Entrevista a Alejandra Zina
Revista Número 8
por Caradeperro
Nos sumergimos en Hay gente que no sabe lo que hace. Cinco años después de su publicación, siete cuentos, siete historias de mujeres, un libro para releer, hoy.
Una de las primeras marcas que aparecen en tus cuentos de Hay gente que no sabe lo que hace es la del mundo femenino. Madres e hijas, hermanas, señoras que hacen cursos, niñas, tías, abuelas, mujeres en sus treinta y pico… ¿Fue una búsqueda consciente o simplemente es el universo que apareció a la hora de ponerte a escribir?
Bueno, un poco y un poco. Había escrito una novela donde la protagonista es una mujer, una azafata, y fue como que me quedé con ganas de seguir. Sentí que tenía que explorar más el universo de las mujeres. A partir de ahí empecé a escribir cuentos, uno de detrás de otro y todos tenían que ver con mujeres de distintas edades.
Si hubo algo consciente fue que quería seguir por ahí. Y algunos se transformaron en cuentos de la colección de Hay gente que no sabe lo que hace, otro se transformó en una nouvelle que tengo inédita. Hay cuentos que no me convencieron y a los que cada tanto vuelvo.
Estoy hablando del 2012. Ni siquiera había un entorno que propiciara esto de “se está hablando de las mujeres”. Yo hacía mi camino. Me gustaba lo que me estaba saliendo. No solo con los personajes, con la escritura, con el lenguaje también.
Los siete cuentos son muy actuales con relación al momento que estamos viviendo con respecto al feminismo ¿Sentís que hubo algo reivindicatorio del rol de la mujer en los cuentos?
En todo caso sí, reivindicar mujeres, pero que yo conocí. Mujeres de mi familia que habían quedado invisibilizadas o al margen, pero reivindicarlas al interior de mi historia.
Por ejemplo, el cuento “La princesa enamorada” está basado en una tía mía que murió joven y que me asustaba muchísimo. Cuando empecé a escribir el cuento tuve ganas de escribir un buen recuerdo sobre ella, un recuerdo que nunca tuve. A partir de ahí mi relación interna con ella, cambió.
“La princesa enamorada” nace por la convocatoria de Claudia Piñeiro para participar en una antología de cuentos sobre fútbol pero solo de autoras mujeres.
Yo venía escribiendo sobre estas mujeres y cuando tuve la imagen de mi tía escuchando el partido de fútbol con la Spika, supe que el cuento iba a ser parte de mi libro también. Fue un cuento a pedido pero traté de que fuera parte de mí, de lo que ya estaba escribiendo.
Creo en la posibilidad de que las mujeres no estén en un lugar de víctimas. Incluso aunque tengan un trastorno mental, como en “La princesa enamorada”. Siento que las mujeres pueden hacer un movimiento. No me gusta contar sobre mujeres que estén en un lugar de víctimas.
Hay una idea de transformación en tus cuentos: la mujer mayor que se corta el pelo (estaba tan cambiada que algunos no la reconocieron y pensaron que era una visita), la señora que se envalentona con Jim Beam y sin previo aviso empieza a besar a sus amigas. En el caso de “La Princesa enamorada” la transformación de la tía Lily es anterior a que los lectores la conozcamos. Ya sucedió. Y justamente el motor del cuento está en la dificultad de la narradora por comprender cómo operó esa transformación en un personaje entrañable como el de la Tía Lily. ¿Pensás que la transformación de los personajes es un elemento indispensable en un cuento?
No sé. No lo siento como algo que me suceda de manera consciente. O como si hubiera una fórmula. Me gusta cierto momento intuitivo de las personas, cuando se dan cuenta de algo, pero no de forma reflexiva. Veo las transformaciones pero de forma diferente entre los personajes, me cuesta armar un patrón. A veces el lector arma series, que no necesariamente arma el que escribe. Sí me gusta, en los personajes, el impulso, una percepción, algo que les resulte diferente, salir de una situación mecánica u opresiva. Creo que es una combinación de esas cosas.
Como en el cuento “En Obra”. Ahí está la maternidad y la vocación. La protagonista está algo incomoda con la vida familiar, y la fotografía para ella es una pulsión por revivir, porque en su vida cotidiana siente que le falta el oxígeno, lo siente en sus piernas que se hinchan. Lo emocional es físico, la sangre no le circula bien. Y a la vez si se acerca a la fotografía se aleja de la vida familiar. Ese cuento se disparó con una foto de Diane Arbus, es un autorretrato donde ella está cargando un bebé en la cadera, el bebé está desnudo y da la sensación de que se le está resbalando. Esa foto me gusta mucho y me hizo pensar en la maternidad y en la vocación; me dieron ganas de escribir sobre esto, pero desde la vida de una mujer común.
En “Sarah Kay” también se ve esa idea de transformación (Alina juega a convertirse en mendiga sin medir las consecuencias). Es un cuento contundente que casi en un mismo trazo compone una radiografía social o barrial, un retrato de infancia, y abre las puertas de un viaje a una ciudad desconocida. O a la misma ciudad de siempre, pero le corre el punto de vista y todo se resignifica.
¿Qué nos podés decir de la cocina de “Sarah Kay”?
