Casi que no está

Revista Número 19

Melisa Freund

Obra ganadora de una Mención del Premio Germán Rozenmacher a la nueva dramaturgia. 2011 Semi finalista del concurso Argentina-Sudáfrica 34° S Traducida al inglés en el marco de dicho concurso. Estrenada en el Teatro El Elefante en 2011 con dirección de Melisa Freund y actuación de Daniela Rico Artigas y Mariano Villamarín.

De Melisa Freund

                                                  “Digo lo que sé, que determinadas historias son inasibles.

Que están constituidas por estados sucesivos sin nexo entre sí.

Que son las historias más terribles, las que nunca se confiesan,

las que se viven sin certeza ninguna, nunca.”

 “Se callan. Olvidan, se duermen, se despiertan.

Y después vuelven a empezar. Hablan.”

Marguerite Duras. Emily L

PERSONAJES

ELLA

ÉL

Pequeña habitación. Casi un invernadero. No hay corriente de aire, pareciera haber un microclima, se respira aire caliente, vapor. Una cama gigante ocupa toda la habitación.

Ella desparramada en la cama, con una copa de vino bebe de a sorbos. Está empapada en transpiración y tiene un vestido de algodón negro pegado al cuerpo, enrollado. Tiene la piel oliva y es sexy a pesar de ella. Huele a sexo y a pelo sucio, ese olor tan singular e indescriptible. Si alguien la besara muy profundo sentiría sabor a vino y a frutilla, pero nadie puede ya besarla. Su aliento es solo de ella.

Él es rubio y de piel pálida con el pelo finito característico de los que siguen siendo rubios naturales después de los 30. Es de esa gente a la que las cosas le suceden naturalmente. Es un ser signado por la naturalidad. Tiene una copa de vino en la mano de la cual casi no bebe.

Suena “Into my arms” de Nick Cave.

1-Tienen una cita

Él no la mira, pareciera no registrarla.

Ella: Estoy sentada almorzando, no me gusta que la gente me vea comiendo sola, pero el mediodía me agarró justo y necesito sentarme a almorzar.

Él: No te gusta no almorzar, te pone de mal humor no almorzar. “Necesitas” almorzar. Estás sentada en un restaurant vegetariano y devorás un plato de alimentos que no podría distinguir uno de otros. Queso que no es queso, proteína no animal, leche mentirosa.

Ella: Estoy sola.

Él: No sé con quién estás. No me importa. Te fijo la mirada y la sostenés, y cada tanto bajo a las tetas. Supongo que no va a pasar más que eso, pero fantaseo con desnudarte y morderte esa boca de tofu, mientras mi hermano me habla y me pregunta si conozco un buen abogado, un plomero barato y alguien que haga instalaciones eléctricas. No lo escucho más y sus palabras empiezan a ser sonidos amorfos, como cuando en las películas quieren mostrar que un personaje deja de escuchar a otro. Un sonido grave y distorsionado. 

Los textos siguientes al unísono

Ella: Eso lo repetís meses después.

Él: Te digo eso de vos, meses después.

Ella: Pero poniéndome a mí en el lugar del acompañante.

Él: No sé cómo se usan las metáforas, siempre uso las mismas para cosas distintas, cuando algo me deja de interesar me conecto con micro mundos personales o particulares, algo así me decís.

Ella: Desconectás con el otro y conectás con cositas que te imaginás, y ahí viene de nuevo el sonido distorsionado.

Él: Y ahí aparece el sonido distorsionado, (al unísono/ Él entusiasmado con la metáfora. Ella con hartazgo como quien escucha siempre la misma frase) como un solo de bajo en un recital de medio pelo.

Ella: “Como un solo de bajo en un recital de medio pelo”, te encanta decir eso. Te creés genial.

Vuelven a hablar de a uno por vez

Él: Me vas a decir que me encanta esa comparación.

Ella: Te aburrís, pero no por ahora. Lo dejás para más adelante.

Él: El aburrimiento llega más adelante. Ahora siento culpa, que yo tuve algo que ver.

Ella: No

Él: Basta. La que almuerza sola. Pareciera estar triste.

Ella: Hago la escena de estar triste y me pongo triste. Pongo cara de melancolía y se me pone el pecho melancólico.

Él: Meses después me confesás que no estabas triste, y eso… me perturba la mente, creo.

Ella: No vayas tan rápido, todavía faltan episodios. Volvé al primer encuentro.

Él: Vuelvo al primer encuentro, me hace bien reconstruir. Pedís la cuenta, le sonreís al chico que te atiende y me pongo celoso sin razón, pienso entonces que nuestro cruce de miradas no significó nada.

Ella: No. Como dejás de mirarme le sonrío al chico que me atiende para llamar tu atención, y cuanto más le sonrío, más dejás de mirarme.

Él: Simulo no mirarte y veo cómo te vas. Tenés botas de lluvia. Color púrpura.

Ella: Así las llamás, “púrpura”, ese detalle me enamora.

Él: Te enamora que diga “púrpura” y que me seduzcan tus botas de lluvia.

Ella: Me voy y camino como mil cuadras pensando en si hice bien en no hablarte. Tengo pensamientos apocalípticos recurrentes, que si fuera el fin del mundo, por ejemplo, me hubiera quedado con la sensación de que no hice lo que me hubiera gustado, que hay que hacer las cosas en vida para no arrepentirse. Por suerte automáticamente cambio la mirada y me quedo con la opción de no forzar las cosas. Pienso: si hoy se termina mi existencia puedo decir que flui, que no forcé.  Me vuelvo a alegrar y sonrío porque sale el sol.

Él: Te vas, te miro irte. Esa acción, este gesto, se va a repetir durante toda la relación. Vos te vas, yo te miro ir.

Ella: Dicen que hay que estar atentos a cómo empieza una relación, de la misma forma es cómo termina. Una cuestión estética.

Él: Dicen que cómo empieza una relación es cómo termina, algo así. Nunca lo entendí. Ahora un poco lo entiendo, es tarde.

Ella: Basta. Seguí.

Él: Me quedo pensando en tu mirada triste, tus tetas y tus botas; se alternan en mi imaginario hasta que desaparecen. Mucho antes de lo que pensaba. Sigo viviendo. Me olvido por completo de vos y de ese encuentro. Voy al trabajo, salgo a bailar, conozco a una, a otra. Me acuesto con una rusa, una española y una que cada vez que viene se queda a dormir por que vive en provincia, en Lomas, o Burzaco, no sé. No voy a nombrarla, odiás que la nombre, practica yoga y saca fotos, te parece que no sos tan interesante como para competir con ella.

