Lo que tanto amamos

Revista Número 20

Ariel Naón

“Miércoles a la mañana, a las cinco en punto, mientras el día comienza, cerrando en silencio la puerta de su dormitorio, dejando una nota donde le gustaría haber dicho más, ella baja las escaleras hacia la cocina tratando de encontrar su pañuelo. Sin hacer ruido gira la llave de la puerta trasera. Un pie afuera y es libre. Ella se va”.

Cuando Melani Coe escuchó estas palabras por primera vez, se sorprendió del parecido que tenía la canción con su propia historia. 

“La única diferencia –dijo años después– es que no me fui con un hombre de profesión mecánico, y que nunca abandoné mi casa mientras mis padres dormían”. 

La canción que Paul McCartney escribió después de leer la historia de Melani en el periódico, apareció en el año 1967 en el álbum Stg. Peppers. Ese mismo año, pero en el colegio católico San Román del barrio de Belgrano, Emilio Del Guercio y Luis Alberto Spinetta editaban por primera (y única) vez, la revista de corte surrealista, La costra degenerada. La revista contenía mayormente, noticias inventadas e ilustraciones de los autores. También, aparecían algunos poemas de Artaud, Bretón y frases sueltas de canciones de Los Beatles. La revista dejó de salir cuando llegó a manos del director del colegio, pero la costumbre de dibujar peces, árboles, autos, estrellas o caras tristes, acompañó a Spinetta a lo largo de su vida.

 En 1969, apenas dos años después de la salida de Stg. Peppers, Spinetta tuvo su revancha: Una de las ilustraciones que no pudo aparecer en La costra degenerada, aparece como portada del primer álbum de Almendra. Un hombre triste, vestido de rosa, con un pañuelo a rayas, una lágrima y una “flecha sopapa” en la cabeza. Al principio el dibujo también fue resistido por la RCA. A tal punto, que después de una larga negociación, los ejecutivos de la compañía discográfica aceptaron la propuesta, pero a los pocos días, dijeron que el dibujo se había perdido en el Departamento de Arte. Spinetta, enfurecido, lo rehízo y finalmente, el hombre triste quedó en el arte de tapa de Almendra I. 

El disco que abre con Muchacha ojos de papel, traía en el sobre interno, un extraño código referido a la tapa. Consistía en tres pequeños dibujos que dividían las canciones. Las de “El ojo”, las de “La lágrima” y las de “La flecha sopapa”. Cada uno de los grupos también conllevaba una frase. Indicados con “La flecha sopapa” están: Ana no duerme, Fermín y Laura va.

Laura va (quizás la canción más hermosa del mundo) cuenta la historia de una chica joven que deja la casa de sus padres. Igual que Melani Coe, la protagonista de She’s leaving home, Laura se va con un hombre, lejos de la casa, en busca de libertad. 

“Ella se va”, dice Paul. “Laura va”, dice Spinetta y agrega, “lentamente guarda en su valija gris, el temor de toda una vida de pena”. 

Obviamente esto no es el intento de demostrar un plagio o algo así, sino todo lo contrario. Es una historia sabida. Spinetta intentó escribir su propio She’s leaving home. Incluso alguna vez dijo: “Quise escribir una canción que se pueda orquestar de esa manera”. Aunque fue mucho más lejos y contó la historia de una Melani Coe, nacida en algún pueblito de alguna provincia argentina, a la que todavía, se ve, llegaba el tren. 

She’s leaving home vio la luz en 1967. Laura va, en el 69. El mismo Spinetta contó que la canción la escribió unos años antes de la salida del disco de Almendra. Es probable, o mejor dicho, a mí me gusta pensar, que Spinetta escribió la canción el mismo día que escuchó She’s leaving home por primera vez. Que corrió hasta la guitarra. Me gusta pensar que sintió algo parecido a lo que sentí yo cuando escuché su canción. Cuando escuché el arreglo de Rodolfo Alchourron, esa suerte de George Martin Piazzoliano, invitado solo para la ocasión. La delicadeza con la que Alchourron decide la orquestación desde el primer segundo, como si el universo todo conspirara para la canción. La entrada del glockenspiel, que repite el motivo de la voz, esas pequeñas campanas que nos sitúan como en un recuerdo propio. Promediando la segunda mitad de Laura va, exactamente donde indica la proporción áurea, el punto más alto de la espiral de Fibonacci, aparece el bandoneón, aparece Rodolfo Mederos para entregarnos de repente, la conciencia de un territorio y de un tiempo. 

Demás está decir que Spinetta era un chico cuando hizo todo esto, un chico apenas más joven que los cuatro Beatles. La voz de Luis, todo ese universo Argento-Beat que convive en Laura va, me parece un milagro. Como si de pronto algo hubiera aparecido para darnos permiso, para decirnos que al menos, cuando pensamos, cuando soñamos, cuando hacemos música, podemos ser libres. Podemos ser Los Beatles o lo que queramos ser. Es posible que algunas músicas nos hayan cambiado para siempre. Y a la vez, benditos los que pudimos cambiar para siempre escuchando música. ¿Quién sabe con exactitud de qué lado del walkman está el artista? ¿Existe ese alguien que hizo algo por primera vez? ¿No será que hemos construido esta maravilla entre todos, de uno y otro lado del parlante? 

Pienso que debemos reclamar todo como nuestro. Que los nombres no son nada… solo nombres. Quizás, pienso ahora, el camino del artista sea simplemente volver suyo aquello que tanto ama.

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