Cuando salió el libro coincidió con esto de los libros y las mujeres, libros escritos por mujeres, con personajes femeninos, y a mí no me gustaba que no se hablara de la clase social, que para mí está en casi todos los cuentos de “Hay gente…”. Me interesa esto de cómo se comunican personas de distintas clases sociales. Las diferentes maneras y las distintas edades, porque en el cuento son nenas. Yo pensaba que debe estar súper naturalizado, porque a nadie parece llamarle la atención esto de las diferencias de clase.
“Sarah Kay” tuvo primero una versión muy corta, como anécdota, las chicas que salen a pedir juntas. La narradora, de clase media, ve todo en clave de juego y se arma una cosa equívoca. Fue un cuento que fue creciendo. Tuvo varias versiones. Y mientras lo escribía pensaba en el límite. En una situación donde las cosas se ponen en riesgo. ¿Pueden los chicos compartir a pesar de la diferencia de clase? ¿Hasta qué punto?
Y después lo de la ciudad, sí. El barrio que a quince cuadras podía cambiar. El tema de que a dos o tres cuadras de la casa de la protagonista estuviera esta otra casa, casi una casa tomada, y un poco más allá, el Jardín Botánico. A esa edad la percepción es diferente, para una nena puede ser como caminar por ciudades diferentes.
“Sarah Kay”, el título, es muy significativo de una época. ¿Cómo fue que surgió?
La verdad es que el cuento era el que daba nombre al libro: “Hay gente que no sabe lo que hace”. Así se llamó al principio. Que era una frase del final que decía la mujer policía. Después yo saqué la frase y cambié el título a “Sarah Kay”. Pero a Gabriela Luzzi, la editora, y a mí, nos seguía gustando el anterior y lo dejamos como título del libro.
“Sara Key” lo elegí porque era un dibujo muy popular en los ’80, esas nenas harapientas, bonitas, medio hippie chic, para mí representaban algo de la infancia de esa clase media progre. La protagonista, aunque tiene un rasgo rústico, es un rasgo artificial.
¿Tenés alguna fórmula para lograr esa tensión solapada que hay en tus cuentos?
No. Es un poco lo que me sale. Y trabajar mucho las versiones de los cuentos. Qué decís, qué no decís. Cómo trabajas lo que no decís.
La tensión es lograr un clima. Encontrar las voces de las personas. No lo veo como algo separado: “ahora voy a trabajar la tensión”.
El dialogo sí. Pero sobre la tensión quizás puedo decir que mientras escribía los cuentos estaba en un estado de mucha concentración, estaba inmersa en un universo. Terminaba un cuento y empezaba otro, estaba muy sumergida en un tipo de relato que quería contar. No puedo explicar cómo era ese relato, pero sé que estaba muy concentrada y que ese estado duró varios años. Creo que tiene que ver con eso.
Me gustan los cuentos que lo vuelven activo al lector, que tienen algo inquietante, pero no tenebroso u oscuro necesariamente, no lo pienso desde el lugar del género: el suspenso, o el terror por el terror mismo.
Y muchas correcciones te van llevando cada vez más hacia el lugar que sentís que tiene fuerza. Muchas veces no sé cómo sigue un cuento. Yo no tengo plan, tengo un disparador, por ahí se me aparecen algunos momentos del cuento, pero no lo sé todo de ante mano. Me resulta más emocionante cuando no sé bien cómo va a seguir y eso lleva su tiempo.
Y, Alejandra. ¿En qué está el ciclo Carne Argentina?
En pandemia. La verdad que nunca habíamos frenado así. Hicimos Carne Argentina durante 14 años consecutivos y nosotros sentimos que no se puede hacer de forma virtual. Carne siempre fue el vivo, el vivo de verdad. Lo que pasa la noche del encuentro. Los nervios antes de arrancar, la llegada de la gente, las charlas en la vereda y sobre todo ese momento tan intenso de la escucha y las lecturas.
¿Y estás trabajando en algo nuevo?
Estuve varios meses coescribiendo el guion de una película con Agostina Guala. Nos conocimos porque ella hizo un corto sobre mi cuento “Negros famosos”. Agostina me propuso escribir algo juntas y ahí surgió el proyecto de la película.
Y a fin de año estuve trabajando en un libro que va salir en los próximos meses. Lo publica Dábale Arroz, una editorial que está publicando la colección Malabar con libros de Marina Closs, Marcial Souto y María Wernicke.
Mi libro es un cuaderno de notas autobiográficas, crónicas. Todo un material que no tenía armado. Eran notas que escribía en paralelo a la escritura de cuentos y tenía que ver con cosas que veía, escuchaba, que me pasaban en la calle. Algunos se transformaron en relatos más armados y otros quedaron en eso, una instantánea, una situación. A Eduardo Abel Gimenez, uno de los editores, le gustó lo que le mostré y empezamos a trabajar juntos. Yo tenía bastante material. Así que tuvimos que seleccionar. Es una suerte que Eduardo se haya interesado y haya trabajado conmigo los textos.
¿Y tiene título?
Sí. Íntima distancia.
Del cuento «Negro Famosos» Corto por Agostina Guala. https://vimeo.com/222913835
Fotografía de Alejandra Zina por Noelia Monópoli.