Ella: No la nombres, ahora tu único pasado soy yo.

2-Se enamoran

Él: Pasa un tiempo, vos sabés exactamente cuánto.

Ella: Pasa un mes y tres semanas hasta que nos volvemos a ver. No entendés cómo me acuerdo.

Él: Pasa un mes y pico hasta que nos volvemos a cruzar.

Ella: Tengo referencias concretas para saber cuándo pasan las cosas. Si me corté el pelo hace poco, si tengo algo anotado en la agenda, actividades concretas suponete, que sirven para darle un marco de referencia a los sucesos en mi mente.

Él: Te incomoda que no tenga referencias para saber cuándo pasan las cosas. No llevo agenda, no me acuerdo de lo que comí ayer.

Ella: Hace dos días que no comés.

Él: Ahora vengo comiendo poco. Tengo el estómago apretado.

Ella: Poco no. No comés. Hace dos días que no comés. No te va a hacer bien.

Él: Creo que ayer tampoco comí nada. Me visita la gente y me dan agua, me obligan a tomar líquido.

Ella: Vino tu hermano. Tuvieron una charla. Le dijiste cosas horribles que hubiera preferido no enterarme. Ahora puedo ver todo.

Él: Pasa el tiempo suficiente como para que reencontrarme con vos en la parada del 140 me sorprenda.

Ella: Nos volvemos a encontrar en la parada del 42 que va de Lacroze a Acoyte.

Él: Nos cruzamos en la parada del 140 que va del Centro a Palermo. Me mirás, me sonreís, te saco la vista y me hago el que no te vi. Estoy bien cogiendo de vez en cuando con la fotógrafa, y no tengo pensado conocer a nadie nuevo.

Ella: No. Te hacés el interesante. Te miro, me sacás la mirada. Subimos juntos al colectivo. Hay un solo asiento vacío, me siento. Te parás al lado.

Él: Pero me llamás la atención, te veo cara conocida, pero tengo la sensación de que no te conozco, y pienso que si te pregunto de dónde nos conocemos es una pésima estrategia de conquista. Como no sé qué quiero no digo nada y miro para otro lado.

Ella: (Este texto tiene un ritmo más veloz, como quien pasara por alto detalles para ir a lo “verdaderamente importante”) Mirás para otro lado, te miro fijo y te sonrío sin dientes, amagás con bajarte y me toma otra vez el pensamiento del fin del mundo, me paro, faltan como cuatro paradas para que me baje, tengo que ir a mi casa a estudiar para dar un final de sociología, carrera que voy a abandonar definitivamente después de tres intentos a lo largo de seis años, me resulta más atractivo conocerte así que me bajo con vos y camino al lado tuyo casi una cuadra. (Agitada)

Él: Te bajás conmigo y pienso que es casualidad. Hermosa y extraña.

Ella: De repente me mirás. (Tiempo) Una mirada profunda, me da intriga saber qué hay atrás de esos ojos. Adentro. Adentro como para abajo.

Él: No sé, ¿tomamos…algo?

Ella: Sí

Él: Me decís sí, y la cara se te ilumina.

Ella: Te pregunto si querés tomar un helado. El helado más conflictivo de mi vida. En la elección de los gustos dejás ver parte de tu personalidad. Es el modo de pedir el helado. Decidís el sabor como si fuera el último helado que vas a tomar en toda tu vida. Le pedís al heladero probar frutos del bosque, chocolate suizo, me preguntás si es rico el chocolate con pasas al rhum, mientras yo ya tengo mi cucurucho y espero a que te decidas por un gusto. Finalmente te decidís por limón y frutilla a la crema, o algo así, gustos básicos, aburridos e inmundos.

Él: Tomamos un helado y no sé muy bien qué pasa pero te ponés rara, fría, distante. Creo que te pone nerviosa que tarde en decidir el sabor. Pedís gustos exóticos: pistacho, crema moka, dulce de leche con pasas al rhum. Sos la primera persona que conozco que probó la crema del cielo y me contás que cuando eras chica te pediste un cucurucho gigante todo de crema del cielo porque te atraía el color. (Se sonríe con el recuerdo) No te dejo terminar de hablar y te doy un beso hondo.

Ella: Quiero estar bien, así que dejo pasar lo del helado. Y lo saboreo lúdicamente. Sumerjo mi cucharita en tu vasito, te doy de probar en la boca dulce de leche granizado. Y nos besamos apasionadamente en la heladería. Vamos a tu casa.

Él: Esa noche cogemos como nunca más vamos a volver a coger.

Ella: Y nos vamos a quedar dormimos abrazados. Piel con piel. A la mañana desayunaremos al sol. Sin hablar. Mirándonos con una sonrisa casi estampada en la cara. De esas que hacen doler las mandíbulas.

3- Salen con una pareja amiga. Ellas se llevan bien, hablan de cosméticos.

Él: Vamos a un cumpleaños y te aburrís. Mis amigos tocan y proyectan diapositivas de un viaje. Te burlás, te aburre. Te sentás en un rincón y no me mirás. Intento integrarte.

Ella: No hacés ningún esfuerzo por integrarme. Tus amigos tocan instrumentos autóctonos de tierra adentro y no me interesa.

Él: Mis cosas empiezan a no interesarte.

Ella: Me dejás sola en un rincón, yo no sé con quién charlar, no sé cómo sentarme, o cómo estar parada, me molestan los brazos, el cuerpo y la ropa. Salgo al balcón a fumar.

Él: Salís al balcón. Te sigo con la mirada. Le hago un comentario a alguien sobre lo linda que sos y lo bien que estamos.

Ella: Mentís. Decís eso para que nadie se dé cuenta de que estoy incómoda. Te da vergüenza que esté incómoda.

Él: Cuando son mis cosas te aburrís y demostrás poco interés.

Ella: Vos ni siquiera las compartís. Yo al menos hago el esfuerzo y voy.

Él: Me decís que te da sueño, que estás cansada, que tuviste un día de locos porque nadaste no sé cuántos metros para ampliar la caja toráxica.

Ella: No digo eso.

Él: Siempre hablabas de ampliar la caja toráxica y de tu taquicardia. Me empieza a desagradar tu taquicardia y que siempre tengas sueño. Me causa rechazo.

