de corrimientos de velos. Te deja muy expuesto primero con vos mismo y después con otras personas.

Y yo no entiendo la escritura de otra manera, a mí no me interesan las escrituras que no son capaces de un grado de honestidad. Honestidad incluso para preparar la mentira.

Yo creo que la escritura es un “acto de arrojo”. Es un acto de arrojo que es muy hermoso y a veces muy doloroso. Pero que en todo caso funda el por qué uno escribe. De alguna manera el sentido de por qué uno escribe. Uno no escribe para decir cosas bonitas. Uno escribe porque no tiene más remedio que hacerlo. Cuando uno acepta que no hay más remedio que hacer lo que tiene que hacer, para que valga la pena, sí es necesario descarnarse y tomar el riesgo.

Y todo el tiempo es una negociación hasta dónde puedo ir. La escritura en ese sentido es muy brutal, es brutal y maravillosa, porque en el mismo acto de arrojo hay una felicidad muy importante.

Después, tal vez, los momentos más difíciles son cuando ya es libro la escritura. Ahí te enfrentás con los riesgos que tomaste y con los destinatarios, los narratarios, a quienes les estuviste hablando.

 

Los llanos, de Federico Falco, Una vida más verdadera, de Inés Garland, La uruguaya de Pedro Mairal y La ilusión de los mamíferos, son historias de amor. Cuatro historias de amor, crudas, pero principalmente, para mí, muy sinceras, muy íntimas. ¿Hay una madurez en el uso de la primera persona? ¿Representan estos escritores y por supuesto vos, esto que llamás “la materialidad del lenguaje”?

Lo de la madurez no me parece. Sí te podría decir que hay zonas de la escritura que se juntan y que tienen que ver con la primera persona que mencionás. Pero también conozco mucha gente que se queja mucho de la primera persona y que se queja con mucho desdén, desdén que yo no comparto para nada, problemática a la que yo no le tengo ningún respeto. Pero tampoco diría que hay una madurez. A mí me parece que es un gran momento de la escritura argentina. Pero no, no diría madurez.

 

Y ¿podrías definir este gran momento de la escritura? ¿Se puede definir la literatura argentina de las ultimas 3 décadas por ejemplo?

Es un gran momento, muy complejo: por un lado hay un nivel de productividad formidable. De circulación de textos y de editoriales y de proyectos escriturales, y además hay escrituras que me parecen muy importantes. 

Hace algo más de diez años empezaron a aparecer escrituras nuevas, de mucha envergadura, más allá de cada escritora o escritor, proyectos conjuntos literarios muy importantes.

A la vez me parece que hay una tensión muy fuerte, con una derechización de las maneras de producción de escritura que tiene más que ver con la espectacularidad, con concursos internacionales, con festivales, con una manera de abordar la tarea de la escritura y la tarea de la literatura para mí muy globalizada, neoliberalizada, con talleres súper numerarios donde la escritura es casi exclusivamente catártica y clubes de lectura donde te eligen qué leer y donde estos clubes negocian con las editoriales, entonces las editoriales hacen tiradas exclusivas para esos clubes.

 

¿Como un sistema parecido a Netflix?

Sí. Exacto. Por eso me parece que es un momento muy explosivo y muy complejo. Porque se hace participar a la escritura de sistemas de producción que son iguales en el cine o en la televisión y que son iguales en todas partes del mundo. En un país como la Argentina que tiene una tradición escritural muy definida, muy identitaria; a mí me parece preocupante.

 

Leí en distintas entrevistas que dijiste que no te parece muy conveniente la diferenciación de géneros en escritura, sí en narrativa, sí en poesía. Pero no llegué a leer ninguna opinión sobre el cuento que, aunque es narrativa, puede decirse que tiene sus propias reglas. ¿Podría ser que el cuento tenga una limitación para la intimidad?

No, para nada. El cuento no tiene limitación, tiene ofertas y requerimientos muy propios. He sido un gran lector de cuentos como cualquier argentino que lee literatura argentina. Y la guerra entre cuento y novela creo que es falopa. Creo que es una cuestión de mercado que ni siquiera siento que sea genuina. Por ejemplo, se corría la bola de que el cuento no vende. Yo no sé. Samanta Schweblin vende mucho. Y creo que el problema de género es un problema de la librería, de en qué estante ponen los libros.

Y de ninguna manera el cuento tiene límites para presentar la intimidad. De ninguna manera.

 

¿Puede ser que las novelas sean cada vez más cortas?

Sí. Creo que pasa algo particular en la Argentina que tiene que ver con la extensión de nuestras novelas que son cortas, y que son en todo caso cada vez más cortas y que tiene que ver con que los escritores argentinos no tenemos plata y tenemos que pagar el alquiler. Tenemos poco tiempo de producción, comprar tiempo para escribir en Argentina es absurdamente caro. Entonces tenemos que resolver en muy poco tiempo nuestros universos narrativos. Esto acorta nuestras posibilidades. Eso le da por un lado una idiosincrasia muy propia a la escritura argentina pero que tiene que ver con las condiciones de producción, somos trabajadores empobrecidos, como la mayoría de los trabajadores argentinos. La mayoría de escritoras y escritores argentinos lo hacemos robándole tiempo al sueño, al trabajo. Y no lo digo como una épica, al contrario, me parece un drama. Pero eso nos emparenta con la mayoría de los trabajadores y trabajadoras.

Y también es cierto que Internet trajo una manera de leer muy distinta. Uno puede percibir que todo el tiempo está leyendo. Incluso cuando no hay palabras, todo el tiempo está traduciendo signos, entonces eso te demanda una velocidad y una disponibilidad que antes no existía. Antes uno se sentaba a leer la novela, o el ensayo, o los cuentos, en un sillón. Ahora vas en el bondi leyendo en un teléfono. Cambió mucho el acercamiento a la idea de la lectura y a la materialidad de la lectura.

 

Hablás de los cambios de la ciudad y de los cambios de las ciudades del mundo. Y la ciudad es un tema en tu escritura. En La ilusión de los mamíferos, el protagonista almuerza en una plaza que si no me equivoco es la plaza Roberto Arlt. Seguramente esa plaza, por poner un ejemplo, en algunos años, o ya no tenga palos borrachos, o las esculturas de chapa dejen de estar, quiero decir ¿podemos pensar la escritura como una forma de dejar testimonio? ¿De dejar escrito cómo era antes?

A mí me gusta pensar que a las palabras se las lleva el viento. Y que está bien que nos olvidemos. Y que no importamos nosotros. Lo único que importa son las palabras en el sentido que el testimonio es la vida de conjunto. Y también me gusta pensar que uno escribe para olvidar.

Hay un filósofo italiano muy joven, Emanuele Coccia, y él dice que el planeta tierra es una pupa en constante metamorfosis y la metamorfosis incluye al tiempo, incluye al pasado y al futuro, y nosotros estamos compuestos de átomos que tienen el pasado y tienen el futuro y también somos lo que no está vivo. Entonces creo que la escritura, en ese sentido, no debería preocuparse, no debería querer dejar testimonio. La escritura también es parte de esa metamorfosis.

 

Después del éxito de Una muchacha muy bella, La ilusión de los mamíferos y Meteoro. ¿Qué sigue? ¿Estás trabajando en algo nuevo?

Sí. Estoy tratando de terminar una novela, muy entusiasmado por suerte. Veremos cómo me sale.

 

Si de un lado de un túnel estuviera quien eras en la infancia y del otro lado estuviera quien sos hoy, ¿qué creés que se dirían?

Me gusta pensar que no nos diríamos nada y que nos miraríamos a los ojos.

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