Entrevista a Esther Cross

Revista Número 15

Demian Naón

¿Recordás una primera lectura?

Me acuerdo de cuando empecé a leer por mi cuenta, salteando palabras que no entendía o ni siquiera podía abarcar, como cuando se lee en otro idioma. Es un recuerdo feliz.

¿Cómo fue tu infancia en relación con la escritura?

Leía y subrayaba, imitando a los grandes. Empecé escribiendo versiones de cuentos que leía.

¿En qué momento de tu vida te sentiste escritora por primera vez?

Cuando alguien me presentó como escritora en una reunión. Por alguna razón, me sentí incómoda. Pero esa persona me hizo un favor.

¿Cómo fue la experiencia de ir al taller de Grillo della Paolera?

De lo mejor. Sumado a lo que da un taller, podíamos escuchar a los amigos de Grillo que pasaban cada tanto: escritores, músicos, fotógrafos. Todo iba a parar a la escritura. Se trataba de eso. Una vez por año iba Bioy Casares, y también iba Borges. A veces iba Francisco Madariaga. Conocimos a Olga Orozco. Me acuerdo de una noche en que fue Rodolfo Alonso. Era deslumbrante hablar con esos grandes que vivían dedicados a la escritura, la traducción: para ellos la literatura era la vida. Había algo de la generosidad y el ojo de Grillo para recomendar libros que también se notaba en su generosidad al conectar personas. Richard Ford dijo: cuidado con los profesores que asustan y solamente te advierten lo difícil que es escribir. En ese taller trabajabas en serio y al mismo tiempo perdías el miedo.

Entre la ficción, el ensayo y biografía. ¿Qué resaltarías del proceso de escribir La mujer que escribió Frankenstein?

     Resaltaría el suspenso de escribir en ese borde entre ensayo y biografía, y buscar al mismo tiempo un ritmo de ficción, sofrenando la tendencia a inventar. Tenía en mente La condesa sangrienta, de Valentine Penrose, porque es una biografía que se lee casi como si fuera una novela. Y el texto de Pizarnik La condesa sangrienta porque es un libro cautivante que habla sobre otro libro.

     Hacía tiempo que venía pensando en dos ideas. No las tenía en la cabeza como intención explícita pero eso era lo que estaba pensando en ese momento. La primera, de Jean Améry, es que una vida no está formada solamente por hechos y obras sino también por los sueños, las frustraciones y el desfase entre la vida personal y el tiempo o el lugar que le toca vivir a alguien. Yo pensaba que obviamente la ficción podía brotar en esos desajustes, y que era cuestión de señalar esos lugares vacantes y dejarlos expuestos, nada más. La otra idea es de Virginia Woolf, que en un momento se planteó cómo sería una biografía que registrara lo que pasa fuera de la ventana del cuarto donde escribe alguien y unir las dos escenas en un libro.

¿Es posible que exista en Frankenstein Mary Shelley una búsqueda de la fuerza vital de la vida, pero también un contraste con la fascinación con la muerte?

En una época empeñada en hablar de la vida, inevitablemente la muerte es la masa del iceberg: ahí está el contraste. Pero en Frankenstein se ve algo más que el contraste: la conexión de los opuestos. En la novela, el médico busca los procesos de la vida en la muerte y de la descomposición en la vida. La división tajante entre vida y muerte se desdibuja. Todo es más tenebroso, en el sentido de penumbra y niebla. Más romántico y difuso: ni luz total ni oscuridad completa. Por algo los cirujanos hablaban de la “antorcha de la disección cadavérica”, por ejemplo. Tales los términos para expresarse, y Frankenstein capta y transmite algo de eso.

Teniendo en cuenta Juan 2:19 donde Jesús dice “Destruyan el templo y en tres días lo reconstruiré”, muchos pensamos que la parábola refiere a su cuerpo como un templo. ¿Es Frankenstein Mary Shelley una novela profundamente religiosa?