Ella: Me lo decís, me decís: “Me causa rechazo que siempre tengas sueño”, yo me quedo callada, con ganas de llorar y de matar, y se me ocurren un montón de cosas para decirte, pero creo que nada tiene sentido.

Él: Discutimos en el balcón, y no hablamos más. Me decís que te vas, que es una decisión tomada, que te vas a tu casa.

Ella: Te querés quedar más tiempo y necesitás que me quede con vos.

Él: Me hubiera gustado que te quedes conmigo.

Ella: Me bajás a abrir, no saludo a nadie y me voy llorando. Me voy sin saludarte y siento que me estás viendo ir. Tu mirada en mi espalda, y lucho para no darme vuelta, me acuerdo del mito de Sodoma y Gomorra, y me imagino que si me doy vuelta va a ocurrir una tragedia.

Él: Al otro día te pregunto qué es eso del mito, te pone de mal humor que no conozca de mitos ni de tragedias.

Ella: Te hablo de las hijas de Lot y no te importa.

Él: No sé de qué me hablás.

Ella: Del mito de Sodoma y Gomorra. De los dioses y de las hijas de Lot.

Él: Del mito de Gomorra y no sé qué. Como le prohíben que mire hacia atrás y lo hace, se convierte en estatua de sal. Te pregunto cómo se enteran los demás que se convirtió en estatua de sal si ellos tampoco pueden mirar, ¿eh? ¿Cómo se dan cuenta? ¿Quién cuenta la historia? ¿Dios?

Ella: Te explico que los mitos no son para analizar. Hacen agua. Son metáforas. Me enfurezco cuando te ponés tan básico.

Él: Te enfurece que no sepa de mitos, me decís básico, me terminás pidiendo perdón. Siempre.

Ella: Porque tenés una sabiduría que va más allá de cualquier libro.

Él: Pero siempre volvés a caer. Y me decís que no conecto con las emociones, ni con los libros.

Ella: No

Él: Te enoja que no lea tanto como vos.

Ella: No me enoja. Me angustia.

Él: Es ridículo.

Ella: Todo esto es ridículo.

Él: Todo esto es ridículo. Voy a dejar de hacerlo.

Ella: No podés.

Él: No puedo. Es como si viera pasando mi vida en Flash Forward y trato de poner pausa en hechos trascendentes pero me paso unos segundos y solo veo las escenas menos importantes, o el fundido a negro entre una escena y otra, las que no hacen a la historia, algo así. ¿A vos te pasará igual?

Ella: No sé. Sos vos el que lleva la historia.

Él: No te entiendo.

Ella: ¿Ahora me entendés?

Él: Te odio.

Ella: Volvamos. Me subo al auto y manejo llorando a mi casa.

Él: Volvés en el auto. No, no quiero seguir.

Ella: Hay que reconstruir.

Él: Quiero reconstruir. Para poder entender.

Ella: Manejo por una avenida y cuando llego doy varias vueltas antes de estacionar, para sacarme la bronca y la angustia. Doy vueltas con el auto y no paro de llorar. Le doy play al stereo, hace meses que tengo puesto el cassette de Sinead O´Connor, “Am i not your girl”, suena “Succes has made a failure of our home”, lloro más fuerte.

Él: Otro día me confesás eso horrible.

Ella: ¿Qué cosa?

Él: Algo espantoso.

Ella: Quiero que me lo digas.

Él: Me lo decís.

Ella: No, no me acuerdo.

Él: Me lo decís, por primera vez.

Ella: “Me quedé mal. Cuando peleamos así y me voy manejando, tengo miedo de provocarme un accidente”.

Él: ¿Qué decís? ¿Cómo un accidente?

Ella: Eso.

Él: Estás mal.

Ella: Vos me ponés mal. Te enoja que me quede con cara de culo, y te enoja que me vaya sola. Querés cuidar las formas.

Él: No quiero cuidar las formas, es rarísimo que vayamos juntos y nos vayamos separados.

Ella: Si uno es libre para decidir qué ropa ponerse, cuándo irse de una fiesta, qué amigos tener, es libre para todo lo demás.

Él: ¿De dónde sacaste eso?

Ella: Se me ocurrió.

Él: No se te puede haber ocurrido.

Ella: Me subestimás.

Él: Vas a decir que te subestimo. Es raro lo que decís.

Ella: ¿Por qué?

Él: Me asusta. ¿Cómo provocarte un accidente?

Ella: Son imágenes. Nada concreto.

Él: Es terrible.

Ella: Cosas que uno dice.

Él: Decime que de verdad no pensás en eso. Mirame a los ojos y decime que no pensás en eso.

Ella: No pienso en eso.

Él: No te creo.

Ella: Son sensaciones. Algo me toma y me imagino cosas horribles. Pero soy incapaz de hacerlas.

Él: Eras capaz…

Ella: Al otro día hay sol y te invito a dar una vuelta en bici. Almorzamos afuera y hablamos de la noche anterior. Intentamos sacar conclusiones lógicas pero no podemos.

Él: Al otro día hay sol y vamos a caminar. No, vamos a andar en bicicleta. Llegamos a un acuerdo.

Ella: ¿A cuál?

Él: No me acuerdo a cuál.

Ella y Él: Y cuando llegamos a un semáforo con las bicicletas, desde la tuya/mía me das/te doy un beso torpe y me decís/te digo por primera vez que te amo/que me amás.

Ella: Y yo lloro.

Él: Y vos llorás. Te pregunto qué te pasa.

Ella: No me decís nada.

Él: Te pregunto por qué llorás.

Ella: Me decís “No llores más”. Me lo vas a decir durante toda la relación.

Él: Te seco una lágrima de la mejilla e intento abrazarte.

Ella: Cambia el semáforo.

Él: Seguimos pedaleando y paramos en una feria.

Ella: Yo paro en una feria y te digo que compremos flores.

Él: Bajamos de las bicis y caminamos por entre los puestos con la bici al lado.

Ella: Es incómodo caminar llevando la bicicleta por entre los puestos.

Él: No me decís yo también.

Ella: ¿Yo también qué?

Él: No me decís que vos también me amás.

Ella: Ah. No. Lo dejo para otro momento.

Él: Yo pienso que hice mal en decírtelo, que no me amás, y que esa tarde me vas a dejar.

Ella: ¿Pensás eso?

Él: Supongo que siento eso. No me acuerdo bien.

Ella: Insistís con lo del accidente.

Él: Me quedo con lo del accidente. Me convencés de que es una forma de decir. Sos tan convincente. Me hacés creer que estoy exagerando.

