Yo acuso

Revista Número 14

Yo acuso

Por Émile Zola

[…]

Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante −quiero suponer inconsciente− del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.

Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores inequidades del siglo.

Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.

Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.

Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.

Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio.

Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L’Éclair y en L’Echo de París una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.

Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.

No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.

En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.

Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.

Así lo espero.

Émile Zola

París, 13 de enero de 1898

De Émile Zola. Yo acuso.

Émile Zola nació en París, en 1840. Pasó su infancia en Aix-en-Provence. Antes de dedicarse exclusivamente a la literatura y al periodismo trabajó en la editorial Hachette. En 1864 publicó Contes à Ninon, libro con el que tuvo éxito y en 1867 la novela Thérèse Raquin. Un año después emprende la escritura del ciclo de los Rougon-Macquart, veinte novelas que terminó en veinticinco años.  Años después, en 1894, el llamado caso Dreyfus conmocionó a Francia, y tuvo a Zola como uno de sus protagonistas. En un contexto de creciente antisemitismo, auge de nacionalismo y ensalzamiento del ejército, en septiembre de dicho año el Estado Mayor del ejército francés se anoticia de la filtración de información a los servicios de inteligencia alemanes. Las sospechas recaen sobre el capitán judío, Alfred Dreyfus, que con pocas y fraudulentas pruebas es expulsado del ejército, condenado a cadena perpetúa y al exilio en la cárcel de la isla del Diablo frente a las costas de la Guayana francesa. Con toda la opinión pública convencida de la culpabilidad de Dreyfus, los intentos de su familia por probar su inocencia resultan infructuosos. Sin embargo, junto con el comandante George Picquart, la familia, Zolá, y un reducido grupo, comienzan a pronunciarse. El escritor le dedicó al caso varios artículos en el periódico Le Figaro y el 13 de enero de 1898 publica  el célebre artículo titulado J’Accuse (Yo acuso, en español)que ocupa la portada del diario L’Aurore. El artículo toma la forma de carta, dirigida al presidente de la República, en la que expone todas las dudas y sospechas en torno al caso.  Zola es condenado a un año de cárcel, por lo que en 1898 se exilia en Inglaterra durante once meses. A pesar de esto y de la condena y escarnio social a la que se vio sometido, la prensa internacional se hizo eco del caso. Recién en 1906 Dreyfus pudo probar su inocencia y fue reincorporado al ejército. Zola no fue testigo, ya que murió en 1902, asfixiado por las emanaciones de una chimenea, un accidente doméstico con sospechas de asesinato.


Reflexiones contra la religión

Por Mark Twain

MARTES, 19 DE JUNIO DE 1906

Nuestra Biblia nos revela el carácter de nuestro Dios con exactitud minuciosa y cruel. Se trata claramente del retrato de un hombre −si es que un hombre tan cargado y sobrecargado de impulsos cuya maldad va

más allá de todo lo humano es imaginable en un personaje ahora que Nerón y Calígula están muertos− con quien quizá nadie desearía alternar. En el Antiguo Testamento sus actos revelan una y otra vez Su naturaleza vindicativa, injusta, avarienta, despiadada y vengativa. Siempre castiga −castiga delitos insignificantes con una severidad mil veces superior; castiga a niños inocentes por la culpa de sus padres; castiga a poblaciones inofensivas por las culpas de sus gobernantes; y llega a rebajarse y desencadenar venganzas sangrientas sobre terneras y ovejas y cabras y bueyes inocuos, castigándolos por las transgresiones de poca monta de sus propietarios. Quizá nunca se haya puesto en tipos de imprenta una biografía más lapidaria. En comparación, Nerón es un ángel de la luz y una guía.

(…)

De Mark Twain Reflexiones contra la religión. (Extracto)

Mark Twain (Samuel Langhorne Clemens) nació en Florida en 1835. Fue periodista, escritor y humorista, escribió más de 500 obras. Comenzó su carrera como tipógrafo y luego se desarrolló como periodista, bajo el seudónimo de Mark Twain, y expuso su visión crítica hacia el racismo, la esclavitud y diversos temas sociales.  Considerado el padre de la literatura norteamericana o el Charles Dickens estadounidense, su obra incluye títulos como Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn. Obtuvo gran fama como escritor, pero aun así tuvo que dar conferencias alrededor del mundo para sobrevivir. Murió en Connecticut en 1910.