En la novela no se reúne algo que había estado unido antes. Se unen partes –“materiales”, las llama ella en el prólogo– de distintos cuerpos para formar algo nuevo, similar, casi igual a un hombre, de otra escala en todo sentido. Y es ese “casi igual”, ese parecido, esa “sutileza”, lo que marca una diferencia insalvable, lo que da pie a lo monstruoso. Es una profanación en ese sentido. La profanación supone la existencia de algo sagrado. Y entonces, puede haber algo religioso en eso.

¿Se puede considerar a Mary Shelley una precursora del feminismo?

Rescatamos del olvido a nuestras precursoras. Pero no todas son iguales. Hay muchas líneas en la biografía de Mary Shelley que podrían confirmarla como precedente. No sólo era la hija de Mary Wollstonecraft —luchadora declarada por los derechos de la mujer— y difundía y practicaba las enseñanzas de su madre. Vivió una vida independiente, se arriesgó por sus ideales, fue una escritora profesional y pagó un precio muy alto por todo eso. Pero no hay que dejarse llevar por la tentación de interpretar una biografía y una obra del siglo XIX con los criterios del XXI. Ni olvidar las elecciones personales. En el “ser feminista” de las precursoras emblemáticas hay una voluntad de lucha y una manifestación de esa voluntad. En ese sentido, Mary Shelley se recorta. En su diario comenta que prefiere mantenerse en la sombra, que le cuesta debatir, y que cuando debate es demasiado receptiva a las razones del oponente.

“En cuanto al tema de mi propio sexo”, dice, “cuando sienta que pueda decir algo beneficioso para mis compañeras, lo haré”.  Y agrega: “Nunca escribí públicamente a favor de la vindicación de los derechos de la mujer pero siempre estuve del lado de las oprimidas y siempre me arriesgué a la hora de defender y apoyar a las víctimas del sistema social”.

Su hermanastra, Claire Clairmont, tenía una hipótesis. Creía que en Mary primaba la escritora de ficción. La cabeza de la novelista era compleja, tendía a explorar contradicciones y matices, a hilar fino y comprender, más que discutir y plantarse, tomando un partido ante la opinión pública. Así se explicaba Claire la costumbre de Mary de no expresar sus convicciones sobre este tema y otros.

A lo largo de tu trabajo como escritora existe una exploración de los cuerpos. ¿En tu caso sería una búsqueda literaria o auto biográfica?

Una búsqueda literaria, que debe tener razones y efectos autobiográficos.

Podrías desarrollar la idea de la primera persona con un Photoshop narrativo.

(disculpas, Demian, esta pregunta no la entendí)

El cine aparece como una mirada en tu escritura.

¿Creés que existe una nueva literatura en los guiones de las series que se ofrecen por los portales de streaming como Netflix?

(esta la paso, sería largo responder, ya me excedí antes).

¿Un lugar en el mundo?

El monte.

¿Un recuerdo?

Cuando mi hija —que entonces tenía seis años— y Vita, nuestra perra, se conocieron.

¿Un acierto?

Iba al taller de Grillo, estudiaba psicología, pensaba en estudiar filosofía. Cursaba en la UCA y me reprobaron en la materia Doctrina Social de la Iglesia. Como tema de examen para la segunda vuelta preparé Propiedades de los muertos resucitados. Después de estudiar las “propiedades” decidí que iba a dedicarme a escribir.

¿Un fracaso?

Cuando no pude entender algo que me decía una persona muy querida.

¿Una imagen?

La foto de la gárgola del Chrysler de M Bourke White, y la foto de Bourke White subida a esa gárgola.

Si de un lado de un túnel estuviera quien eras en la infancia y del otro estuviera Esther actualmente, ¿qué creés que se dirían?

Seguramente nos desmayaríamos al vernos. No sé qué nos diríamos en el desmayo. Por suerte eso ya es impredecible.

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