 4- Se casan. Hacen la lista de casamiento en modesta tienda céntrica. Se compran una casa con un crédito a pagar en treinta años.

Él: Vas sola a ver departamentos.

Ella: No querés acompañarme.

Él: Te digo que no te puedo acompañar. Te irrita.

Ella: Me decís “Se me complica”, odio cuando me decís “Se me complica”, no te entiendo, como si siempre tuvieras información que te la quedás solo para vos. Yo no puedo, no me sale tener cosas solo para mí, las tengo que compartir, por ahí no es compartir, por ahí es que no me puedo quedar callada y necesito nombrarlo, decirlo, cuando me pasan cosas tengo que contárselo a la gente para escucharme a mí, algo así. Con el tiempo me acostumbro y no te pregunto nada más. Me doy un poco de pena de mí misma yendo sola a recorrer inmobiliarias. Queremos un PH con patio o terraza cerca de un subte. El vendedor me lleva todo entusiasmado a un departamento convencional con alfombra marrón y cuando abre la puerta, el sol del piso 12 me da en la cara como si fuera a ser abducida por una nave espacial. Creo que el vendedor no me entiende, no hago una buena transferencia, no confió en él. Me va a mostrar más departamentos todos iguales. Con más luz, menos luz, con gente viviendo adentro, segundo piso por escalera, con terraza compartida. No me entiende. Le digo que lo pienso y que cualquier cosa lo llamo. Me da su tarjeta. Y casi compulsivamente lo llamo para vernos esa noche. Te digo que me quedo en mi casa que me voy a acostar temprano, que hoy no nos vemos.

Él: Y salís con el de los departamentos.

Ella: Me pasa a buscar en un auto todo moderno, tiene zapatos horribles, una camisa bordeau y la piel bronceada artificialmente. Me parece desagradable, me da intriga, me da morbo seducir a alguien que no me gusta. Creo que inconscientemente quiero convencerme de que sos para mí, de que no hay otro mejor. Me da miedo que aparezca alguien mejor, que me cuide más, que sea más creativo, inteligente, que me haga reír mucho todo el tiempo, y se ría mucho conmigo.

Él: Salís con el de la inmobiliaria.

Ella: Por ahí elijo al que menos me va a gustar porque no hay riesgo.

Él: ¿Te lo habrás cogido?

Ella: Me lleva a cenar a un restaurante atendido por marineros, por mozos disfrazados de marineros. Ni eso es real. Cerca del río. A él le parece romántico. A mí me da entre gracia y aburrimiento. Es todo obvio. Pide vino, me hace comer pescado, como poco, estoy nerviosa, fumo mucho, y mientras me cuenta de sus inversiones en bienes raíces me lo imagino cogiéndome y poniendo caras desagradables, tratándome bien y con dulzura, me empieza a dar un poco de asco, me mareo, me dan chuchos y transpiración fría, voy al baño, vomito, me lavo la cara, me da dolor de panza y ganas de cagar, me pongo amarilla, me quedo sentada en el baño del restaurante de marineros que tiene paredes tapizadas de pana roja.

Él: Basta.

Ella: Me quedo como media hora ahí sentada. Suena una música funcional, una melodía que me hace acordar al tema que más me emociona de Sinead O´Connor, tarareo para dentro “Am i not your girl” no es, no se le parece, pero se me viene ese tema a la cabeza cuando estoy así de desahuciada. Entra una mujer con un tapado y me pregunta si estoy bien, que afuera “el muchacho que vino conmigo” está preocupado por mí. Salgo del baño como puedo, medio mareada y le digo que nos vamos ya. Pide la cuenta, me ofrece sal, azúcar, un postre, un médico, ir a su casa, soluciones estúpidas, le digo que lo único que quiero es estar en mi cama. Dormir en mi cama. Me subo al auto, se pone espeso, me quiere besar, me toca una teta, así en seco, como si me tocara la mano, yo medio que un rato lo dejo porque me da pena, después le saco la mano, cree que estoy jugando, que lo estoy histeriqueando, me pongo firme, se ofende y me deja en medio de la costanera. Con orgullo paro un taxi pero no tengo plata. Te llamo y no me atendés.

Él: Me llamás y no te atiendo. Estoy durmiendo, y al otro día tengo seis mensajes tuyos en el contestador.

Ella: No llamé tantas veces.

Él: Me dejás seis mensajes.

Ella: No. Llamo como seis veces pero te dejo solo dos mensajes: “Hola, llamame, me siento mal”. “Hola, atendeme, bueno, nada, quería que durmiéramos juntos”. Corto. Le pregunto al taxista si me lleva y se lo pago cuando llego. Al otro día me quiero matar. El lunes me llama el chico de la inmobiliaria para saber cómo me siento, y para decirme que sigue buscando departamento para mí, que lo disculpe, que le gusto mucho. Me deprime gustarle mucho a alguien que no me conoce.

Él: Te digo que mi tío nos presta un departamento para que le cuidemos porque se va a enseñar tango a Japón por dos meses, no te gusta la idea.

Ella: No es que no me gusta, me deserotiza que tenga que estar tu tío metido en el medio. Que vayamos a la casa de otro que la tiene armada a su gusto. Con sus muebles, su ropa, sus adornos. Te digo que me sentiría una extraña.

Él: No querés ni venir a verlo.

Ella: Sí. Vamos a verlo. Paso cinco minutos y me deprime la orientación lateral, los silloncitos floreados de un cuerpo, los portarretratos con fotos familiares, el inodoro de plástico blando sin tapa, de ese que te sentás y te hundís…

Él: Te deprime mucho todo.

Ella se sirve vino para los dos. Lo mira. Lo besa. Se besan sentados en la cama. Se sienta arriba de él y se levanta el vestido. Mientras cogen.

Él: Se siente raro así.

Ella: No te siento.

Él: No te siento.

Ella: Es como si me diera lo mismo.

Él: ¿Para qué hago esto?

Ella: Para reconstruir.

Él: No tiene sentido.

Ella: Intento sentir algo. Podrías atravesarme con un arma blanca suponete y no me enteraría.

Él: Me decís que se te va a pasar el dolor.

Ella: Dejame.

Él: Te quiero tener así de cerca.

Ella: Dejame, salí. No tiene sentido. No estoy acá.

Él: ¿A dónde estás?

Ella: En ninguna parte.