Twain escribió Reflexiones contra la religión en 1906, pero el escrito no fue publicado hasta 1963. Su hija Clara se opuso a la publicación del texto durante muchos años, por estar considerada como políticamente incorrecta. Con una reflexión crítica acerca de la Biblia, el autor escribe acerca de la naturaleza de Dios, a la que califica como injusta, despiadada y vengativa.


Cosas pequeñas como esas

Claire Keegan

(….) A Furlong no le gustaba creer nada de eso, pero una tarde en que había llegado al convento con un pedido, mucho antes de lo previsto, al no encontrar a nadie en el frente, pasó delante del cobertizo del carbón, que estaba en el extremo final del edificio, corrió el cerrojo de una pesada puerta y la abrió para toparse con un bonito huerto cuyos árboles estaban cargados de frutas: manzanas rojas y amarillas, peras. Entró con la intención de robarse una pera salpicada de pecas, pero tan pronto como pisó el césped, cinco gansos malvados le salieron al encuentro. Cuando retrocedió, se alzaron sobre las puntas de las patas y batieron las alas, estirando el cuello en señal de triunfo y le graznaron.

Continuó hasta una pequeña capilla iluminada, donde encontró a más de una docena de muchachas y de niñas, apoyadas en rodillas y manos, con trapos y latas de antigua cera de lavanda, lustrando en círculos el piso, esforzadamente. Apenas lo vieron, reaccionaron como si se hubiesen quemado, solo porque llegó y preguntó por la Hermana Carmel, ¿estaba ella ahí? Ni una de ellas tenía zapatos, sino apenas medias negras y algún tipo de horrible uniforme gris. Una niña tenía un orzuelo feo en el ojo, y el pelo de otra había sido cortado de manera tosca, como si un ciego se lo hubiera cortado con tijeras de podar.

Fue ella la que se le acercó.

—Señor, ¿no nos ayudaría?

Furlong sintió que retrocedía.

—Lléveme hasta el río. Es lo único que tiene que hacer.

Hablaba con extrema seriedad y acento de Dublín.

—¿Al río?

—O al menos déjeme en el portón.

—No depende de mí, niña. No puedo llevarte a ningún lado —dijo Furlong, mostrándole sus manos abiertas y vacías.

—Entonces lléveme a su casa. Trabajaré para usted hasta que me caiga.

—En casa tengo cinco hijas y una esposa.

—Y yo no tengo a nadie, y lo único que quiero es ahogarme. ¿Ni siquiera puede hacer esa puta cosa por nosotras?

De repente, se dejó caer sobre sus rodillas y comenzó a lustrar, y Furlong se volvió y vio a una monja parada en el confesionario.

—Hermana —dijo Furlong.

—¿Qué se le ofrece?

—Solo estaba buscando a la Hermana Carmel.

—Ha cruzado a St. Margaret’s —dijo—. Quizás yo pueda ayudarlo.

(…)

De Claire Keegan. Cosas pequeñas como esas. (Extracto)

Claire Keegan nació en County Wicklow, Irlanda en 1968. A sus 17 años, viajó a Nueva Orleans, Estados Unidos, para estudiar Filología inglesa y Ciencias Políticas en la Universidad de Loyola. En 1992 regresó a Irlanda y luego realizó el Máster en Escritura Creativa en la Universidad de Gales (Cardiff, Reino Unido) En 1999 publicó Antártida, y obtuvo el William Trevor Prize, el Olive Cook Award y el Rooney Prize for Irish Literature. En 2007 publicó Recorre los campos azules, galardonado con el Edge Hill Prize y en  2010 publicó su novela corta Tres luces, con la que obtuvo el Premio Davy Byrnes. Sus cuentos fueron publicados en medios como  The New Yorker, Granta, The Paris Review, y Best American Stories. Actualmente es profesora de escritura creativa y vive en Irlanda.

La nouvelle Cosas pequeñas como esas no es una historia real, pero se basa en hechos reales acontecidos en Irlanda: los maltratos recibidos por mujeres en distintas instituciones administradas por la iglesia católica  y el Estado irlandés hasta mediados de los años noventa. Entre 10.000 y 30.000 mujeres y niñas fueron escondidas, encarceladas y obligadas a trabajar en las Lavanderías de la Magdalena o Asilos de la Magdalena, hecho que fue reconocido por el Estado recién en el año 2013.


Autobiografía de mi madre

Por Jamaica Kincaid

(…)

En esa habitación hubo siempre solo varones; no me senté en un aula con otras niñas hasta más grande.

