Fabio Morabito nos responde ¿Cuál es el truco?

Revista Número 12

Demian Naón.

No encuentro ubicación geográfica, sino una infancia nómade. ¿Cómo sentís que fue tu infancia en relación a esto?

Mi infancia en Milán fue muy callejera. Mi hermano y yo nos pasábamos las tardes en la calle. En la calle Sofonisba Anguissola y las calles aledañas se desarrolló mi mundo y ahí aprendí todo lo que había que saber: la amistad, el juego, el miedo, la soledad, las peleas, la envidia, el orgullo, el amor. El desarraigo empezó después de dejar esa calle mágica.

 

¿Nos podrías compartir un recuerdo lejano de tus primeros poemas?

El primer poema que me pareció realmente mío se titula “Despedida” y está ambientado en Sofonisba Anguissola. Habla de un pordiosero que una vez por semana, con puntualidad inglesa, se presentaba con una mandolina bajo la ventana de la cocina donde vivíamos. Era una planta baja. Tocaba su mandolina y mi madre se asomaba para darle unas monedas. Recuerdo la mirada triste de ese hombre que parecía todo menos un mendigo.

 

¿Y en qué momento te sentiste escritor por primera vez?

Siempre he rechazado íntimamente esa etiqueta. Puedo manejarla hacia afuera, por ejemplo en una entrevista como esta, pero por dentro nunca he tenido la necesidad de sentirme un artista. Cuando me preguntan a qué me dedico, contesto que soy profesor universitario.

 

¿Es la literatura una maquinaria que funciona sola? ¿Hay algo más que escritores nutriendo la maquinaria?

No entiendo la primera pregunta. En cuanto a la segunda, claro que hay algo más que escritores. Los libreros, por ejemplo, o los traductores; luego están los premios, los viajes, las becas y un montón de entrevistas. De hecho, hay un exceso de entrevistas, sin ánimo de ofender.

 

En relación a la lectura, ¿qué escritores te influenciaron y cuáles te hubiese gustado que te influenciaran?

Soy muy influenciable. Si un escritor me entusiasma, se me pega su estilo en seguida. Lo puedo imitar sin dificultad. Pero pasado un tiempo bastante corto esa influencia se extingue tan rápido como llegó, y lo que queda es lo que reconozco como lo único que sé hacer y que prácticamente no ha cambiado casi nada, que es un modo lateral de abordar un determinado sujeto, tanto en la prosa como en la poesía, y dejarme invadir por él, como quien absorbe un agente externo, y esta actitud determina la forma de mi escritura, desde la longitud de las frases y de los versos, hasta la puntuación y la predilección por ciertas palabras en vez de otras.

 

¿Cómo lograste mantener la musicalidad en la poesía de Eugenio Montale al traducirlo?

Montale decía que había vivido al 5% de sus posibilidades. Parafraseándolo, puedo decir que conservé un 30% de su música, a la hora de traducir su poesía completa. Tal vez en algunos poemas logré una cifra más alta, pero sólo en algunos. Escribí hace poco un cuento que se titula “La tristeza de traducir”, basado en mi experiencia de novel traductor, cuando a los 19 años empecé a traducir la poesía de Ungaretti. En el cuento se mezclan el enamoramiento por Ungaretti y por la muchacha que fue mi primer amor. Pero bueno, me desvié de tu pregunta. Lo que quiero decir es que hay un componente triste en el hecho de traducir. Un traductor es un copista de lujo. Ahora bien, en este concepto de lujo puede caber una gran cantidad de satisfacciones y de momentos muy creativos, pero equiparar al traductor con el escritor me parece una tontería. Veo que me he desviado otra vez.

 

¿Qué le dirías a las personas que no muestran sus textos?

Que su infierno no es mejor ni peor de aquellos que sí los muestran.

 

¿El intento de escribir sería de una manera u otra siempre autobiográfico en definitiva?

El componente autobiográfico es infaltable en lo que uno escribe, eso cae por su propio peso. Eso es distinto de escribir como un intento de conocerse a sí mismo. Eso nunca me ha importado. Creo, es más, que una cierta dosis de ignorancia e incluso indiferencia hacia uno mismo es muy necesaria para escribir bien.

 

En la actualidad pareciera imposible que algunos escritores ya muertos pudiesen volver a escribir sin ser juzgados. ¿Creés que los escritores jóvenes están condicionados en la actualidad por alguna forma de nueva moral progresista de lo correcto y lo incorrecto?

Creo que a un escritor de verdad le es hasta cierto punto indiferente que lo juzguen o cómo lo juzgan. En cuanto a eso que llamas la nueva moral progresista, un escritor debe ignorarla todo lo que pueda, porque esa corrección afecta directamente la manera de expresarse, y en eso el escritor debe ser radicalmente intransigente, piensen lo que piensen los otros.

 

¿Pensás que el covid-19 deja a la vista una marginalidad que antes permanecía invisible o naturalizada?

La pandemia nos trajo la noticia de que todo puede cambiar de un día para otro, lo cual para un escritor es algo reconfortante, porque sin ese postulado la literatura misma no existiría. ¿Por qué leer poemas, cuentos, novelas, ensayos y obras de teatro si todo procediera siempre del mismo modo? Leemos libros para prepararnos ante acontecimientos imprevistos, bien sea exteriores o meramente íntimos. En este sentido, la pandemia nos ha dado la razón a los que inventamos mundos que no existen, porque ha certificado que nuestra tarea tiene sentido.

 

¿Un lugar en el mundo?

Sofonisba Anguissola.

 

¿Un recuerdo?

Ninguno predominante, por suerte.

 

¿Un acierto?

El de mi padre, de haber dejado Italia y venir a México por razones que todavía no comprendo.

 

¿Un fracaso?

Muchos, y muchos de ellos traiciones.

 

Si de un lado de un túnel estuviera quien eras en la infancia y del otro estuviera Fabio actualmente, ¿qué creés que se dirían?

El de ahora se acercaría al de la infancia con la debida cautela, temiendo haberlo decepcionado, pero estoy seguro de que el otro lo abrazaría, diciéndole “Has hecho lo que pudiste, tranquilo”.

 

¿Cuál es el truco?

Perseverar.

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