 5- Se van de luna de miel

Él: En la playa. El clima es ventoso. Hay tanto viento que podría levantar un iceberg a la superficie. Inmensidad de arena. Dunas. Hay algo triste en la imagen. Como una postal de cualquier lugar en el mundo. Como un sueño fuera de foco. Caminás por ese desierto con los ojos cerrados y este vestido negro enrollado al cuerpo. Tenés un vaso de cerveza en la mano.

Ella: No

Él: Sí

Ella: No tengo cerveza. Tengo un walkman y estoy escuchando el cassette de Sinead O´Connnor.

Él: Tenés un walkman en la mano y estás escuchando un disco de una finesa que canta en su idioma.

Ella: Finlandesa.

Él: Es raro.

Ella: No. Es Sinead.

Él: Estás escuchando un tema en ese idioma raro, yo te pregunto qué es, me pasás los auriculares y me hacés escuchar y yo te digo que no me gusta eso. Que me hace mal a los oídos eso…

Ella: Lo del idioma raro es otro día. Una fiesta que recién empieza. Ponen un tema de Bjork y yo bailo y me decís que no te gusta porque parece que me va a dar una convulsión o un…

Él: No. Lo del idioma raro es otro día. Una fiesta que recién empieza, suena una música extrañada y empezás a bailar. Te miro, y te digo que no me gusta porque parece que te va a agarrar un ataque de epilepsia, sí. Pero eso es cuando estamos en el bar y nos tomamos siete mojitos entre los dos.

Ella: Exagerás. Vos tomás tres, yo tomo medio y después me pido un Amaretto, porque necesito algo dulce.

Él: Me decís que no tenés tolerancia al alcohol. Te pregunto qué te pasa cuando tomás mucho y me contás lo de las convulsiones.

Ella: Estás expectante de que me agarre una para ver cómo me veo. Te explico que la lengua se me va para atrás, te miento, y vos me preguntas qué es que la lengua se me vaya para atrás. Invento: que me tiembla el cuerpo y me pongo fotofóbica como una albina. Y esa noche cuando cogemos te asustás. Te asustás de verdad porque me vas a ver temblar, me vas a traer una aspirina y un vaso de agua. Te explico que lo de las convulsiones es mentira, que fabulé para que me cuidaras, para que alguien se ocupe de mí, y vos creés que te estoy mintiendo en ese momento.

Él: Yo no te creo.

Ella: Siempre que bailo temblequeo toda, además un ataque de epilepsia no se cura con una aspirina, si tenía algo de verdad me moría. Nunca hubieras podido sostenerme.

Él: La playa.

Ella: Estoy caminando distraída por ese desierto en el que el viento tiene olor a sal. Y no tengo puesto este vestido, tengo un vestido floreado.

Él: Tenés un vestido floreado, te digo que para mí son caracoles.

Ella: Me arden los ojos y no quiero rascarme porque siento que estoy hecha de sal, que si me rasco, la mano va a tener sal del ambiente y va a ser peor. Me imagino cosas horribles mientras escucho el cassette de Sinead O´Connor con covers que la decidieron a ser cantante… ese que tiene una introducción hablada al principio. Estás parado al borde del mar mirando a un setter pelirrojo que le tiran un palito y corre a buscarlo.

Le tiran un palito y corre a buscarlo. Le tiran un palito y corre a buscarlo. Deprimente.

Él: Estoy parado al borde del mar mirando a un perro peludo. Schaffe.

Ella: Es un perro de pelo largo. Se llama Schaffe.

Él: Oveja en alemán, es ruludo y de pelo corto como una oveja. Y hay alguien más. Con el perro está su dueño. Un canoso que fuma en pipa.

Ella: Está en la playa y fuma.

Él: En la playa.

Ella: El hombre en la playa que fuma en pipa es otro día, cuando nos vamos juntos de vacaciones por primera vez. Te digo que me perturba la gente que fuma en la naturaleza. Que debería estar prohibido fumar a cielo abierto, que deberían sacar una ley. Me pongo vehemente con las injusticias y me voy a la mierda con mi hipótesis.

Esa noche me voy a un hostel porque peleamos, armo mi bolso y me voy. Lloro toda la noche pero te miento otra vez. Te digo que la paso muy bien conmigo misma, que estuve reflexionando, que tenés razón, que es una estupidez, que tengo que controlar mis arranques de ira, que me dieron desayuno americano y me hice amiga del chico del hostel. Mentira. Lloro toda la noche como una perra, me cago de frío y me voy sin pagar la habitación ni el desayuno.

Él: No, no, no. Eso es otro día, otras vacaciones. Discutimos por una pelotudez, te vas, pasás la noche en un hostel y te hacés amiga del chico del hostel, no duermo en toda la noche y miro al techo con ganas de llorar… nos reencontramos caminando en la playa y yo siento que si hubiera una cámara que registrara ese instante, todo sería perfecto.

Ella: ¿Sí? Eso no me lo dijiste. Pienso en ese momento que todo es perfecto.

Él: Todo es casi perfecto. Falta verlo de afuera.

Ella: Deshago el abrazo y me pongo a bailar, bailo como odiás verme. Y nos reímos y me subo arriba tuyo enredando las piernas en tu torso.

Él: Cogemos en la playa. Ahora estamos en la playa.

Ella: Acabamos de coger en la arena. No me hablás.

Él: Estoy bien.

Ella: ¿Te gustó?

Él: Mucho.

Ella: ¿Te gusto?

Él: Hm

Ella: Hablame

Él: Estoy bien.

Ella: Mirá que linda luna.

Él: Mhm

Ella: Me parece romántico, el cielo lleno de lucecitas, no hace tanto calor. La luna, no hace nada de frío. Igual me da cosa la arena, que se me meta, no sé…

Él: Tengo sueño.

Ella: ¿Y eso?

Él: Un surfer.

Ella: ¿A esta hora?

Él: ¿Qué hora es?

Ella: Tarde.

Él: Salen de noche porque de día se calcinan. Me gustaría saber surfear.

Ella: A mí también. Hagamos un curso.

Él: No quiero aprender a surfear, quiero saber surfear.

Ella: Ah. Bien. Está bueno.

Él: Ahí hay otro, más allá, ¿ves?

Ella: A mí también me agarró sueño. Volvamos.

Él: En un rato.

Ella: No dormí bien anoche. Me la pasé llorando. Tenía una cosa acá en la panza. Como un vacío, como que me hundo adentro mío.

Él: No llores más. Ya pasa.