No tenía miedo en esa nueva situación: no sabía cómo tener miedo entonces y no sé cómo tener miedo ahora. No tenía miedo porque mi madre ya se había muerto y ese es el único miedo que un niño tiene de verdad; cuando nací mi madre estaba muerta y yo ya había vivido todos esos años con Eunice, una mujer que no era mi madre y que no podía amarme, y sin un padre, sin saber cuándo lo volvería a ver, así que no tenía miedo por mí en esa situación. (Y si no es verdad que no tenía miedo entonces, no fue la única vez que no me admití a mí misma mi propia vulnerabilidad).

Si cuento ahora esos primeros días con una percepción tan clara, no son un invento, no debería ser una sorpresa; en esa época, cada cosa que pasaba ocupaba mi mente con una intensidad que ahora doy por sentada; no tenían ningún significado entonces, no tenían un contexto, yo no conocía la historia de los hechos, no conocía sus antecedentes. Mi maestra era una mujer que había sido preparada por misioneros metodistas; era del pueblo africano, por lo que yo podía ver, y encontraba en eso una fuente de humillación y odio a sí misma, y llevaba su desprecio como una prenda de vestir, como un manto o bastón en el que se apoyaba constantemente, un derecho natural que nos legaría a nosotros. No nos amaba; no la amábamos; no nos amábamos los unos a los otros, ni entonces ni nunca.

Había siete varones y yo. Los varones también eran todos del pueblo africano. Mi maestra y estos niños me miraban y me miraban: yo tenía cejas espesas; mi pelo era grueso, espeso y ondulado; mis ojos estaban muy separados el uno del otro y tenían la forma de las almendras, mis labios eran anchos y angostos de una manera inesperada. Yo era del pueblo africano, pero no exclusivamente. Mi madre era una mujer carib y cuando ellos me miraban eso era lo que veían: el pueblo carib había sido derrotado y exterminado, los habían desechado como a malas hierbas en un jardín; el pueblo africano había sido derrotado pero había sobrevivido. Cuando me miraban, solo veían a los carib. Estaban equivocados pero yo no se los dije.

Empecé a hablar mucho en esa época —conmigo misma con frecuencia, con otros solo cuando era absolutamente necesario. Hablábamos inglés en la escuela —correcto inglés, no patois— y entre nosotros hablábamos patois francés, una lengua que no se consideraba para nada apropiada, una lengua que una persona de Francia no podía hablar y solo podía entender con dificultad. Yo me hablaba a mí misma porque me había llegado a gustar el sonido de mi propia voz. Tenía una dulzura conmigo, me dejaba menos sola, porque estaba sola y deseaba ver personas donde pudiera reconocer algo de mí misma. Porque ¿quién era yo? Mi madre estaba muerta; no había visto a mi padre en mucho tiempo.

Aprendí a leer y escribir muy rápido. Mi memoria, mi habilidad para retener información, para recuperar el más mínimo detalle, para recordar quién decía qué y cuándo, llamaba la atención como algo inusual, tan inusual que mi maestra, que había sido preparada solo para ver el bien y el mal y que siempre se equivocaba en esos juicios, decía que yo era el mal, que estaba poseída —y para establecer que no cupiera ninguna duda de esto, señalaba una vez más que mi madre era de los carib.

(…)

De Jamaica Kincaid Autobiografia de mi madre. (Extracto)

Jamaica Kincaid  (Elaine Potter Richardson) nació en  Saint John’s, capital de Antigua y Barbuda, en 1949. Vivió allí con su madre y su padrastro, estudió en el sistema de educación inglés, y en 1965 se mudó a Nueva York, donde trabajó como niñera y estudió fotografía. En 1973 comenzó a escribir para diversos medios, como el prestigioso The New Yorker,  bajo el nombre de Jamaica Kincaid. Su primer libro  de relatos breves, the Bottom of the River, se publicó en 1983, dos años después publicó Annie John, en 1990 Lucy, Autobiografía de mi madre en 1996, Mr. Potter en 2002 y See Now Then en 2013. Fue nominada tres veces al Premio Nobel de Literatura. Actualmente es profesora en la Universidad de Harvard y reside en Vermont.

Autobiografía de mi madre está basada en  la historia de la madre de la autora, de origen caribeño, aunque sitúa la novela en Dominica, colonia francesa e inglesa. Es la historia de una mujer, Xuela Richardson, en una sociedad marcada por la opresión de género, clase y el legado colonial que la autora tan bien conoció. Se trata de una combinación entre la historia de la propia autora y la historia del Caribe, condensada en la historia de la protagonista, encarnando la vivencia de la  colonización colectiva y la esclavitud caribeña.

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