En el laberinto con mariano favier

Revista Número 19

Por Demian Naón

¿Un miedo?

Volar en avión. Un miedo detectado, trabajado y con el que aprendí a convivir. Por suerte, ser docente y vivir en estos tiempos ayuda a que la experiencia ligada a ese miedo sea muy esporádica.

¿Cómo fue tu infancia en relación con la lectura?

Tuve estímulos: una abuela bibliotecaria que me llevaba al colegio donde trabajaba, un edificio muy viejo y muy lindo en Floresta, cerca de Parque Avellaneda. Había un montón de libros buenos recibidos de alguna campaña de promoción de la lectura, a fines del alfonsinismo. Mis viejos también nos motivaron, tanto a mi hermana como a mí. En la casa familiar había una biblioteca que tenía algo de esa heterogeneidad progre de los ochenta: el Nunca Más (la tapa roja, cuarteada, y el trazo de esas letras blancas me inquietaban), algo de Benedetti (se perdona), Cartas a Theo, Mi planta de naranja lima, El principito. También, varias antologías de C-F y terror de editorial Bruguera, cosas de Bradbury, Sturgeon. Conservo algunos. Mis lecturas juveniles se cimentaron a partir de ese suelo. Antes, leía muchas historietas que comprábamos o canjeábamos en Parque Rivadavia o incluso en algunos locales de Castelar y Morón.     

El canon era de calidad dispar: Nippur, Patoruzú, He Man, Disneylandia, Tintín.  

¿Qué encontrás en la literatura de terror que no exista en los demás géneros?

Ahora no sabría responder porque casi no leo ese tipo de literatura. Había (tal vez siga habiendo) una intensidad que de chico me conquistó, algo que no me pasó con el policial ni con la C-F. Definitivamente prefería esa perturbación a seguir un relato más razonado. Además acá hubo enormes exponentes del género como Elsa Bornemann, Graciela Montes o Graciela Falbo, entre muchas otras. Después vinieron Poe, King, Lovecraft. Y si me permitís: el cine giallo, el slasher, que saboreaba medio a hurtadillas leyendo las contratapas en el videoclub hasta que me dejaron alquilar… Eso también fue parte de mi educación sentimental.

¿Podrías contarnos sobre el proceso de escritura y posterior publicación de Italpark?

La primera parte fue medio casual. A partir de una escritura más exploratoria compuse una serie de textos en primera persona sobre un personaje marcado por la década de los ochenta. Tenía algo de estereotipia intencional, por momentos burlona. Uno de esos textos contaba una anécdota del Italpark, donde el personaje había trabajado. Esa voz terminó siendo la del protagonista de la novela. No sabía bien qué hacer con el material y lo dejé reposar un año (soy de procesos lentos). Después se lo mostré a Hernán Vanoli, que me dijo: “Ahí tenés una novela”. Entonces me puse a corregir todo eso y a trabajar con las voces de los otros personajes, con la creación del mundo del parque, ¿no? En ese proceso, mucho más largo y de varias etapas, se hicieron explícitas una serie de cuestiones que ya estaban latentes: la estructura de novela coral, el falso documental, cierto apego al kitsch.

La publicación llegó por un ofrecimiento de Denis Fernández, escritor y uno de los editores de Marciana, a quien conozco hace diez años. Él había leído los primeros borradores y cuando la terminé de corregir, me llamó y me dijo que quería publicar Italpark. Desde luego no fue un gesto altruista (y por eso lo valoro más): a Denis le gustaba la novela y estaba decidido a embarcarse en la publicación de un autor desconocido. De todos modos, todavía le agradezco porque fue un impulso saludable. (Aunque, como verás, sigo en mi tesitura de ir despacio con las publicaciones. En algún momento puede que salga un libro de cuentos que estoy corrigiendo más o menos con la misma parsimonia).

¿Podrías decirnos qué personajes, ideas o párrafos te sorprendieron al escribirla?

Recuerdo lo divertido que me resultó componer personajes como Alan Berti, Mónica Vitri o Gustavito Reyes. Hay mucho cine clase B detrás de ellos, pero también mucha escritura de escenas, capítulos y personajes que descarté.  

¿Qué destacás en el trabajo de archivo y/o recopilación de datos anterior a escribir?

En el caso de Italpark, hay bastante menos de lo que parece. Y lograr ese efecto me gusta más que la tarea de investigar, que de todos modos me atrae. Buscar información, comparar fuentes y establecer relaciones puede ser estimulante y creativo. Puede que sea un vicio académico, o tal vez tiene que ver con cierta estructura mental, pero lo disfruto.

¿Creés que existe una nueva literatura en los guiones de las series que se ofrecen por los portales de streaming como Netflix?

No sé si nueva literatura… Sterne escribió Tristram Shandy en una época que nos parece completamente ajena a esos juegos metaficcionales, hoy tan bien ensayados por Larry David o Dan Harmon. Pero que algo diferente se cocina es indudable. A veces tropiezo con webseries que son una maravilla y no puedo creer que las hayan realizado dos amigos con una producción mínima. Eso es lo bueno de internet. Claro, el algoritmo te guía, no se puede andar de flâneur

Italpark muestra una violencia contenida en lo político, en lo social, y la precarización laboral de esos años, ¿qué existe por debajo del Iceberg en la novela?

Quisiera decir, como Warhol, que no hay nada. Pero algo siempre hay. Ahora, sería mal autor si lo revelara, ¿no?

El Italpark representó muchas cosas para los argentinos que vivieron la década de los 80, ¿qué representa en tu caso, después de haber escrito la novela?

Nada muy distinto a lo que representaba antes de escribirla: un cosquilleo de nostalgia, algún recuerdo en el paracaídas con mi vieja o en el tren fantasma con mi viejo. Mis impresiones de aquellos juegos son difusas pero persisten y componen un lindo recuerdo de infancia. En un sentido más amplio y más abstracto, pienso que es un modo de evocar esa época tan rara, que parecía duradera y hasta definitiva, y que se hace más ajena cuanto más la homenajeamos o la queremos documentar. Por eso el Italpark de la novela es un parque distorsionado. Muchos de los juegos no son reales, las listas de objetos son inventadas, y así.  

Un lugar en el mundo

El bodegón donde suelo ir a comer con mis amigos. 

Un recuerdo

Un paseo en bicicleta por pueblitos rurales del oeste.

Un acierto

Haber descubierto el cicloturismo. 

Un fracaso

No haberlo descubierto antes (así como no se puede leer todos los libros, tampoco se puede salir a pedalear todo el tiempo).

Una imagen

Mi gata durmiendo en mi silla de escritorio.

Si de un lado de un túnel estuviera quien eras en la infancia y del otro estuviera Mariano actualmente, ¿qué creés que se dirían?

-Yo soy el Mariano auténtico.

-Estás loco, soy yo.

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