Ella: No me hablás.

Él: No

Ella: Eso me pone mal.

Él: ¿Por?

Ella: Porque no sé qué te pasa.

Él: No me pasa nada.

Ella: Pero, ¿en qué pensás?, ¿qué sentís?

Él: Que todo esto es perfecto.

Ella: ¿En serio?

Él: Sí

Ella: Volvamos, me estoy durmiendo. No me quiero quedar dormida en la arena. Me tranquiliza que me digas que estás bien, que es todo perfecto, pero te lo tengo que preguntar para que me lo digas y que me ponga contenta.

Él: Eso, el día de la playa me decís: “Me tranquiliza que me digas que es todo perfecto, pero te molesta tenérmelo que preguntar”, “te lo tengo que preguntar para que me lo digas y me ponga contenta”. No hablemos más.

Ella: “No hablemos más”, decís. Me quedo con la sensación de que había mucho más para decir. Con la boca llena de palabras que no tienen forma, o llena de formas a las que no puedo ponerle palabras, y me enredo en mis pensamientos, y me entretengo un rato para no pensar en que te tengo que preguntar si todo es tan perfecto para vos como para mí, para que me lo digas y me ponga contenta.

Él: Necesitás constatar todo el tiempo.

Ella: ¿Qué cosa?

Él: Que lo que siento es parecido a lo que sentís.

Ella: Pero nunca lo vamos a saber, nunca, nunca, ¿te das cuenta? Me aterra. El lenguaje es lo único que tenemos para explicar cosas que no tienen que ver con las palabras.

Él: Te enredás.

Ella: Me enredo.

Él: Te digo que no hablemos más. Te voy a abrazar por atrás y nos vamos a quedar dormidos un rato.

Ella: En la playa. Empieza a estar más fresco y pienso en cangrejos.

Él: Me despertás preguntándome no sé qué cosa de una aguaviva.

Ella: De un cangrejo. Que si alguna vez viste un cangrejo muy de cerca.

Él: Sigo durmiendo.

Ella: Y me divierto con mi razonamiento, imagino cangrejos que caminan de costado y me hace reír.

Él: Sigo durmiendo.

Ella: Y me río fuerte con ruido para despertarte y llamarte la atención y que creas que soy muy divertida. Te hablo y hablo. Me quedo callada. Me aburro. Lloro. Tengo miedo de que me dejes. No. Tengo miedo de que te mueras. Me dan miedo las cosas que no se pueden controlar, la muerte y la presencia de los cangrejos. ¿Ahora tampoco vas a hablar?

Él: Ahora hablo, no puedo dejar de hablar.

Él la abraza por atrás y le levanta el vestido. Le murmura al oído palabras inaudibles, ella sonríe sutilmente. Transpiran más y más.  La piel de Ella se sacude en cámara lenta como un caballo que se quiere espantar insectos del lomo.

6- Se compran un perro. Ella aprende el arte del bricolaje.

Ella: Pasan dos meses y ya estamos instalados en el nuevo departamento.

Él: Ya estamos en el nuevo departamento. Viviendo juntos, como vos querías. Tenés empleos temporarios que te deprimen. Me tengo que hacer cargo de todos los gastos yo solo.

Ella: Lo conversamos, durante varias noches. Yo lloro durante la noche y te miro dormir.

Él: Llorás durante la noche y me mirás dormir. Te pregunto qué ves.

Ella: Me hundo. Me hundo y planeo estrategias para desaparecer. No te lo digo.

Él: Me despierto con sueños raros.

Ella: Hablás dormido como si estuvieras despierto. Con la lucidez de quien dice una verdad en la vigilia, pero en el medio del relato te quedás automáticamente dormido. Y eso me da entre ternura y miedo.

Él: Te da miedo que hable dormido. Te empieza a dar miedo por la noche, y no querés que duerma.

Ella: Pero dormís igual, y yo te miro dormir. Cuando empieza a amanecer recién puedo dejar de llorar. Por las tardes me ocupo de decorar la casa para no pensar. Compro cajas de cartón, ordeno fotos, cuelgo cuadritos, compro un acolchado de pluma, un escurre lechuga, un juego de platos amarillos, lleno la casa de flores.

Él: Te gusta llenar la casa de flores. Las flores son una linda manera de…

Ella: Es cursi lo que decís.

Él: Me decís que me faltaba lo cursi.

Ella: Ya es tarde. Sacá todas esas flores.

Pausa más larga. El tiempo se detiene (los siguientes textos al unísono).

Ella: Lloro de noche y decoro de día. Mi vida empieza a ser patética. Ando por la calle con los ojos hinchados como un sapo y cuando me preguntás qué me pasa te digo que es alergia.

Él: Empezás a ser tomada por una especie de alergia. Tenés los ojos hinchados todo el día, regalamos al gato. A veces sueño que me dejás por una mujer, y que las veo juntas caminando de la mano por la playa.

Ella: Y te despertás cuando una ola gigante viene hacia nosotras.

Él: Y casi siempre me despierto temblando.

Ella: Y yo me imagino cómo vas a ser cuando te quedes solo.

Él: Nunca me decís qué te imaginás.

Ella: Te lo doy a entender y no lo querés ver. Y mientras estás dormido salgo a recorrer las calles con el auto.

Él: Varias veces me despierto y no te encuentro.

Ella: Una vez me encontrás en el baño. Sentada sobre el inodoro. Y me decís volvamos a la cama.

Él: A veces te encuentro en el baño, sentada en el inodoro o metida adentro de la bañera vacía. Pasás la noche sentada en el inodoro, con los ojos abiertos. Te abrazo fuerte y te digo que no llores más. Que vamos a estar bien.

Ella: Yo te digo que sí. Pero no te creo. Vuelvo a la cama y cuando te quedás dormido salgo a manejar.

Él: Me hago el dormido para ver qué hacés. Salís a manejar…

Ella: Creo que no hay nada de qué preocuparse. Que es un juego. Para que te ocupes de mí.

7- Construyen un cuarto en la terraza. Planes para un futuro juntos. 

Él: Dejamos de ir juntos al supermercado.

Ella: Ir al supermercado se transforma en un plan insoportable.

Él: Vos no soportás que yo me detenga un segundo de más a comparar precios.

Ella: Hacés como con el helado. Te ponés tenso con el precio de la carne. Evaluás el precio por kilo de la carne, los quesos, y me cago de frío en la góndola de los congelados esperando a que te decidas.

