la verdad sobre Burgués

Revista Número 20

Demian Naón

Una tarde de carnaval mi padre estacionó la estanciera, le abrió las puertas de atrás, sacó una caja grande y la colocó sobre la mesa de la galería. Nos pidió que nos acercáramos. Lo primero que vimos fueron dos orejas marrones dobladas en las puntas y un hocico pequeño.

Mi padre había insistido desde hacía tiempo con que necesitábamos un perro guardián para cuidar la casa. Lo sacó de la caja y lo exhibió con una sonrisa más que satisfecha.

—Este no es cualquier perro— dijo.
Primero señaló las patas y después le agarró el morro.
—¿Ven?, es un ovejero alemán manto negro—dijo.
A mamá eso la hizo reír.
—No es broma, es de criadero y tiene papeles—insistió mi padre.
—Entonces es un perro burgués —respondió mamá.
Burgués fue como lo llamamos y no pasó mucho tiempo para que le construyéramos una cucha de madera, y le pusiéramos un letrero con su nombre sobre la entrada. Mientras era cachorro, yo le enseñé a dar la pata y a traerme los palos que le tiraba. Los grandes decían que tenía un hermano animal, porque Burgués me seguía a donde fuera. Incluso intentaba meterse en la pieza donde dormíamos Javi y yo, y hacía poco tiempo también mi hermano Pablo, los grandes protestaban porque Burgués mostraba los dientes y lo tenían que sacar a rastras hasta afuera. Cuando creció tomó la costumbre de desaparecer. Volvía bastante lastimado, con heridas de peleas y había que curarlo. Algunas veces no lo veíamos por un par de días, otras, según decían los grandes, se unía a los perros que en las madrugadas asaltaban los gallineros y las conejeras de la comunidad, dejando un regadero de plumas ensangrentadas y conejos muertos. Perdimos veinte gallinas, le escuché decir a mi padre una vez. Los grandes dijeron que Burgués se había escapado, pero los vecinos que lo habían visto merodeando por sus casas decían que iba a terminar mal. Pocos días después hubo una asamblea, porque había aparecido lastimado, pero peor que las veces anteriores. Algunos dijeron que suelto era un peligro, mi padre y los demás decidieron atarlo a un árbol con una cadena.

Yo no estuve la tarde que mordió a mamá, pero días después Burgués desapareció y nunca más lo volví a ver. Pregunté por él y respondieron que se había escapado, que los gitanos que acampaban enfrente de la ruta se lo habían robado. Nadie me dijo la verdad hasta que años más tarde, durante una borrachera en su casa, tío V lo contó con detalles.

Mamá le había llevado los restos del almuerzo. Burgués dormía fuera de la cucha. Se despertó sobresaltado, como si la desconociera, y la mordió en un brazo. Mi padre enfureció y lo golpeó con la cadena, pero al ver que Burgués no sólo no retrocedía, sino que intentó morderlo también a él, entró en la casa. Unos minutos después salió con un revólver en la mano. El tío V y mamá, con el brazo envuelto en un trapo ensangrentado, siguieron la escena. Intentaron persuadirlo. Mi padre agarró a Burgués del collar y lo arrastró hasta el descampado que había detrás de la casa. Le puso el pie en la cabeza para que no se moviera y disparó.

@demiannaoncanciondearte

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