Él: Te vas acercando a las cajas y me dejás solo.

Ella: Te digo que ya está bien, que la compra es suficiente. Que no necesitamos nada más, que cualquier cosa volvemos.

Él: Me decís que cualquier cosa volvemos, te digo que prefiero comprar todo de una sola vez.

Ella: Una vez por semana se repite la misma secuencia. Un día te quedás quince minutos comparando el precio de las galletitas dulces y me voy a hacer la fila de la caja. Me pongo en la de futura mamá.

Él: Te metés en la cola de futura mamá para hacer más rápido.

Ella: Te estoy queriendo decir algo, y no te das cuenta.

Él: No me decís lo que me tenés que decir más que con indirectas. Hacés la fila para discapacitados y cuando estoy llegando con el changuito lleno me incomoda, te veo de lejos, y me escondo en la góndola de los electrodomésticos.

Ella: Decís que deje de mentir, que es injusto que mienta para hacer más rápido. No entendés que te quiero decir algo. Que es un juego para contarte algo que nos pasa.

Él: No entiendo el juego.

Ella: Cuando toca mi turno dejo pasar a la gente porque no llegás. Me ofendo, me angustio y salgo del supermercado.

Él: Veo que salís del supermercado, sigo caminando como un zombie entre los electrodomésticos. Me paro frente a un televisor y consulto cualquier cosa para disimular que lo que quiero es perderte de vista, que desaparezcas, que si lo de la fila de futura mamá es para contarme algo que nos pasa, para darme una noticia, no quiero saberlo, no quiero enterarme. Un idiota…

Ella: Te dejo solo en el supermercado y me voy al departamento. Te espero, y tardas demasiado, me inquieto, me pongo nerviosa, me prendo un cigarrillo sin salir al balcón, le doy dos pitadas y vomito automáticamente. Tardas mucho. Te espero como dos horas. Me preocupo y a la vez no.

Él: Una rubia adolescente flaquita, muy flaquita, se me para al lado y me mira.

Ella: Tardás en llegar.

Él: La miro.

Ella: ¿Qué decís?

Él: Me siento un perverso pero no puedo dejar de sentirme atraído. Dejo el changuito lleno y me acerco a hablar con ella.

Ella: Llegás a las dos horas transpirado, agitado. Me contás una historia.

Él: Me dice que le gusto.

Ella: Extraña. ¿Qué pasa con la chiquita?

Él: Nos besamos frenéticamente entre las heladeras y lavarropas semiautomáticos.

Ella: Y yo en casa vomitando.

Él: Mientras la acaricio tengo flashes.

Ella: ¿De qué? ¿Flashes de qué? Es mentira. Lo que decís es mentira. Inverosímil.

Él: Te imagino en el auto, manejando y llorando. No puede ser, vinimos caminando al súper no puede ser, me digo, mientras le meto los dedos a la rubia que se deja y me habla al oído. Empiezo a ir yo solo al supermercado, no venís, y lo agradezco. Me encuentro una vez por semana con la chiquita entre las góndolas, nos besamos, nos tocamos. Un juego.

Ella: Soñás con eso. Pero es mentira. Aunque me vaya te quedás igual comparando precios por kilo. Querés imaginar una vida mejor y más aventurera, pero no te sale. Tu naturaleza es la de quien se emociona ante la oferta semanal y cargás el chango de latas de arvejas, y de garbanzos que nunca abrimos. Todavía están en la alacena. Fijate. (Él se queda inmóvil. Pensativo.) Andá. Fijate.

Él: En la cocina todavía hay latas de jardinera sin abrir. Ahora no quiero ni mirarlas. Las latas que no se consumen me dan tristeza. Me hacen acordar a nosotros. 

8-Viajan por el mundo. Acumulan millas.

Ella: Intento volcar toda mi angustia en la cocina.

Él: Empezás a hacer platos exóticos, con palta, con garbanzos, con romero. Empezás a mezclar sabores del mundo y me mareo. Tu cocina se vuelve confusa y agridulce.

Ella: Cada vez que nos sentamos a comer…

Él: Me mirás comer, esperando mi aprobación.

Ella: …Cada vez que nos sentamos a comer me preguntás el nombre del plato y si te gusta. Me preguntas a mí si a vos te gusta el humus, el guacamole, la reducción de mostaza y miel.  Detesto que confundas garbanzo con palta.

Él: Te enoja que no me acuerde si me gusta tu comida. Dejás de comer. Tengo una cosa en el estómago y tu comida se me atraganta. Me entristece.

Ella: Te entristecés. Cuando estamos solos no hablamos más. Empezamos a comer mirando la tele.

Él: Querés comer con la tele prendida y yo te digo que hablemos.

Ella: Me decís que hablemos, que la mesa es un momento para unir a la pareja. Una pelotudez.

Él: Decís que te parece una pelotudez que quiera conversar mientras cenamos.

Ella: No decís conversar mientras cenamos. Te atás a las formas. Fórmulas obsoletas de parejas felices.

Él: Te volvés agresiva y desagradable. Te parece fuera de moda. Convencional, no sé, no me acuerdo.

Ella: Te digo que así no puedo más.

Él: Me decís que así no podés más. Yo no hablo.

Ella: No hablás.

Él: Así no se puede más. No se me ocurre como sí se puede… y agarro las llaves del auto.

Él: Las llaves del auto, el llaverito con el contorno de la guitarra tallado en madera… ese llavero que quedó derretido en el asfalto…

Ella: Todavía no. Todavía falta.

9- Tienen un niño rubio. El primero de tres.

Él: Tu mamá cambia el lavarropas y nos regala el viejo. Nunca pensé que podía ser tan feliz con un lavarropas. Un lavarropas usado.

Ella: Te agarra manía por el lavado. “Es terapéutico”, decís. Llegás de la oficina y te encerrás a lavar compulsivamente. Separás la ropa por color, según la textura, algodón, sintético, delicado, tipo de lavado.

Él: Separo la ropa por color, y mientras se lava una tanda preparo la siguiente. Descargo energía. Me sugerís que vaya a un gimnasio, que salga a correr o a andar en bicicleta.

Ella: Sí, te digo que lo que hacés es una ridiculez, salí a tomar aire, oxigenate.

Él: Que oxigene la sangre decís.

Ella: Y te encuentro al lado del lavarropas leyendo el manual de instrucciones. Lo vas a memorizar y lo vas a repetir por la noche cuando no puedo dormir. Vas a componer canciones pedorras con la letra del manual.

Él: Te divierten mis canciones.

Ella: Me hacen reír. Una madrugada me despierto con ganas de abrazarte pero no estás. Te espero, creyendo que estás en el baño, te llamo. No venís.

Él: Una noche me quedo dormido al lado del lavarropas esperando el centrifugado.

Ella: Te busco por toda la casa y te encuentro durmiendo profundamente en el lavaderito. Lo hacés a propósito, te ponés una silla y te tapás las piernas con una frazada. Sostenés un libro cerrado entre las manos como babas. Como los ancianos que se quedan dormidos en silletas al sol con la sección Economía del diario del día.

Él: Tu rechinar de dientes se vuelve infernal y me mudo al lavadero por unos días. El sonido del centrifugado me hace bien.

Ella: Me enojo tanto que como venganza llamo a un médico para hacerme un aborto. Me dan turno y lo programo para dentro de tres días.

Él: Me llamás desde un locutorio con llamada a mi cargo y me decís que ya está. Que se terminó todo, que lo perdiste.

Ella: Miento.

Él: Te quiero contener pero no me dejás. Te voy a buscar y volvemos en un taxi. Te abrazo y hacés chistes. Se me ocurre que tenés mal repartidas las cargas. Que se supone que es muy feo lo que te pasó, pero vos estás feliz, me da miedo esa felicidad que te endurece la mirada.

Ella: Decís, “Es natural que estés triste”. Estoy bien. Estoy feliz. Mirá qué lindo día.

Él: Me hablás del día, y te sugiero que veas a un psicólogo o algo así.

Ella: Te parece que no puedo estar contenta. Es como la teoría de volver juntos de una fiesta a la que fuimos juntos. No hay nada natural. ¿Qué es lo natural? ¿Una manzana con etiqueta? ¿Una mayonesa sin huevo? ¿Dormir en el lavadero? ¿Dormir la siesta con el sonido del ventilador como canción de cuna? Lo único natural es esto que siento ahora. Besame.

Él la abraza fuerte. De un modo más fraternal que las otras veces. Él contiene el llanto. Ella sonríe.

10- Se compran la 4×4. Ella saca el registro de conducir. Le colocan una letra “P” en el parabrisas trasero.

Él: Dormís hasta la noche del otro día.

Ella: Y cuando me despierto tengo una cosa acá en la panza y lloro. Te abrazo por atrás y lloro en silencio.

Él: Me abrazás por atrás y siento cómo se mueve tu pecho por el llanto. Me hago el dormido. Ya no se me ocurre cómo contenerte.

Ella: Me dan ganas de salir a manejar.

Él: Tenés que hacer reposo. Eso me tranquiliza. Sino agarrarías las llaves del auto, y te irías a dar vueltas en círculo por el centro hasta perderte y dejar que el cuerpo te traiga de nuevo. O pondrías la radio a todo volumen y te encerrarías a fumar adentro con las trabas puestas a una velocidad donde no puedas manejar los reflejos… pero todavía falta para eso…

Ella: Lo pienso, se me ocurre. Pero no lo hago. Me duermo llorando. Y cuando me despierto ya no estás. Busco si me dejaste alguna nota, alguna carta, como solías hacer al principio pero nada.

Él: Me llamás y me preguntás algo raro sobre una nota. Te digo que salí corriendo, que me quedé dormido, que a la noche nos vemos.

Ella: Miro tele toda la tarde. Lloro con mocos con las comedias románticas, eso no está bien. La acción transcurre en Hawaii, una chica perdió la memoria a corto plazo y un hombre se enamora de ella, pero todos los días tiene que recordarle quién es y lo enamorados que están uno del otro, porque cada mañana ella se vuelve a olvidar de quienes son ambos. Cada día es una nueva oportunidad para enamorarla.

Él: Me repetís diálogos textuales de esa película que a vos te gusta donde él, un entrenador de animales marinos, se enamora de ella, que perdió la memoria, y le tiene que recordar que la ama todos los días. Me decís: “Vayámonos a Hawaii”.

 11- Se divorcian

Él: Me saca de mi sueño profundo el sonido amenazante del teléfono muy tarde a la noche. No estás al lado mío. Lo dejo sonar y te busco por toda la casa. Corro la cortina de la ducha con velocidad esperando verte del otro lado. No estás. Recorro el living, abro los placares y los cajones como un autómata. Y me doy cuenta de lo ridículo que soy creyendo que te voy a encontrar encerrada en un placard o en un cajón. Pienso que serías capaz de estar escondida en el placard para que no te vea llorar más, o para llamarme la atención. Te busco con palpitaciones. Así como estoy, bajo descalzo y busco el auto en toda la cuadra. Me quedo sentado en el living esperando a que llegues. Vuelve a sonar. No atiendo. Doy una vuelta manzana. Vuelvo a subir. Me quedo sentado en el living. Inmóvil. Con la luz apagada. Mi única ocupación es esperarte. Casi que no respiro. Se me cierra la garganta. Vuelve a sonar. Atiendo. Una voz del otro lado me hace preguntas indicando lo que ya sé.

Ella: Salgo con el auto a dar una vuelta, la idea es despejarme, pero se me cruzan de nuevo esos pensamientos apocalípticos. Acelero. Bajo la velocidad. Prendo la radio y suena el tema ese de Sinead O´ Connor. Le presto atención a la letra por primera vez: (canta) Am i not your girl, am I not your girl. Si algo se repite tantas veces es como un motivo. Creo que es una señal. Canto frenéticamente. Cierro los ojos y acelero, me dejo llevar, sigo tarareando. De repente un impacto. Se me sacude el cuerpo. El parabrisas se astilla y siento que millones de vidrios rotos caen adentro. Chequeo, como puedo, que las puertas estén trabadas. No tengo más fuerza. Siento un golpe de costado, la puerta se abre, y caigo al asfalto. Y mágicamente el dolor se va. Ya no lloro más. Escucho todo lo que pasa a mi alrededor. Quiero abrir los ojos, mover el cuerpo, pero no puedo, estoy clavada al asfalto. Escucho voces de gente que habla ahí arriba, todos saben lo que hay que hacer, sugieren cosas, soluciones estúpidas a lo único que no tiene solución. Escucho muy a lo lejos el sonido de una sirena de ambulancia. Quieren llamar a un familiar directo para que venga a reconocer el cuerpo, mi cuerpo. Adentro mío pido que no te molesten, que no te molesten, que ya no te molesten más.

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